jueves, 31 de julio de 2014

El oficio - Ana Caliyuri



Comencé a silbar mi canción favorita mientras camino cabizbaja, dicen que las damas no deben silbar, pero la canción comienza con un silbido que no esquivaré. No quiero persistir en el error de buscar las luces gloriosas de la creación en un tarro antiguo; sería algo así como esperar el renuevo de la inspiración bajo la lámpara a kerosene y no estoy dispuesta a ello. Cantaré a la dulzura de la luz para sostener el fortísimo lazo con las palabras. Creo en las herramientas ,en los espejos y en el lavoro. Cantar victoria es de palabras muertas y caer en la trampa de la verticalidad y el poder es celebrar un presidio. Amo la libertad del error porque es factible que en ese statu quo también encuentre el acierto. Me gusta la compañía de los ojos que imagino leyendo estas letras, y los ríos de cauce seco. La emoción se encarga de alimentar los ríos con lágrimas a cuestas, y el sol con su dominio profundiza en mis tinieblas. Llevo tiempo silbando mi canción favorita, se me ocurre susurrarla para trocar sus acentos por el vuelo infinito de las palabras. A veces siento el eco de esta libertad que se paga con soledad, pero, hay un hado poderoso que alienta a mi corazón para escribir la noche más oscura sobre la faz clara del alma. Cosas del oficio que no halla el alivio ni aun siendo luz indomable.


Acerca de la autora:  Ana Caliyuri 

Nubila y el amor - José Luis Vasconcelos




Nubila salió a la calle. Aún temblaba. Hacía muy poco que la había estrechado entre sus brazos. Respiraba todavía su aroma. Sentía el calor de su piel tersa.
Nubila sabía que no la vería más, porque aun amándola tanto debía borrar su recuerdo. Todo se había complicado; una de ellas debía sobrevivir. Así estuvo mejor.
Nubila puso punto final a esa relación que le impedía ser completamente feliz.
El recuerdo del hombre que amaba surgió en sus pensamientos y todo lo que dejó atrás ya no importaba.
Nubila subió presurosa al auto de alquiler. En la calle vio a una niña pequeña que sonreía. Le recordó a su hija, a Nabila. Un llanto lejano y angustioso ardió entre sus venas. Cerró los ojos y sacando fuerzas de flaqueza trató de olvidar cómo se retorcía el cuerpecito entre las llamas. Ahora era libre para amar, libre al fin...
Nubila fue hacia su hombre, hacia el amor.



Acerca del autor: José Luis Vasconcelos


Esperanza será tu nombre - Lala Prior





Esperanza será tu nombre, al casco lo voy a reforzar con mas de la noble madera que natura puso en mi mano, pronto el formón la talla de tu cuerpo encontrará  y un destino de mar tendrás.
Esperanza se dijo como si la sola palabra lo acicateara para que el golpe sea dado con  mas sentido, con mas precisión en busca de la perfecta gestación.
Unir madera con madera, menudo trabajo, poco hierro mucho tarugo y la perfección del maestro.    
Las tablas ya trabajadas con resina relucen al celeste, el horadar del taladro inunda de aromas el aire provocando que se perciban los aromas del bosque, junto a los sonidos de miles de pájaros que se han posado en ellas, dejando el canto de muchas primaveras el arrullo de muchos inviernos y los nidos de vida que en la antigua rama claman  en gorgojos por la evocación, grandes nevadas y copiosas lluvias templaron tus fibras el hacha impertérrito cerceno tu épica historia pero tu esencia aun vive, avanza sirviendo para nuevos horizontes, solo un madero marrón claro ve el que solo mira por mirar,  vida interior, savia que el sol muy salado madura con ayuda del tiempo para renacer como fénix ofreciéndose generoso, ve quien siente al mirar.
Esperanza repitió, mientras el cepillo se atragantaba de viruta, una gota de sudor rodó por su frente bajando por la nariz para terminar perdida en la arena como las otras, la mañana esta soleada y el calor del verano se hace sentir humedeciendo los músculos de Antonio, no es el calor lo que mas le quema, es su fuego interno, sus ganas de no parar en su empresa, varios meses lleva él con su cometido, desde que se entero de que se llamaría Esperanza, pero ¿que es el tiempo? acaso él lo mide en números como los letrados, no, él simplemente lo acompaña en su andar sin contar las gotas de sudor caídas, la espalda ya no lo sigue como antaño pero la Esperanza lo alienta para hacerse fuerte, ignorando el dolor.
Sus manos cuando trabaja están separadas de su mente, se mueven precisas e independientes, dando forma al costillar de la embarcación, carabelas, nao, bajel, zabra, galeras, botes, cientos de nombres y muchos mares surcaron sus palmas para que memoriosas y artesanas repitan lo que sus ancestros por miles de años le dejaron, herencia marinera, esto no se aprende en la escuela, no se enseña en las universidades esto se hereda, se nace con venas de ríos, piel de arena, pelo de algas y manos de gaviota.
El sol empieza a fundirse con el mar para que en la marea los colores del azul al rojizo bailen junto a el ocaso, la pajarada alertada por tan singular melodía huye buscando el sueño reparador, constante en su ir y venir las espumosas olas avisan susurrante la baja con falsa quietud, y la playa por un momento parece detener esta danza marina para dar paso a las sombras del atardecer.
Caminando despacio entre aparejos, rotas redes y viejos toneles, el galerna sopla suave  acompañándolo al poblado, casi lo lleva abrasado hasta las primeras casas para luego diluirse por las polvorientas calles, Antonio saluda a quien lo nombre ofreciendo un gesto risueño, para seguir con su paso lento pero firme, la caja de herramientas en bandolera y el sosiego del que ya a concluido la diaria tarea entornan su silueta.
Pasar por la cantina es cuestión de costumbre, no más que un clarete como para atemperar el alma y a escuchar, que la sardina viene flaca, que los recursos naturales hay que cuidarlos, que si esto sigue así la pesca se muere, que los políticos prometen pero el pueblo no da para más, que sigue la huelga de mariscadores en el norte, y a escuchar, Antonio escucha, asiente o niega  a según la referencia, pero su mente esta todavía en la playa junto a las cuadernas , las descarnadas costillas del ser que esta creando y  pronto tomara forma, será la Esperanza “ muy mujer, muy marinera”, para poder abrasarla con las manos de gaviota y la ternura del marino ese que tiene venas de ríos, piel de arena y pelo de algas, su mente viaja por azules blancos celestes verdes turquesas y mucho le cuesta cambiar de colores olores o sonidos, el clarete, la cerveza y las tapas hoy poco lo atraen, la conversación con los amigos nada le significa. Abrir la puerta de su casa para que la Juani corriendo lo abrase con pasión si le significa, una panza llena de vida lo rosa sin decoro como para decirle acá estoy, y él ahora es todo esencia, olvida por un momento la playa mientras la Juani no para de besarlo, lo besa como si no lo hubiese visto por años, como si regresara de la guerra, o de la muerte, lo besa arrimándole ese vientre que la acompaña desde hace ya muchos días y que ahora él agachado acaricia con ternura mientras apoya su cabeza y siente el palpitante desarrollo de la existencia.
La siente llena de él y de ella, ve los jugos unidos como la savia dentro de las tablas madurando al sol, y sabe que por un segundo fueron uno, en el juego cariñoso el placer los elevo hacia las tierras del amor, sin buscar nada, sin pensar nada, a sus vidas la Esperanza les llegó.
Ve largos inviernos con interminables nevadas, lluvias, veranos calientes y borrascas entre juegos, sacrificios, el canto de los pájaros, el levante, y la playa con el astillero de otros barcos que sus manos crearan, esto si le significa.
Ella la bautizo Esperanza. Él puso a su disposición una nave que supo hacer con sus  manos, solo para que ella surque los mares recalando en los puertos de la imaginación, quienes la han visto dicen que tiene venas de ríos, su piel es de arena, su pelo de algas y sus manos de gaviota.
A la Juani y al Antonio con eso les basta...  


Acerca de la autora:  Lala Prior

sábado, 26 de julio de 2014

A enredar los cuentos - Gianni Rodari


—Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
—¡No, Roja!
—¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”
—¡Que no, Roja!
—¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de papa”.
—No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
—Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
—¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
—Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”
—¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”
—Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
—¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
—Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
—¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
—Exacto. Y el caballo dijo…
—¿Qué caballo? Era un lobo
—Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
—Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
—Bueno, toma la moneda.

Y el abuelo siguió leyendo el periódico.



