martes, 2 de septiembre de 2008

Esperanza - Christian Lisboa


Miró por la ventana hacia abajo, desalentado. Por la calle pasaba de regreso la turba, con sus banderas, gritando. Inflamados por un odio irracional que en unos minutos se disolvería entre litros de cerveza barata y grasa de papas fritas, increpaban a todos los que se cruzaban en su camino y arrojaban pedradas a cuanto objeto ostentase, casualmente, los colores de su equipo rival. Les observó con pena, pensando lo alejada que estaba esa masa de la realidad. Lo mucho que le convenía al gobierno fomentar su crecimiento, a pesar de los discursos en su contra. Los individuos que la componían nunca serían masa crítica, y serían fáciles de complacer, o incluso, de ser comprados. Sintió la presencia de Maya antes de que ella cruzara la puerta. Se volvió hacia ella, a lo que quedaba de ella.
—Hace frío hoy, ¿verdad? —dijo Maya.
—Diez grados. Sí, un poco.
—Todos los días siento frío. Creo que ya queda poco tiempo.
—No hables así. No sabemos lo que va a pasar. Sólo tenemos conjeturas.
—Las probabilidades... —comenzó a decir ella.
—¡Las probabilidades y el carajo! —respondió irritado Errol—. No creo en las probabilidades. Son otra forma de manipular la realidad, al igual que las estadísticas.
—Pero...
—Pero nada. Piensa. ¿Qué harían estos imbéciles que nos gobiernan sin sus queridas cifras de encuestas, probabilidades entre A y B? Ellos mismos nos hacen elegir entre A y B, ellos también mantienen una opción C que resume todo lo malo, todo lo que debemos odiar.
—Hablas como un resentido, Errol.
—Soy un resentido. No por el chato presente, sino por el futuro. Sobre todo, porque podría ser muy distinto. Pero a Ellos no les conviene.
—Tampoco les conviene lo que está pasando.
—En eso te equivocas. Ellos, sus hijos y nietos, tendrán tierra y agua y bosques por al menos doscientos años. Durante ese tiempo, tendrán la tecnología para emigrar. Los demás, que se jodan.
—No puede ser tan horrible.
—Pero es. Por eso te traje aquí.
—Y yo, ¿qué puedo hacer? Soy la última persona que puede cambiar algo.
—Es verdad. Pero tuviste otra vida, antes del último cambio. Pudiste elegir, y te equivocaste.
—Eso no se puede cambiar —dijo Maya, casi sollozando.
—¿Sabías que el pensamiento puede viajar más rápido que la luz?
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Si es así, puedes escapar al tiempo cuando estás pensando.
—Sólo por ese momento.
—¿Y si mantienes el estado atemporal? Estudié todas las posibilidades. En una de ellas, no intentaste suicidarte. Ni dejaste el proyecto de Sincronización en la Escuela Secundaria.
—Eso ya pasó. No puedo cambiarlo.
—Sí puedes. Basta que te dediques a ello con todas tus energías. Será difícil, pero yo puedo ayudarte. Mañana tendré una reunión con el Subsecretario de Educación. Él no lo sabe, pero podremos cambiarlo todo a partir de mañana. Y no podremos hacerlo sin tu ayuda.
—¿Tú crees...?
—Lo sé. Nuestros hijos podrán continuar el camino.
—¿Nuestros?...hijos... —dijo ella sorprendida.
—Sí, nuestros —dijo Errol.


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