
En el interior de Corrientes, hace ya una sumatoria de desaparecidas generaciones, hubo un indio guaraní que consiguió desarrollar el grado más alto de la magia.
La tradición oral cuidó siempre de no develar el instante que suele derramarse sobre las huellas de quien alguna vez debió dar el paso definitivo hacia lo incognoscible.
Cuentan los pobladores de dicha región que este indio, brujo y guía de una tribu sin nombre, solía sentarse y permanecer en estado de meditación y de contemplación durante todo un sol. También era costumbre verlo levitar a casi un metro de altura y trasladarse de un extremo del patio al otro sin tocar el suelo. Algunas veces solía convertirse en mariposa o en halcón y jugaba con contrastar con la diafanidad de lo inconmensurable; otras, simplemente se mimetizaba con la naturaleza y había que tener cuidado de no murmurar descontentos porque éste podría estar escuchando en alguna parte, o en todas.
La fama y las hazañas del indio brujo eran un torrente de admiración que se derramaba de boca en boca alrededor de los fuegos de todos los habitantes del litoral.
Cierto día el cacique Keve, que moraba en tierras del Chaco, supo de las proezas de éste y sintió celos trifulqueros. Después de mucho masticar dudas decidió salir a buscarlo para terminar con su fama; para ello alistó cinco guerreros y a una de sus mujeres para que lo acompañasen y sirviesen de testigos. Con impaciente ferocidad emprendió la empresa de salir a buscar a quien se decía que quizá era superior a él; a él, que podía matar un toro de un solo puñetazo; a él, que era un león habitando entre cabras.
Después de varios días y después de haber cruzado el Río Paraná en una balsa realizada por manos de sus guerreros, llegaron a la zona donde decían que habitaba el brujo cuyo nombre era Pyguasu o Py’aguasu (ya nadie recuerda con certeza).
Finalmente Keve dio con Pyguasu (o Py’aguasu) y desafío e insultos fueron una emergencia.
Pyguasu trató de disuadir al cacique chaqueño, pero el mar de agravios terminó por romper el dique de su paciencia y lo invitó a combatir con las armas que quisiera en un descampado.
El sol del mediodía se derramaba calmo sobre el paisaje esperando el espectáculo mortal. Pronto aparecieron cacique y brujo en el centro del escenario; alrededor de ellos, la tribu del indio local observaba en silencio; por la otra parte, la mujer y los cinco guerreros vitoreaban el nombre de Keve.
Keve estaba ante la puerta de sus sueños. Ahora su nombre sería cantado y comentado en los fuegos de los hombres y sería quien acompañaría la sonrisa de los niños en un relato antes de dormir. Sus músculos se inflamaban y cobraban vida propia debajo de la piel. Sus espaldas y pectorales palpitaban anhelantes. Aseguró su escudo de cuero y la lanza destelló en su mano derecha.
Pyguasu, delgado, huesudo y cansado por los años que portaba miró sus manos desnudas y las unió como si rezara.
El tambor anunció el momento del ataque. Kevé lanzó un grito furibundo que hizo temblar los árboles y atacó primero. La tribu de Pyguasu fue testigo de la enésima vez que éste se convertía en tierra y sonrieron en silencio.
Keve, un tanto confundido miró en derredor suyo buscando a su enemigo, achicó los ojos y se percató de lo que había pasado. Por un instante creyó comprender la cobardía del viejo brujo y comenzó a patear la tierra con furia ascendente, pero ésta súbitamente se abrió a sus pies y se lo devoró.
1 comentario:
Muy buen relato, gracias por compartirlo.
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