Acerca del autor:  Gianni Rodari


El arroyo seco - Héctor Ranea




Blachto manejaba su camión de reparto con la concentración de siempre. Casi a la entrada del cementerio vio las tres mujeres caminando al borde de la ruta, con dificultad pero decididas. Iba la más joven atrás, vestida con una remera negra y una calza tan negra que podría haber pasado por carbón. La del medio era la más vieja y su atuendo no era menos negro. Un saco llevaba que parecía de hombre, la pollera amplia y negra, las medias negras, un pañuelo negro y los ojos tan llenos de negrura que Blachto se distrajo demasiado. Al frente del cortejo iba la madre, seguramente, de la más joven, a su vez hija de la del medio. De pies a cabeza vestida de negro, camisa, vestido, saco de lana y pañuelo en la cabeza. En las manos llevaba flores que parecían sangre de toro, oscuramente roja, de ese rojo que sólo combina con el negro.
Blachto supo que tenía que pisarlas. En medio de un estremecimiento casi involuntario, el camión se salió del estrecho camino, pisó la banquina que oficiaba de vereda a las tres mujeres de negro y las atropelló sin más ruido que sendos golpes secos en la parte de abajo del camión de reparto. El repartidor se descompuso y un vómito lo sorprendió al mando aún del camión desbocado y para cuando recordó el puente mínimo fue tarde. Cayó torpemente al arroyo seco. El golpe lo terminó de ahogar aplastando su pecho contra el volante, si no fue el vómito antes. Las mujeres continuaron caminando hacia el cementerio dando apenas una mirada al accidente. Y aún no han llegado.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

Casas tomadas - Guillermo Vidal




Las casas no estaban habitadas y seguían funcionando en automático esperando a los dueños. Por la mañana el café humeante estaba servido en la mesa de la cocina, junto a las tostadas, el dulce y la manteca. Un jugo de naranjas recién exprimido y las noticias en la pantalla. Luego de una hora los servicios desarmaban la mesa y mientras se terminaba de asear las habitaciones, regar las plantas y verificar la provisión de alimentos, una suave música acompañaba las tareas. Con el mismo rigor sucedía el almuerzo, servido puntual, respetando el cronograma de alimentos, equilibrando nutrientes y al gusto de los dueños. Se retiraban intactos para servir el postre y el café.
Merienda y cena seguían el destino silencioso al bote de basura. Luego de una película, las luces se atenuaban para el descanso de los ausentes y los servicios automatizados entraban en modo pausa, un grupo reducido de vigilancia quedaba atento a los ruidos y los merodeos de extraños para proteger la casa. Era la hora de Palni, que se hallaba en el escondido para evitar las cámaras de seguridad y poder hurgar en la basura. Encontró una suculenta pechuga con ensalada. Se esforzó en dejar todo ordenado, los automáticos podían darle cacería si ensuciaba la vereda. Si hubiera escuchado las advertencias cuando era el dueño de casa, pensó con nostalgia, pero no estaba en peores condiciones que sus vecinos. Los automáticos eran inflexibles.


Acerca del autor:  Guillermo Vidal

miércoles, 23 de julio de 2014

Los morfemas del fracaso - Héctor Ranea




Aproximadamente un año después de comenzar su primera novela, Kirlian Josephson dio por terminada su tarea de intentar siquiera terminarla. Estaba harto de que los personajes hicieran cosas que él no quería.
Cuenta al paje, aunque él no entienda, que el colmo le llegó el día que estaba escribiendo sobre el Barón Razumi, un japonés en la corte del Rey Ludwig, tratando de que el oriental aceptase brindar con la mano izquierda porque sostenía con la derecha la mano de la Contessina Mizzi con quien planeaba una huída espectacular hacia América, pero con la complicidad de la señorita y su paje de ella, el Barón le dijo que por qué no se metía el champán en algún lugar que K.J. no mencionaría por pudor y por avaricia: una bebida tan fina así desperdiciada no merecería perdón de nadie.
De modo que el escritor resultó escrito. La novela del Barón Razumi se tituló “A la salud de Ludwig” que fracasó, al parecer, por su cacofonía. Kirlian Josephson, en cambio, la tituló: “El Barón ramplón”. El fracaso se debió a la homofonía con la novela de Ítalo Calvino. Nadie supo nunca para qué querría K.J. que el Barón brindara con la mano izquierda.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

Sobreviventes - Nélida Magdalena Gonzáles




Una guerra mundial devastó el planeta. Desde lo alto de una cumbre dos individuos observaban lo sucedido. Unos catalejos de gran alcance óptico les servía de ayuda.
Los ecosistemas presentaban un aspecto desolador. Peces flotaban sobre ríos y mares, mamíferos y aves yacían calcinados entre árboles carbonizados por el fuego.
Los cadáveres humanos se esparcían sobre tierras contaminadas, apenas un centenar de sobrevivientes trataban de levantarse. Los que lo lograban caminaban como zombis. Deformados por los efectos de las potentes armas usadas, no tardarían en pudrirse y morir.
—¿Cuál es el motivo por el cual no nos vimos afectados por la hecatombe? —preguntó Juana esperando respuesta.
—Somos una especie que ha evolucionado a tal punto de camuflarnos entre los humanos sin que se den cuenta —respondió Héctor iniciando un relato.
Durante años trataron de exterminarnos, al hacerlo nuestros antecesores trataron de encontrar la manera de penetrar en su interior para parecernos a ellos.
Mediante algunos cortes que con descuido se hicieron con vidrios un macho y una hembra, en un laboratorio, lograron introducir en su torrente sanguíneo gran parte de nuestro código genético.
Al aparearse y sin percatarse de lo que ellos mismos habían provocado tuvieron dos hijos que se reprodujeron hasta llegar a nosotros.
—¿Entonces somos los únicos sobrevivientes? —indagó.
—Creo que no entendiste lo explicado, al decir nosotros me refiero a miles de nuestra variedad que podremos sobrevivir hasta dos meses sin comida y quizás un mes sin agua. Hemos superado al hombre a tal punto que le robamos su inteligencia infiltrándonos en sus viajes espaciales.
Al llegar al planeta atribuido con el nombre Marte, clonaron a los verdaderos humanos, realizado este procedimiento se les dio muerte. Los que regresaron fueron programados para decir que no hallaron nada, pero en realidad el lugar era habitable.
La base científica que se formó allí alcanzó un poder de control sobre este planeta, a tal punto de dejarlos que lo arrasen los mismos mortales para tener el control del mismo.
—¿Entonces quizás podremos sobrevivir? —dijo atónita.
—Definitivamente, en horas vendrán a buscarnos a cada uno de nosotros, con las sofisticadas naves preparadas para este momento.
Cuando nos instalemos hallaremos la manera de descontaminar la Tierra. Nosotros no lo veremos pero para dentro de cientos de años programaron una limpieza total del lugar. Será entonces cuando los llamados “Insectos”, retornaremos nuevamente aquí, dando lugar a un cambio rotundo.


Acerca de la autora:  Nélida Magdalena González

jueves, 17 de julio de 2014

Revelaciones sobre la fama - José Luis Velarde




Los noticiarios informan el aparecimiento de un frenesí vicioso capaz de supurar lujuria durante días enteros. Acompaña sus manifestaciones con piezas de oratoria insuperable. Repite un síndrome advertido en Juan Tenorio, Casanova y otros parranderos de mayor o menor renombre según el anonimato disponible o el afán exhibicionista de cada uno de ellos.
Al anonimato contribuye la actitud asumida por los afectados, pues no siempre desean endilgar quejas tras concluir sus encuentros con un frenesí acompañado de oratoria insuperable. Resulta obvio que algunos se avergüenzan, otros manifiestan conformidad con lo conseguido y que son muchos los que consideran injusto pelear por un hallazgo que los ha hecho tan felices como nunca soñaron.
Otro factor influyente para que prevalezca el anonimato es la presencia de reporteros, cronistas de la vida social, historiadores, paparazos, detectives, comadres o chismosos; cada época les concede nombres diferentes, empeñados en saber cómo un frenesí vicioso llega a adentrarse en una persona para afectar a determinado sector de la humanidad. Es lógico suponer que ciertos cargos y posiciones cuentan con más analistas. Entre ellos uno puede referir los relacionados con la nobleza, los otorgados por la fama, el mundo del cine, los gobernantes y el monto de las fortunas involucradas.
No suelen difundirse las historias surgidas en otros estratos sociales a menos que devengan en hechos delictivos enredados con historias patibularias.
¿A quién le importa saber la vida de un miserable por más seductor que sea?



