
Entre los doscientos cuarenta y tres mensajes electrónicos que llegaron ese día, Don Martínez de la Horca recibió un par que aludía a la historia revisada de hechos que lo tenían a él como protagonista.
En el título se mencionaba que se habían narrado los sucesos en modo diverso a como realmente ocurrieron. Dado que él, heredero de una tradición en la que el pundonor y la gloria habían acompañado siempre los actos de los de la Horca, consideraba que la historia oficial le era injusta, decidió abrir dichos prometedores documentos.
Años atrás, cuando uno de sus nietos le había acercado este engendro de máquina, cargada con maravillosos sistemas que lo conectaban al mundo, le había parecido una tecnología digna de haber sido introducida por él a este atrasado país en el que vivía. Como su virtual detención domiciliaria le impedía visitar los lugares en los que la gente de bien se vinculaba con los hechos de la realidad, no le quedaba otra salida que esta que le proponía el nieto. La última vez que abrió un mensaje desconocido había sido de un tratamiento para conservar por más tiempo las erecciones, pero el chasco era que necesitaba tener una para comenzar el tratamiento. Estafadores, dijo el gaucho, y no habló más del tema.
Aun considerando tantas chambonadas como la narrada, el hombre decidió continuar una inspección de los dos mensajes que prometían una neo revisión de la historia. Por lo que le habían enseñado, ambos mensajes estaban libres de riesgo y por ello abrió el que decía “primera parte”. Y se quedó muy contento con lo que allí leyó. Se comentaban elogiosamente algunos discursos de la época, entre ellos al menos dos de él mismo, el primero, aquella primera noche en el gobierno y el otro, poco antes de ser desplazado.
El primer mensaje decía que, en el segundo, toda la verdadera trama de mentiras antinacionales sería descubierta, por lo que Don Martínez de la Horca lo abrió sin hesitar, lejos ya de sospechar algo malo. Craso error.
No fue más que hacer clic en la apertura que el mensaje se convirtió en un virus letal, aprovechando la brecha abierta por el primero. Comenzó haciendo caer las letras de todos los archivos que iba abriendo automáticamente. Don de la Horca alcanzó a ver pasar por ahí los capítulos de sus memorias, destrozados por manos virtuales hoja por hoja. Todo era convertido en amasijos de ceros y de unos sin sentido.
Pero una vez que hubo terminado con la memoria de la máquina, el virus la emprendió contra las partes físicas de ella. Y cuando provocó aquel ruido parecido a espuelas militares sobre cuerpos humanos, mientras en el monitor se esbozaba la foto de su nieto, de la Horca estaba cayendo ya por las escaleras al muere, mientras la voz de su nieto repetía, desde lo que quedaba de su computadora:
—Tené cuidado con el spam, abuelo; cuando tiene pinta de ser amigable, suele ser terrible.
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