A los cincuenta y tres años, las tetas de la señora Margot tenían una carnadura que ya anunciaba el derrumbe inexorable.
martes, 19 de octubre de 2010
Apunte para una historia de amor - Cristian Mitelman
A los cincuenta y tres años, las tetas de la señora Margot tenían una carnadura que ya anunciaba el derrumbe inexorable.
Función privada - Anahí González
Servicios sociales - Serafín Gimeno
Subí al autobús como cada mañana, pagué el billete y me senté pegado a una cristalera lateral. Cuando el vehículo se puso en marcha, observé el desfile de degradación urbana que sufría esa parte de la ciudad, el lugar donde vivía. Parcelas invadidas por la mala hierba, edificios ruinosos cuyos cascotes se detenían en el borde de las aceras; como si se tratara del oleaje de un océano de descomposición urbana. Escombros, ruinas, basura amontonada por todas partes, algún coche carbonizado, transformado en metal informe, en arrecife de aristas afiladas en el que encontraban refugio criaturas furtivas pertenecientes al fondo abisal en el que habitábamos.
Los ancianos de Safed - Lavie Tidhar
En Israel, cuando el invierno es particularmente crudo y no ha sucedido nada extraño en muchos años, como podría ser una nevada extraordinaria o un tornado, se dice que ni siquiera los Ancianos de Safed recuerdan un invierno así. Además de esta advertencia, los más cínicos agregan que los Ancianos de Safed ni siquiera recuerdan lo que desayunaron en la mañana, lo cual no es verdad.
Safed es una localidad en las alturas de las montañas sobre el Mar de Galilea. Es el hogar de la Cábala, la sabiduría mística y secreta de los hebreos. Es, con la excepción de Jerusalén, el lugar en la Tierra más cercano al cielo. Los residentes han pintado los muros de las casas de color azul; los ancianos flotan por las calles en profunda concentración, a unos metros sobre el suelo. Flores extrañas abren sus botones en las esquinas de las calles y crecen al revés, mientras envían sus pétalos brillantes volando a través de las ventanas y llenando el aire con el perfume de África, de Asia y de Atlantis. Hay caimanes en el depósito de agua. A ciertas horas de la mañana uno puede distinguir una manada de elefantes, casi transparentes, cruzando la calle principal. Una anciana señora inglesa bebe el té en su patio interior, junto con Dios, todas las tardes.
Los Ancianos de Safed saben a qué hora se pone el sol y a qué hora amanece, y han calculado hasta en puntos decimales cuándo será el último ocaso y el momento en que llegará el mesías. Esa noticia la mantienen en secreto pero afirman, cuando alguien los presiona para saber la fecha exacta: “No te preocupes que no será pronto”.
Los Ancianos de Safed leen el libro de Zohar todos los días y dejan crecer sus barbas largas; algunos de ellos nunca se cortan las uñas de los dedos del pie. Los niños de Safed juegan futbol en las calles y nunca se detienen a pensar en que los Ancianos deben haber sido niños ellos también, y que debían lavarse e ir a dormir temprano, y que tampoco los dejaban embarrar sus pantalones. Todas las mañanas, los Ancianos de Safed se comunican telepáticamente con los monjes de un monasterio escondido, que queda en medio de un valle secreto en Nepal, y discuten sobre el Plan General y sobre teología. Cada cuatro años, los Ancianos de Safed observan la copa mundial de fútbol y apuestan a ganar pero a pesar de toda su sabiduría secreta, Israel nunca pudo llegar más allá de la ronda eliminatoria.
Traducción del inglés por Adriana Alarco de Zadra
Reality show intergaláctico “Intercambio de esposa” - Rob Hopcott
Soy Prudence.