Acerca del autor:  José Luis Velarde

Historia de los O - Rafael Blanco Vázquez





Aquella noche, Lito O. volvía a su casa dispuesto a contárselo todo a su mujer, Gimena. Llevaba un tiempo acostándose con Vera, la mujer de su hermano Agustín. Agustín O. era un hombre al que no le importaba nada, salvo pescar con un par de amigos solterones. Se pasaba la vida en la costa, pescando y comiendo paella. Lito iba rumiando en su cabeza las palabras que utilizaría para suavizar la situación. Cuando entró en la casa, se fue directamente al dormitorio y se encontró con su mujer cabalgando encima de su otro hermano, Jotapé.
¿Qué haces, puta asquerosa?
Gran noticia, Lito: tu hermano Jotapé ya no es maricón.
Pues ya me quedo yo más tranquilo, no te jode.
Lito se fue al salón y se sirvió un whisky cuádruple. Al poco llegaron Gimena y Jotapé dándose besos.
No te pongas así, Lito— relativizó Jotapé. Además, ¿no te basta con follarte a Vera?
¿Perdón? —Se sorprendió Lito.
¿Que te pensabas que no lo sabíamos? rió Gimena. Ya sabes cómo es Vera, que lo cuenta todo.
Todo no  gruñó Lito. A mí no me había contado que os lo había contado a vosotros.
Lo importante en todo esto es que, como dice Gime, ya no soy maricón.
Lito se bebió el whisky de un trago.
Joder, hermano insistió Jotapé. Si me follo a tus amigos no estás contento, si me follo a tu mujer tampoco. Es que no compartes nada conmigo.
No empieces a lloriquear, Jotapé, que te conozco. Está bien. Podéis estar tranquilos. Yo me voy a dar una vuelta.


Lito O. salió a la noche y mientras paseaba pensó:
Hay que ver lo que son las cosas.
Entonces se encendió un cigarrillo. Se lo fumó. Tiró la colilla al suelo. La pisó. Pensó:
Si es que no somos nadie.
Y siguió caminando.

Al día siguiente hubo comité familiar. El gran patriarca de los O., Alejandro, presidía la mesa. Estaba enfurecido. Todos esperaban en respetuoso silencio, atentos a lo que tuviera que decirles. El patriarca golpeó la mesa con el puño.
Coño, joder, hostia.
 Pero papá exclamaron los hijos al alimón.
Papá mis cojones y se fue, enrojecido y desmelenado.
No se lo tengáis en cuentaterció Josefina, la mater familias. Ya sabéis cómo son los psicoanalistas.

Uno tras otro, con el rostro ensombrecido, fueron dejando la casa de su infancia. La madre los abrazaba a todos en la puerta, los besaba y alentaba, les decía:
—No os preocupéis, bonitos. Todo se andará.
El día estaba desapacible. Las calles estaban vacías. Por el cielo corrían nubes negras y por el suelo serpenteaban sombras inquietantes. Agustín se fue a la costa, donde lo esperaban sus amigos. Aunque ya lo conocía más que de sobra, Lito no pudo dejar de extrañarse:
¿Es que este Agustín no piensa cambiar nunca?
La gente no cambia, Lito sentenció Jotapé.
Sobre todo tú, maricón.
Tú siempre tan desagradable. Tú siempre dispuesto a soltar maldades. Yo de verdad que es que vamos.
Ya estás lloriqueando otra vez. Mira, yo me voy.
Los hermanos se separaron sin un abrazo.

En casa de Lito esperaba Gimena cocinando.
Lito, mi amor, te he preparado tu plato favorito.
Gracias, tesoro.
¿Cómo te fue?
Como siempre.
Las cosas de la vida, cariño.
A veces pienso que la vida es un cansancio. Pero otras veces pienso que no. Este valle de lágrimas es un lío.
Tranquilízate, pequeñuelo, ven a mis brazos.
Y se fundieron en un tierno achuchón que duró no menos de diez minutos, al cabo de los cuales Gimena preguntó:
¿Y tus hermanos? Bueno, Agustín se habrá vuelto a la costa, claro. ¿Pero y Jotapé?
No sé, apenas nos dijimos adiós.
Pobre, con lo sensible que es. Seguro que anda llorando por las esquinas. ¿No quieres que lo invitemos a comer?
Está bien. Llámalo y que se venga. Pero que se dé prisa, que tengo mucha hambre.


Acerca del autor:  Rafael Blanco Vázquez

jueves, 3 de julio de 2014

Una aventura peculiar - Stella Maris Rojas (Paula Duncan)


Se decide a partir a escaparse a desaparecer, a buscar una esperanza.
Hace muchos días sin noches que el sol quema la tierra. Ya casi no queda vestigio de nada.
Decide marcharse y durante años recorre montañas, valles desérticos, cauces vacios.
Solo tiene algo en mente y nada ni nadie podrá quitárselo, lleva un sueño apretado en sus manos agrietadas y el corazón palpitante, aunque cada vez late con menos fuerzas.
Es todavía joven pero ya no tan fuerte; en su morral, sus tesoros algunas frutas algo de ropa, y el mas importante una lata con el elemento mas valioso y que esta dispuesto a defender con su propia vida.
Camina y camina el sol abrasador lastima sus ojos y su piel; casi no hay lugar donde guarecerse de sus rayos solo encuentra a su paso desechos achicharrados de arboles, casas y también algunos cadáveres calcinados por el calor, seres humanos, mascotas, ganado.
En alguna oportunidad se cruza con otros caminantes, todos se miran con desconfianza; la solidaridad y el respeto han desaparecido junto con los pueblos las cosechas y los animales.
Algunas veces duda, no sabe si va en la dirección correcta, el resplandor del sol enceguece al golpear contra cualquier objeto y ya casi no ve ansía con toda su alma un momento de oscuridad, para descansar sus ojos y su mente afiebrada.
Días o meses después se encuentra en una bifurcación del camino el calor y luz es tan fuerte que lo ciega como la mas negra noche, se deja envolver en ella y cae al costado del camino sin saber que decisión tomar; se duerme agitado por la fiebre y sueña con otro mundo con otra vida que ya no sabe si es real o no pero puede sentir el placer de la lluvia empapándolo de un atardecer exquisito, con la mitad del cielo aun claro y algunas estrella colgando del terciopelo azul como joyas en un gran alhajero, se piensa tomando agua fresca y el placer lo transporta directamente al paraíso.
Pero se despierta y comienza a caminar; hacia cualquier lado sin siquiera pensar su elección, al tiempo de estar caminando se le acerca una joven harapienta, su belleza se nota aun en la mísera apariencia tiene una larga cabellera oscura y unos ojos negros demasiado grandes en su carita famélica, y le dice: "¿puedo caminar a tu lado? Juro que no te molestare; es que tengo mucho miedo".
Y así siguen juntos en la aventura acompañándose, casi sin hablar pero cada uno confiando en el otro sin saber porqué.
No pueden medir el tiempo que llevan juntos; no hay nada que corte el inmenso calor y la claridad pero ya están agotados casi al limite de sus escasas fuerzas, sienten que lentamente ellos también van desapareciendo e intuyen un futuro espantoso.
Llegan al borde de una pequeña cadena montañosa, no saben si la energía les alcanzara para atravesarla, pero el deseo enorme de saber que hay mas allá, les da un soplo mágico de voluntad y comienzan a ascender, a mitad de camino cuando ya están muy agotados, se comienza a levantar un fuerte viento que amenaza con arrastrarlos, lejos, literalmente se prenden de los bordes para evitarlo, pero la montaña comienza a ceder ante el impulso del viento abrasador, esta tan seca que se resquebraja como alas de mariposa.
Haciendo un ultimo y terrible esfuerzo llegan a un borde donde pueden descansar , recobran el aliento, y un aroma les llega desde el fondo de la montaña que parece haber abierto una ventana para ellos, es el perfume mas exquisito, olor a tierra mojada ese que se huele minutos antes de la lluvia, se abrazan desconcertados.
Y así abrazados sienten como la tierra cede bajo sus pies y comienzan a caer; esta todo oscuro sus ojos acostumbrados al resplandor no ven nada, siguen cayendo largo rato, aunque casi sin lastimarse, y la travesía los deposita en una alfombra fresca de pasto verde y húmedo.
No salen todavía de su asombro cuando una lluvia tranquila los moja, se sienten vivos por primera vez y se quedan juntos bajo la lluvia dejándose lavar heridas del cuerpo y también las del alma.
Todavía perplejos comienzan a caminar y descubren que el otro lado de la montaña es verde y húmedo y un arroyo corre por su ladera, se miran sus manos y ya no están resecas y agrietadas, su piel y sus ojos han vuelto a la normalidad se sientes verdaderos seres humanos.
A lo lejos se divisa una ciudad pero eso no les interesa van a quedarse ahí cerca del arroyo al pie de la montaña, construyen una pequeña casa y deciden ser felices con lo poco que tienen y no ambicionar lujos y placeres, ya en su vida anterior les fue muy mal haciéndolo.
Cuando se han instalado totalmente y se sienten plenos teniéndose el uno al otro, sin necesitar nada más; el busca la lata de su tesoro y la esparce por el fondo de su casa, se felicita por haber podido conservar algo tan valioso.
Al poco tiempo con la ayuda del sol y las lluvias comienzan a salir de la tierra los primeros brotes de las semillas que el tanto había cuidado en el infierno.

Sobre la autora: Stella Maris Rojas (Paula Duncan)

domingo, 22 de junio de 2014

La inmolación por la belleza - Marco Denevi


El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor. 
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón. El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.

Acerca del autor: Marco Denevi

Búsqueda segura - Mario César Lamique


Y acá estoy en plena búsqueda, te tengo que dejar; en el mismo movimiento corta y cierra el celular
Martino Ruiz Navarreto estaba enfrascado revolviendo su casa, dándola vuelta como él decía .
Martino refería que se trataba de una deformación profesional ya que los directores técnicos siempre están buscando , variando, tratando de encontrar lo mejor para el equipo y eso...eso mi querido ...lleva tiempo.
Martino Ruiz abría cajones y los cerraba violentamente al descubrir que lo que había adentro no era precisamente el objeto de su búsqueda, esta acción le aumentaba la ansiedad a cada momento, la visión se volvía acotada, nublada, apunto de llover, esto no le dejaba tomar debida cuenta de los lugares en los cuales ya había buscado y el volver a ver la misma ausencia en el mismo espacio lo llenaba de inquietud...y algunos me dijeron una vez y la verdad creo que no están muy equivocados, que por ahí pasaba su buscar, lo mismo le pasaba al costado de la cancha.
Martino Ruiz Navarreto Caminaba sin parar dentro de su casa como si pisara una línea de cal y se dirigía a cada rincón, y esto le lavaba toda la noche, toda la madrugada. Los vecinos se quejaban de los ruidos que producía.
¡Pero buscar hace ruido che! gritaba hasta que lo hacían callar, pero buscar hace ruido...che... repetía pero en voz baja, pero triste, pero esta vez nadie lo oía
Martino regresaba del entrenamiento subido en su apuro y entraba casi con desesperación tirando el bolso, la campera en la entrada y va corriendo detrás del televisor donde esconde una llave Trabex que encontró hace muchos años cuando era chico y volvía de la panadería, la escondía para buscarla y para tardar en encontrarla
Martino Ruiz abre el botiquín, busca debajo de la cama, busca adentro del ropero donde a veces encuentra "alguna ropa que su esposa se dejó olvidada”. Esa es la gran diferencia con ella: "deja cosas pero no las busca”. Busca en el tacho de basura revolviendo bandejas con restos aceitosos , buscaba detrás de los azulejos (para lo cual hay que sacarlos), buscaba entre los libros (pocos), buscaba entre los videos con los partidos de su equipo, buscaba en el cajón llenos de fotos, de su época de jugador, de su época de alcohólico, fotos en general.
Martino Ruiz Navarreto decía que un director técnico se debe entrenar en la búsqueda, que tiene que haber un método, una disciplina y siempre un margen de error, eso decía, él que no era de hablar mucho.
Martino se comunicaba la comisaría 37 para hacer la denuncia del robo de una llave...cada noche llamaba, ninguna noche venían.
El buscar cansa che, el buscar cansa, pensaba mientras se dejaba caer en el sillón, no sin antes volver a mirar debajo.
Martino Ruiz se levantó con cierta dificultad y se dirigió detrás del televisor agarró la llave y se la puso en el bolsillo, el entrenamiento de hoy, había finalizado.

Sobre el autor: Mario César Lamique.

jueves, 19 de junio de 2014

Vorágine - Rafael Blanco Vázquez


Ring.
—Dime.
—Noe, concédeme una onza de tu tiempo, un gramo de tu vida, unas gotas de tu ser.
—A mí no me hables así que te endiño.
—Ojú qué bruta.
—Ni bruta ni cojones, qué guarrería es ésa de unas gotas de tu ser.
—Quiero decir que a ver si nos vemos, que me tienes abandonado.
—Es que una tiene cosas que hacer, no como el señorito, que le ha dado por la poesía.
—Me siento muy solo, Noe. Las mujeres no me quieren, me aburro un huevo.
—Ay mi príncipe.
—Y tú entre tu curro y tu novio no tienes ni un minuto para mí, y así no puede ser, que yo necesito contarle mis penas a alguien. Veámonos, rubiecita de pelo ensortijado. ¿No ves que tus bucles singulares le dan sentido a la vorágine de mi vida en la gran ciudad?
—Eso me ha gustado. Así sí, ¿ves tú?
—Lo conseguí, yuju piruju.
—Consulto mi agenda y te digo. Te puedo ver entre las 16 y las 17 del 15 del 3 del año que viene, o sea dentro de 4 meses. ¿Lo anoto?
—Pero Noe.
—La oficina de reclamos cerró hace tiempo.
—¿Y qué hago yo hasta entonces?
—Confío en ti. Un beso

Ring.
—Dime, Zoe.
—Te acabo de llamar y comunicaba.
—Estaba hablando con mi amiga Noe.
—¿La de las tetas?
—La misma que viste y calza.
—Le tengo una envidia.
—Con lo buena que tú estás.
—Tú que me ves con buenos ojos.
—Bueno, qué quieres.
—Proponerte que nos veamos esta noche. Cenita, teatro y copazo.
—Sí, claro. Y al final yo me emociono, te como la boca, tú te dejas y luego te vuelve la histeria, que si no sé, que si qué sé yo, que si la duda me embarga. No, no. Ya estoy harto.
—Pero Joe.
—La oficina de reclamos cerró hace dos días.
—Te prometo que esta vez seré buena. En cuanto acerques tus labios a los míos, te paro los pies.
—Uy no se oye. Uy se corta. Uy uy uy.

Ring.
—¿Noe?
—Que mira, que se me ha caído una cita con mi esteticién dos días antes, o sea el 13 del 3 entre las 18 y las 19. ¿Te vale?
—Eres un ángel caído del cielo.
—Lo sé. Abur.

Ring.
—Zoe, te oigo fatal.
—¿Joe?

Ring.
—Sí.
—¿Joe? Soy Cloe, amiga de Moe.
—¿Quién es Moe?
—El novio de Noe.
—¿Dónde tendré yo la cabeza?
—Que me ha llamado Noe preocupadísima, que dice que estás muy solo.
—La verdad es que sí.
—Pues ya le estás diciendo adiós a tu soledad. Aquí está Cloe. Morena, ojos verdes, sonrisa singular, jamones deliciosos.
—Oye, perdona, ¿tú no serás prostifurcia? Mira que yo lo que necesito es cariño.
—Si tú supieras el cariño que te puede brindar una prostifurcia.
—¿Y tú eso cómo lo sabes?
—Porque ejercí en mi juventud.
—¿Pero qué edad tienes?
—22.
—Ah, claro.
—Así que eso. Esta noche, fiesta. Habrá sexo, drogas, rocanrol, cariño y cacahuetes.
—No sé, no sé. Es que yo tengo un problema, Cloe: me encanta quejarme. Y si voy a tu fiesta y me gusta, a ver qué hago.
—Hacemos una cosa. Si yo veo que te lo estás pasando pirata, te crujo la cara.
—¿Y si me gusta que me crujas la cara? Mira que yo soy un desastre de tío.
—A ti lo que te pasa es que tienes miedo. Ahora mismo voy a tu queli. Y ni se te ocurra no abrirme.

Ring.
—Dime.
—Noe, que tu amiga Cloe viene para acá, que estoy muerto de miedo.
—Tú déjate llevar por una vez. Confía en tu amiga Noe.
—Mira que la última vez que confié en ti estuve tres años de novio.
—Tendrás tú quejas, con lo linda que era Mae.
—Ojú.

Ring.
—Hombre, Joe. Que me ha dicho Cloe que os lo pasasteis de lujo pirujo.
—Una gozada, mi amor. Reímos, lloramos, bailamos, follamos, jamamos, nos duchamos, nos besamos, nos acariciamos, nos cosquilleamos. Un gustazo, vaya.
—Ya me estás dando las gracias.
—Gracias.
—Poco convencido te veo yo a ti.
—Es que.
—Ni es que ni osco.
—Escúchame, Noe, que es muy grave.
—Me temo lo peor.
—Que me sigue gustando Zoe.
—¿La plana?
—Sin faltar.
—Lo de plana pase. Pero es que es una mustia, vamos.
—Bajo la cabeza, de hinojos me postro y pido perdón a Su Majestad.
—Joe, lo tuyo es un crimen de lesa humanidad.
—Lo sé, mas qué puedo hacer.
—Me da a mí que estamos ante un caso perdido.
—Pobre Cloe.
—Tú no te preocupes por Cloe que ella sabe cuál es su misión en esta tierra. Anda, haré una excepción y esta noche te invitaré a cenar. Ponte guapo y tráeme flores, que ya sabes lo mucho que me gustan. Hasta luego, ratón.
—Hasta luego, hermosa.

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

De algunas líneas de fiebre a algunas líneas sembradas - Héctor Ranea



—A Fesor lo siguió Feta, que vino de un Nombre, que salió de una Greso, quien fuera hija de un Ceso. De Feso salió Ceso y aquel de Verbio, el santo, quien fuera engendrado por Crastinar y Fundo.
—¡Ufa, Feta! ¿Me quiere decir dónde termina el hilo?
—El hilo se termina en Crear que nació de un Gutiérrez, pero antes déjeme decirle que...
—¡No lo dejo nada! ¿Será posible que cada vez que le pido que me planche un microcuento, me salga con una novela?
—Está a punto de caer en una metáfora, Fesor. Tenga mano o se inclina derecho a la familia de Clive, el desviáu, como le decían en los pagos de Chapaleuquén, más precisamente en el bar del Payo Florio, donde dicen que cantó una vez Carlitos, disfrazado de gaucho menguante.
—¡Gaucho cuántico! —exclamación seguida de un aplauso por Fesor.
—Cuánto gaucho querrá decir, Fesor. No se me equivoque que acá o se anda por la línea hiperfina o lo comen los tordos albinos.
Kafka se retorcía en Praga, en el cementerio de Praga, pero eso ni a Fesor ni a Feta les importó un reverendo bledo infinitesimal.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

sábado, 14 de junio de 2014

Desiluminación - Andrés Terzaghi



—Encendé la lamparita que hay mucha lu.
—¿Ma´ vo so loco o qué tené?
—¿No te enterastes todavía? La compré antiayer, en lo del gallego. Es una lámpara cofecionada con materiale raro que al meterle una patada elétrica emite oscurida´. Según dicen lo que saben, que e´ buena pa eso de la polución lumínica, ¡qué se yo!, o pa cuando uno etá hinchado del sol y queré etá un cacho en lo ocuro.
—Pero e como cualesquieras lamparita.
—¡Te digo que noooo! Con decite que el mamotreto ete del vecino se compró una de 220 voltio que deja toda la casa en una oscurida´ tal que para encontra el interrutor y apagarla tomó la linternita, pero el tarambana se percató que no alumbraba un chorizo por el efeto ese de la prepotente lámpara. Así que me pidió auxilio llamándome por el celular. Crucé la calle. Vi que su domicilio era una forma geométrica ocura, como una sombra pero con volume. Percatándome que si entraba iba a sumame a la lóbrega situación. ¿Qué hice? Llamé a lo de la empresa de lu y fuerza para que le cortara el suministros léctrico. Nomá pasada la hora lo veo salí de la casa medio voleado. El brillo de lo ojo se había estinguido, parecía do bolita de ladrillo en una geta de póker. Me estampó una mano en el hombro y confirmó: Juancito, lo que no pude ver allá me asombró, pero no te lo recomiendo.   


Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

La pausa y la reiteración – Francisco Garzón Céspedes


El narrador oral contaba con adultos un cuento sin edad, se acercaba al final y dijo: “Con tan mala suerte que los monos... los monos tiraron una cáscara de plátano, el elefante la pisó...”. Debía decir: “¡Y se cayó!”. Pero el día no era bueno: discusiones, lluvia y faringitis. Equivocándose exclamó: “¡Y desapareció!”. Con lo que el cuento perdía su sentido, porque el final era que el elefante al caerse comprobaba que no desaparecía, y levantándose respondía animoso a la duda de sus amigos. Cuando el narrador oral se equivocó afirmando: “¡Y desapareció!”, deseó que el proscenio se abriera y lo tragara. Deseó desaparecer. No podía traicionar al cuento, ni a sí mismo, ni al público, ni a aquel recinto, por escénico, sagrado, ni a la circunstancia amorosa, optimista. Hizo una pausa, y siempre mirando a los ojos de la gente, retrocedió hasta el centro del escenario y se detuvo, abrió y cerró los brazos, y con un énfasis de una tristeza lenta, reiteró: “...¡y desapareció!”. Hizo otra pausa, retrocedió hasta el fondo, mientras buscaba ansiosamente una solución y, en el momento en que su espalda tropezó con el mar negro de la cortina, de nuevo abrió y cerró los brazos, con mayor rapidez y amplitud, y con alegría reiteró: “¡y desapareció la cáscara de plátano bajo su enorme pata al caer! Y con su trompa verde se tocó cada una de las patas azules y estaban allí. Y el lomo rosado, y estaba allí. Y las orejas amarillas, y estaban allí. Y se levantó y otra vez comenzó a bailar. Y sus amigos le dijeron: Pero, Guy, ¿un elefante no ocupa mucho espacio y, si se cae, puede desaparecer?Y él respondió: ¡Sí, un elefante ocupa mucho espacio y, si se cae, puede desaparecer; pero, si quiere, si quiere, si quiere también se puede levantar!”.



De gaviotas de azogue  34
Sobre el autor: Francisco Garzón Céspedes

martes, 10 de junio de 2014

Aula - Martín Rabaglia




Él tenía mucho frio. Pero tenía que llegar a aquel edificio enorme, de miles de pisos, ventanas y puertas para continuar el día. Desde lejos vio el cartel “Universidad”, acelerando el paso, sintiendo su nariz completamente congelada.
Detuvo su carro en las rejas y le llamó la atención que estuvieran abiertas. Sin dudarlo, tomó su bolso e ingresó en el edificio. Se sienta en el primer banco, de la segunda fila en el aula “005”. La luz está apagada, las ventanas cerradas y el aire frío congela las manos de cualquier osado caminante en las veredas, pero no allí adentro.
Él miró a su alrededor por primera vez para obtener una perspectiva gris de aquella gran aula, sin embargo el se hallaba feliz.
Luego de unos minutos de quietud, abrió su cuaderno y mirando al pizarron con atención escuchó al profesor copiando con exactitud cada una de las palabras, gráficos, sugerencias y hasta momentos de silencio. Tomó aire y regresó su mirada al pizarrón que seguía en blanco mientras algunas sombras mentales intentaban descifrar los rastros de marcas antiguas, de otras clases, de otros años, ...de otros....ajenos a su propio mundo de miseria, olvido y pobreza.
Sus compañeros no escuchaban, no callaban, no inventaban, ni protestaban, aquellos miles de millones de alumnos copiaban igual que él absolutamente toda palabra, grafico, linea... y los silencios.
En el medio de la oscuridad, una mano quebró la atención, algún intruso ingresó al aula... un uniformado ante el miedo y el frío de esa misma noche...
Los profesores y los millones de grises alumnos, observaron con caras largas y esperando la señal del muchacho señaló con su dedo y pensó que lo mejor sería callar al guardia, quizás por miedo, quizás por simple silencio, para que nunca más interrumpa a nadie. Los millones de alumnos se amontonaron uno a uno encima del uniformado y sus sombras comieron la sombra de este pobre hombre.....
Finalizada la interrupción, la clase siguió con normalidad pero cuando las primeras luces del día comenzaban a atravesar la ventana, el muchacho guardó sus cuadernos, lapiceras, pinturitas, reglas, y calculadoras en su bolso, saludó uno a uno a sus compañeros (miles de compañeros) y observó por ultima vez al uniformado con su rostro teñido en sangre quién ya se había hecho amigo de otros mundos... y partió rumbo a su hogar...
Allí quizás lo esperaba un suculento plato de comida, una novia que lo amaba, un miedo relativo... una cama, una tierra... un sueño... que se había extinguido hace muchos años antes de que dejara todo, tomara su carro y saliera a buscar sus sueños... entre los desperdicios de los demás.

Acerca del autor:  Martín Rabaglia


Sobre la emoción - Samuel Beckett



Ellos se aman. Se casan para amarse mejor, más cómodamente. Él se va a la guerra. Muere en la guerra. Ella llora de emoción. llora de haberlo amado. De haberlo perdido. Vuelve a casarse para seguir amándose más cómodamente todavía. Ellos se aman. Se aman cuantas veces es menester, cuanto es menester para ser dichoso.
Él vuelve. El otro vuelve. No había muerto en la guerra. En fin de cuentas: ella va a la estación. Él muere en el tren, de emoción, de pensar que iba a volver a verla. Ella llora. Sigue llorando. Todavía de emoción de haberlo vuelto a perder. Se vuelve a casa. El otro ha muerto. Se ahorcó de emoción pensando que iba a perderla. Ella llora. Llora más de emoción. De haberlo amado. De haberlo perdido. He aquí una historia. Fue para que supiera qué es la emoción.


Acerca del autor:  Samuel Beckett

El mejor de los momentos - Jorge Antares




Éste es el mejor de los momentos ¿No lo creen? Imaginen hace treinta años hablar con gente de todo el mundo al mismo tiempo. Algo impensable para el ciudadano de a pie. Eso sólo estaba al alcance de los poderosos que tenían el teléfono rojo. Las noticias nos llegaban pasado un tiempo y filtradas por el tamiz de los medios de comunicación. ¿Cómo ahora? Tal vez, pero ahora si quieres, y tienes valor, puedes ver la noticia al instante. Desnuda, sin velos rosas. En aquellos tiempos pretéritos, la lejanía borraba amistades y creaba añoranzas. Pero ahora…Oh, ahora, mis amigos… las distancias se acortan gracias a las nuevas tecnologías. Un nuevo horizonte se abre para la humanidad. Un futuro de progreso. No hablo del “progreso” de esos que crean imperios económicos con la globalización. No, hablo de algo más cercano y cálido. Cuando tus palabras llegan a tus amigos a medio mundo de distancia, cuando casi paladeas las bebidas y viandas como aquí y ahora, cuando compartes tus palabras con todos vosotros... entonces es cuando piensas que es el mejor de los momentos. Si me permiten la osadía, creo que es la ocasión de brindar por eso… por el mejor de los momentos.


Acerca del autor:  Jorge Antares

domingo, 8 de junio de 2014

Ike Turnbull le responde a “Sinrabino de Renton" - Luc Reid


Pittsburgh Extraño da la bienvenida a su nuevo columnista Ike Turnbull, quien responderá las preguntas de la gente extraña como tú sobre la vida, el amor y la autorrealización.

Estimado Ike,
Soy un golem que ha estado teniendo problemas con mi rabino. Al principio, cuando me creó, él despotricaba contra mí y me daba órdenes todo el tiempo. Era como un sueño. Pero creo que ahora se cansó de mí. Nunca más me manda a defender algo o me da nuevos rollos de oración. Me odio al sospechar esto, pero creo que podría estar involucrado con un tablero ouija. ¿Qué puedo hacer?
Sinrabino de Renton


Estimado Sinrabino,
No trates de adivinar lo que tu rabino podría estar pensando: hablá con él. Tal vez tiene preocupaciones que él cree que no puede contarte. Creá un ambiente seguro para que comparta sus sentimientos. Si querés saber si él está usando un tablero de ouija, preguntale. Si lo está haciendo, ayudale a entender que él tiene un problema, pero que hay solución. Cortejar al azar a los espíritus con un vaso al revés no es algo que la gente sana hace. Hay instalaciones seguras donde puede ir que lo ayudarán a comprender por qué la manipulación fantasmagórica del alfabeto no es la respuesta y que le puede asistir en su transición de regreso a una vida normal mediante sustitutos como pintar digitalmente con los dedos y el hockey de aire.
Pero si el tablero ouija no es el problema, preguntate con franqueza cuál fue tu papel en la relación. ¿Esperás sus órdenes en silencio durante meses o años si es necesario? Si no, ¿por qué no? ¿Mataste a alguien para él últimamente? A veces todo lo que una relación golem- rabino necesita para animarse es la destrucción de alguien realmente malvado. Tratá de pensar tanto en tus necesidades como en las de él. ¿Cómo pueden trabajar juntos para que cada uno se sienta realizado?
Y esto no tiene que ver con tu pregunta, pero los golem amigos míos siempre me dicen que recomiende la manteca de cacao. Aparentemente mantiene tu arcilla tan fresca y maleable como el día en que despertaste, incluso bajo el sol caliente. Sólo un consejo práctico.
Ike

Ike Turnbull es el autor de Las mujeres son de Venus, los vampiros son seres del infierno y Cómo hacer frente a sus Poltergeist. Son bienvenidas las preguntas de los lectores de Pittsburgh Extraño y de quienes comenten en su publicación hermana, Breves no tan breves.

Acerca del autor:  Luc Reid


Sobre la realidad de cualquier destino - Andrés Terzaghi


Caminaba por un espeso bosque de eucaliptos. Aromáticas hojas esparcidas en el suelo perfumaban la tarde. El sol era esa cosa que se fragmentaba, a través de las copas, en incontables lanzas de luz atravesando la mágica atmósfera frondosa.
Una lechuza cruzando de rama en rama, como si me vigilara el rigor de un filósofo, yo no quise desprotegerme, estaba aturdido, paseaba para separar la parte extenuada de mi conciencia de aquella otra que merecía la promesa de vivir. El colchón de hojas crujía bajo mis pisadas.
Todo esto imaginé mientras caminaba por encima de la montaña de residuos, el basural olía mal, crujía groseramente bajo mis pies, el espeso follaje eucalíptico no era otra cosa que densas emanaciones, oscuros nimbos tóxicos que se mantenían suspendidos a unos metros del suelo, inmóviles. Toda una espesura hedionda, heterogénea, biodiversidad de mutantes que inspiraban poesías en reproche a la humanidad, ¿qué le ha hecho al mundo este animal humano que sus poesías, sus salubres espacios, el colorido y legítimo paisaje ha desaparecido con todo su lirismo? ¿Qué ha hecho el amor de la humanidad que no pudo contemplar el otro amor, el de la Totalidad? Ya no hay lagos y cisnes sino charcas donde flotan las heces, un puñado de cultivos mutantes, el cielo reflejo petróleo, un hastío de poder que fue desprogresando hasta perderse, despojado de soberbias, solitario centrismo que ha extraviado su antropo.
El trozo de nailon que remedaba a la lechuza, lo empujaba inerte los gases pútridos, ninguna rama frondosa, muertas vigas de aquellos edificios destruidos, una colmena que fue ciudad, un enjambre humano que bastaba la superficie del planeta y lo atestaba de carne enferma y desechos.
Calamares con serpientes por tentáculos, flores arácnidas venenosas, simiescos perros desleales, abruptos pájaros felinos que con sus garras y fauces acosan a los transeúntes cuasihumanos. Me avergüenza pertenecer a la especie, ocurre que no tengo alternativa, soy de lo que quedó, mutante prodigioso que se vale de la inteligencia, cosa que mis congéneres no tienen la menor idea, tantos estragos ha cometido la inteligencia a favor del amor egocéntrico.
Nací con esa discapacidad. Sufro de inteligencia y eso impide que me pueda adaptar a este mundo. Sobreviven hoy aquellos cuasihumanos que, actuado sin razón más que el instinto, no advierten nada existencial como para sentir el peso de la historia sobre sus hombros, porque no tenemos hombros, somos mamíferos invertebrados, la asquerosidad de nuestros cuerpos nos excita, el erotismo muta cuando se transforma la estética y con ésta la ética permite partirle el dorso a cualquier individuo, ya sea por una hembra, por una presa, o instintiva distracción. Y me duele ver tal crueldad inconciente, brutalidad que solo yo puedo llamar así, porque ellos solo actúan según necesidades primarias, sin otro juicio más que el apetito.
El exceso de vida humana nos redujo a la inhumanidad.  Ahora nuestra población es insignificante. Estoy convencido que pronto desapareceremos como especie y no puedo hacer nada para impedirlo. Nada.
Todo esto imaginé mientras caminaba entre los enormes y vetustos eucaliptos. La lechuza había atrapado al ratón, el sol caía presuroso. Comenzó a refrescar. Volví a casa, estaba esperándome mi desleal perro simiesco. Nunca tuve imaginación para hacerme siquiera una vaga idea de lo que sería vivir sin esos instintos que lo arrastran a uno por los sinuosos caminos del destino. Mi inteligencia y amor no son todavía tan humanos.

Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

La ofrenda al amigo - Ana Caliyuri


Ya voy llegando, demasiada gente para mi gusto; alguna que otra palabra de aliento a la viuda por parte de gente que en verdad no sabe quién es él. A ella se la nota dolida. Lo ama, no sé si tanto como yo, pero si sé que lo ama… Ya voy llegando, unos metros más y estaré a su lado en el justo instante en que lo entierren. No es muy justo, él había pedido que lo cremasen o que lo tiraran al mar, no que lo enterrasen, pero bueno, cuando no tenés voz nadie te escucha. Si apuro el paso llegaré a tiempo. No sé si me dejarán estar muy cerca, poco me importa; ya él está muerto y yo acabo de perder a mi mejor amigo. Seguramente me rodeará la indiferencia; pero no será mi indiferencia quien lo rodee a él. Ya estoy llegando…entre nosotros no hay flores, entre nosotros hay complicidades. Uf! Acá es! Y bueno ya no jugaremos juntos…que se vaya con él.
Todos quedaron atónitos cuando Pichu depositó sobre el féretro de Juan el hueso de plástico.

Sobre la autora:  Ana Caliyuri

jueves, 5 de junio de 2014

Un mal día - Cristian Cano & Ana Caliyuri


…en el medio del café salió el tema. Reparó en una posibilidad que cuadró justo, ché. A partir de ese momento los colores se quebraron y mis manos fueron otras. Me dijo, con todas las ganas, que era un cobarde. ¿Te das cuenta, vos? ¡Un cobarde! ―Buscó al mozo―. ¡Sabés para qué escribo, yo! ¡Para olvidar, viejo! Para poder olvidar.
―Ernesto ―Interrumpió― ¿Alguna cosita más?
―No, dejá. Gracias nene.
―¿Pero, y por qué te responsabilizas de algo semejante?
― No, esperá, mi madre decía que la estrategia es tan importante como la acción. Bah, algo así. Es decir, estrategia sin acción no sirve y acción sin estrategia es algo así como escribir en el agua…
―¿ Te considerás un cobarde?
―No soy cobarde, ni me responsabilizo de algo que es inmemorial para mí. La culpable es ella. No sé si me entendés, ella es la que distorsiona la realidad. Te repito ¡ Yo escribo para olvidar! Y tenés razón, escribo en el agua. Escribo en el agua que cae de las mejillas de los que creen en mí… de los que aún creen en mí. Y si la historia la escribió quien en verdad jamás me conoció, sin dudas la culpable es ella: LA HISTORIA MAL CONTADA. No sé si me entendiste, pibe. Hoy tengo un mal día. Lo que sucede es que me vi tan mal retratado en un film que hicieron sobre mi vida, que más vale olvidarlo, ¡Ah! Y no le comentes a nadie que tomaste un café con el alma del Che. Nadie te creería.

Sobre los autores:   Cristian Cano & Ana Caliyuri

El mundo feliz - Xavier Blanco

 

"Obsoleta, su mente está obsoleta", me dijo el neurocirujano. "Ya está, eso es todo", le contesté. Y me miró sorprendido, contrariado diría yo.
Llevo seis meses de calvario: tres analíticas, dos resonancias magnéticas, una placa de tórax, dos electrocardiogramas, una prueba de esfuerzo, una biopsia, dos charlas con el psiquiatra, una visita al neurólogo, tres botes de pastillas, dos frascos de un brebaje oxidado y, para acabar, dos horas esperando en la penumbra de esta consulta. Y me dice que el diagnóstico no deja lugar a dudas. Aquel galeno debía de saber mucho de medicina, pero de la vida, no sabía nada. ¿Obsoleta? ¿Quizás querría decirme que mi mente estaba en desuso? ¿Tal vez el mensaje era que mi sesera estaba estéril, yerma? En barbecho, mi mente está en barbecho, retirada del mundo temporalmente, oxigenándose, esperando mejores tiempos. Ya se lo dije el primer día: "me encuentro bien, pero la mente la tengo en barbecho". Pero los médicos, ya se sabe…
Él seguía con el dictamen: "las pruebas eran necesarias, hemos seguido el protocolo, el diagnóstico no tiene fisuras, usted piensa demasiado, y ese cerebro ya no tiene suficiente memoria, el raciocinio se le bloquea, su capacidad de almacenamiento es insuficiente, cavila mal, medita desordenado, piensa atropelladamente. Lo que yo le diga, su cerebro está obsoleto. No tiene por qué preocuparse, ahora han salido nuevas aplicaciones, nuevos programas que mejoran los recuerdos, que eliminan los malos sueños, que ajustan las hormonas, que eliminan los deseos irrealizables, que… Hágame caso, aquí tiene el catálogo. Le recomiendo el último modelo, bitensión, biodegradable, de fácil conexión, es más caro, pero tendrá cerebro para años y será mucho más feliz".
Antes de decirme adiós volvió a releer mi expediente, a repasar informes, pruebas, folios garabateados. Frunció el ceño, se quedó absorto, pensativo. Colisioné con su mirada… "Espere, espere, estaba releyendo su historial, y esto lo cambia todo: aquí dice que es usted un ser complicado, insatisfecho, demasiado crítico con el sistema, quejoso, malcontento. Un rebelde, un contestatario, un agitador, un subversivo. Devuélvame el catálogo, deberá adquirir éste otro, aquí tiene la receta, es mano de santo, y además este está subvencionado por el Estado al 100%..., hoy le ha tocado la lotería, se han acabado sus problemas. Y no se olvide de las pastillas, las rojas, las mejores para mantener a raya el inconformismo, una cada 8 horas... Que pase el siguiente".

© Xavier Blanco 2011.

Tomado del blog: Caleidoscopio

Sobre el autor: Xavier Blanco

sábado, 31 de mayo de 2014

El pez de colores - Héctor Meda



Mi abuelo me contó en cierta ocasión cómo de pequeño se quedó maravillado de los peces que había en el río de su pueblucho. Uno, en especial, de colores chillones, vivos, variados, que nadaba feliz, ignorante de todo estrés, de toda obligación, pero, ay, pescarlo resultaba una odisea porque era cogerlo con la mano y de puro rápido y mojado se te escapaba de los deditos de las manos, así que cuando alcanzó por fin a aquel maravilloso pececito, lo hizo con tanta temerosa fuerza que el animal terminó con los ojos saliéndose de sus cuencas, las entrañas erupcionando de sus carnes, todo él pura argamasa informe de espinas, vísceras, escamas y sueños; y mi abuelo, que volvió del frente con cicatrices, algunas visibles, otras no, justo a tiempo para la boda de la mujer a la que estérilmente había sonsacado una promesa de amor antes de la contienda civil; y mi abuelo, que a base de cinturones, gritos y amenazas, intentó en vano que sus hijos se hicieran doctos y licenciados; y mi abuelo, que después de atender y proteger con paternal devoción a su esposa, fue abandonado por ella en la senectud; y mi abuelo, que aún con una dieta espartana como único equipaje, nunca tuvo fuerzas para esquivar una anemia crónica; y mi abuelo, en fin, que había vivido tanto y tanto tiempo, en su última cama de hospital, al narrarme aquella frustrada pesca del pez de colores, con feroz extrañeza me consignó que aquel había sido el momento más triste y más patético de toda su vida, en cierto modo el único, porque el resto: burdas copias.

Acerca del autor:  Héctor Meda

martes, 27 de mayo de 2014

Dilema vertiginoso - Ana Caliyuri


La nave estaba cuasi vacía, el comandante había pedido refuerzos a Don. El hombre colocó carteles en todas las latitudes posibles con el firme propósito de captar voluntades. En el segundo día de convocatoria se alistaron varias criaturas. Los seres de Loxis los esperaron con entusiasmo. El único dilema fue el vértigo a la altura. Un importante número de recién llegados a la estación espacial, entre náuseas y temores, pidieron el relevo. Don no supo si escarmentarlos con el enfado de los dioses o incentivarlos con el resplandor de una azulada ventana. El comandante Saw, antes de la expulsión definitiva los invitó a la sala de hologramas; allí todos y cada uno se vieron en el tiempo. Las verdades hicieron pininos de fantasías, y las mentiras se arrastraron como orugas. Desde siempre, para volar hay que pasar de estadío. De alguna manera el infierno arde para dar lugar a una superior altura, dijo Saw, mientras los instaba a Ser o No ser criaturas de batalla, blandiendo entre sus manos la espada de la palabra.


Acerca de la autora:
Ana Caliyuri 

La lentitud y el alcohol – Héctor Ranea


Madame Hindira Chukwa se encontraría con Leonora Quelonei para ir a probar la nueva línea de aperitivos para el almuerzo, los diseñados por Clyde Oread en el bar Dodecaneso. Quelonei, como siempre, se veía a lo lejos venir sin pudor y con un retraso considerable. Rozagante, envuelta en sus vestidos caros y transparentes sonriente y despampanante, pero sin la finura de Hindira, parecía resbalarle la mirada de atención por la tardanza que le echaba su amiga.
—Tal vez ya nos perdimos seis o siete muestras de tragos —le reprochó Hindira.
—No importa —dijo Quelonei—, conozco al bartender, nos dará repeticiones. Es del mismo pueblo que Clyde y prima mía muy lejana,
—¿Cómo se llama?
—Orazia Eco.
Allá fueron las dos, tarde y caminando orgullosamente lentas. Cuando llegaron, a Eco casi le da un ataque porque casi estaba cerrando el bar y, con mucha rabia, empezó a reprogramar los tragos, pues su casi prima y la amiga estaban demasiado buenas como para no intentar algo. “Después de todo, la noche es joven aún” —pensó.

Sobre el autor\:
Héctor Ranea

domingo, 25 de mayo de 2014

Los puntos cardinales - Rafael Blanco Vázquez


Los hay que tienen una pasión y no soportan a los que tienen otra y entre todos se matan defendiendo cada uno su parcela. Son, por ejemplo, los ultras futbolísticos. Saben que una pasión es para toda la vida y cada cual defiende sólo sus intereses y les parece estupendo vivir en esa subjetividad. Se les llama intolerantes.

Después están los que también tienen sus pasiones pero respetan a los que tienen otras y entonces se dedican a cenar juntos y a discutir mientras fuman y luego se quieren todos y son los mejores amigos del mundo porque parten de la base de que cada cual es como es y les parece estupendo ir por ahí sosteniendo que cada persona es un mundo. Se llaman a sí mismos tolerantes.

A mí me molestan todos. No los soporto y me cago en ellos. Odio su incapacidad para buscar una verdad, así que se me revuelve toda la entraña y me meto en mi casa con mi mujer para no salir más durante mucho tiempo y entonces me enfado con ella porque tampoco soporto que tenga su carácter y me paso el día rumiando la bilis y el odio que me provoca vivir en este mundo de mierda y leo libros que me dan la razón porque los libros no son ni un viaje ni un descanso ni un tesoro sino la manera más profunda que tiene uno de aislarse.

¿Qué soy, muy especialito? Nada de eso. El mundo está lleno de hijos de puta como yo que no aguantamos que nos llamen intolerantes como si fuéramos los únicos intolerantes en este mundo lleno de hijos de puta.

La vida es una porquería hedionda pero qué vamos a hacer sino vivirla, y es que lo más gracioso (maldita la gracia) es que dicen que soy un tipo gracioso salvo cuando me pongo oscuro del todo como me ocurre cada vez más a menudo.

Estoy en el metro y me parecen todos feos e inútiles y me angustio y sólo quiero llegar a mi casa. Voy en el autobús y no quiero ir en el autobús porque está lleno de gente repugnante pero no me queda más remedio que sobrellevar la cosa con aparente serenidad porque lo único que me apetece es ponerme a gritar y a escupir y a vomitarles a todos en sus sucias caras de personitas satisfechas que sonríen a sus hijos. Me monto en un taxi y el taxista es un hijo de mil putas. Cuando por fin llego a mi casa respiro y suspiro y conspiro en vano. Por suerte, como digo, apenas salgo. Me he comprado dos pijamas y varias camisetas interiores para estar bien tranquilo en casa y no pasar frío, aunque mi mujer dice que lo que me hace falta es un suéter y unos vaqueros nuevos.

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

Identidades – Héctor García


—¡Basta papá, me tenés las pelotas llenas! ¡Tengo que trabajar y tengo que mantener a mi propia familia, no puedo estar todo el tiempo pendiente de vos! ¡No podés caminar, no podés comer solo, hay que llevarte de acá para allá...! Admití de una puta vez que ya no sos nada y dejame tranquilo, por favor...
—Como siempre, hijo, te equivocás. Todavía soy algo: soy vos. Yo te di la vida, yo te crié y te eduqué. Gracias a mí, vos sos lo que sos ahora. ¿Y qué sos ahora? Una extensión de mi vida, qué más.
Todas las noches se repite la misma discusión. Y todas las noches el hijo se imagina tomando el arma que su padre esconde en el cajón del ropero, y que tres o cuatro tiros bastarían para silenciarlo y poner fin a la disputa. Y finalmente pensaría “¿Viste que no sos nada?”. Pero algo lo detiene: sabe que, de matarlo, luego de todos los procesos legales de rutina sería condenado a la silla eléctrica, y que su padre, en algún lugar de la Eternidad, finalmente pensaría “¿Viste que soy vos?”

Sobre el autor: Héctor García

Ante el muerto aún caliente - Fernando Andrés Puga


—¿Vos decís que le gustó morirse? ¿Te parece?— le pregunté a Juana, sorprendido por esa afirmación tan contundente. Ella, no dejaba de lustrar el cajón ni un momento, como si quisiera devolverle la vida con la franela—. Es cierto que no la estaba pasando nada bien, que cada día estaba más estropeado, pero de ahí a afirmar que a alguien le pueda gustar morirse… No sé, che. Me parece demasiado.
—¡Pero sí! ¡Mírelo cómo sonríe! Si parece que nos estuviera invitando a ir con él. Se ve que no la está pasando nada mal, esté donde esté—. Quizás eso era lo que pretendía la vieja mucama con el constante franeleo, acompañarlo en el último viaje.
—¡Callate la boca!, pobre viejo. ¿Y Ricardito cómo está? Destrozado, supongo. ¿No lo viste todavía?— si alguien podía saber algo del único heredero, esa era la Juana. Quedó tan resentida cuando el hijo del patrón dejó plantada frente al altar a la Matilde, la niña de sus ojos, que desde entonces su única razón de vivir ha sido no perderle pisada, aguardando el momento de caerle encima.
—¿Ricardito? ¡Que va a estar destrozado! Ese está más feliz que no sé qué. Pasó por acá a primera hora, cargado de paquetes. Trajo regalos increíbles para todos, como si fuera Papá Noel. Ese sí que se sacó la grande. Y con lo fanfarrón que es, se va a volver insoportable— se descargó la muy turra, con mi querido ahijado.
—¡Pero si el muchacho es más bueno que el pan!— salí en su defensa.
—Era, querrá decir. Apenas se enteró de la muerte de Don Alfredo se le cayeron todas las caretas. Si hasta nos mostró su tatuaje. ¿Le parece a usted?— dijo con picardía malsana.
—¿Tatuaje? ¿De qué me estás hablando?— yo no podía creer lo que estaba escuchando. ¿El muy pelotudo se habría animado?
—Del tatuaje que se hizo en el culo. Se bajó los pantalones en medio del velorio y todos los presentes pudimos ver lo que se hizo en las nalgas. Fue realmente muy desagradable.
—Y dale. Contá. ¿Cómo era el tatuaje?— pregunté, haciéndome el que no sabe nada del asunto.
—¡Ah, no! Eso no se lo puedo decir, aunque usted lo debe saber ¿no? No se haga el mosquita muerta. Nos prohibió que habláramos de esto con usted. Para eso eran los regalos, vio. Para pagar nuestro silencio— sonrió con sorna, disfrutando sin duda de mi perplejidad—. Así que vaya y pregúntele usted. A lo mejor eso es lo que quiere. Mostrárselo a solas…— y siguió con el trapito. El brillo en sus ojos dejaba ver cómo gozaba de haber descubierto nuestro secreto, aunque conociéndola desde hace tanto tiempo intuyo que no habrá sido ninguna sorpresa para ella… ¡Vieja bruja!

Sobre el autor: Fernando Andrés Puga

jueves, 22 de mayo de 2014

Paralítica y sin limosna- Pamela Mella




De la nada, la sangre se te agolpa caótica, incomprensible. El más mínimo contacto se transforma en una colisión catastrófica. Me tomas, me aprietas y me llevas, sin decir nada.
Sin previo aviso viene el ataque, no me asombra, ya conozco la táctica.
La ropa es quitada sin cautela, desesperado, buscando ese tesoro útil que no amas, pero que no puedes dejar. Así te amo, sin amor.
Tu dedo se interna, con la sola precaución de haber sido remojado un segundo en tu boca, en mi poco santo canal de desagüe.  Enloqueces. Mi boca es llenada por un escupo, tu lengua rígida entra y sale, se refriega, me odia, me asesina, me ahoga. La penetración duele, bajas y escupes, lo intentas de nuevo victorioso. Te veo, me gusta. Entras con toda tu fuerza, como queriendo no dejar espacio dentro, a nada más que a ti y lo logras, estoy invadida por todos los flancos, pierdo la batalla.
Perdedora soy y me gusta serlo.
Paralítica y sin limosna.
Un par de minutos pasan lentos para mí, para ti son todo lo que anhelas. Te levantas con el rostro sudoroso, ebrio, te levantas exprimiendo mi pecho con ese desamor asqueado que te caracteriza, das el último toque torpe a tu sexo que ya lucha por fluir y eyaculas sobre este cuerpo, maldiciéndome, mascullando ese odio que es un orgasmo para mi. Te miro con desánimo, sé que no querrás un beso. Sonríes por la sensación, no conmigo. Luego ducha, comida y despedida, te vas al trabajo, para yo quedarme sola con el placer desmesurado de pertenecerte.

Acerca de la autora:  Pamela Mella