Le escribo esta postal intergaláctica esperando que le llegue pronto. ¡Quiero salir de aquí! Cuando acordamos el intercambio con una esposa de otra especie, al menos esperaba que los miembros de la familia tuvieran dos piernas, dos brazos y una cabeza. Después de todo —como aprendí en la escuela de Texas, mi ciudad natal— ¡todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! Pero después de un incómodo viaje en una lata de sardinas a través de billones de kilómetros enfrentar a una araña inteligente y peluda que mide dos metros y espera que me lo coma después de hacer el amor, es completamente irrazonable. ¡Quiero salir de aquí! ¡De inmediato!
Cariños.
Prudence.
Querida “Pequeña hermana”:
Soy Harold.
Gracias, gracias, gracias, gracias por mi maravilloso intercambio de esposa intergaláctico. Ella es realmente fantástica. Admito que no mantienen tan limpio el lugar como Prudence —hay telas de araña por todos lados—, pero, eh… su físico es… literalmente, de otro mundo. Adoro cada minuto en que soy envuelto por todas esas piernas. Ella es una amante voraz. ¡Me estoy quedando sin champagne! Adivine qué. Mi esposa intergaláctica hasta reconoce que ya podríamos estar esperando algunos bebés. El síntoma de que estaría embarazada, me dice, es que está comenzando a sentir un hambre voraz después de hacer el amor. Esta noche, después de más sexo, ella me dijo que juntos vamos a tener una comida especial. Con tan buen sexo, no puedo esperar por la cena. ¡Vamos!
Suyo, agradecido.
Harold.
Traducido del inglés por Jorgelina Etze.
Tomado de http://hopcottfictionblog.hopcott.net/
Malicia – Cat Rambo
Después de un montón de pelotas que salieron disparadas y nunca volvieron, los chicos salieron al callejón para ver si habían aterrizado por ahí. Lo que estaban tratando de hacer era proyectarlas fuera de la atmósfera usando el lanzamisiles casero de Timmy. Lo habían cargado con pelotas de béisbol, de básquet, de fútbol, de tenis que habían afanado de la zona de pastizales cerca de los campos de juego. Y ya no les quedaban pelotas.
domingo, 17 de octubre de 2010
Los cuarenta - Armando Azeglio

viernes, 15 de octubre de 2010
Bienes raíces – Sergio Gaut vel Hartman
Esperando la orden - Esteban Lafon Blon
Cuando el Pitu olió la nafta supo que se aproximaba el final. Un frío de muerte se colaba dentro de la casucha de cartones y chapas. Había estado sopesando los dos panes de merca que le había choreado al Turco Nahir, amo y señor de cuanto veneno corroía las villas y las mansiones de la Zona Sur. 500 gramos de la más pura blanca. Suficiente merca para colocarla en las calles, convertirla en billetes y así poder darle a su hijo, que ya pateaba en la panza de la Vivi, la comida y la escuela que él nunca había tenido. Suficiente merca para comprar una casa que los resguardase de las heladas y las lluvias y la mierda que les trepaba los tobillos con las crecidas del arroyo.
Se acercó a la pared de chapa y espió por uno de los tantos agujeros que violaban su hogar. En la oscuridad de la calle entrevió un cerco de matones. Le quedaban uno, a lo sumo dos minutos, antes que desde algún lugar lejano el Turco diera la orden.
La nafta ya le mojaba los pies, entraba por todas partes. Le goteaba encima de la cabeza como caída de las estrellas que incendiaban la noche.
Observó a la Vivi: dormía sobre un colchón tendido en el piso de tierra. Soñaba y sonreía. Las manos acariciaban el vientre, el hijo de la esperanza. Si había una imagen que no quería llevarse de ese puto mundo, era la de los ojos verdes de la Vivi tiñéndose de terror: agarró la almohada y la hundió en la cara de su mujer hasta asfixiarla. Sin dudar un segundo, desenterró el revolver, un oxidado .32 con el que jamás había disparado un tiro, y se echó al lado del cuerpo tibio de su compañera. Puso el cañón dentro de su boca y gatilló. Click: el plomo no salió. Amartilló el arma y volvió a apretar el gatillo. Click. Click. Click. Click. Click. El tambor giró completo sin que una bala le volara la cabeza.
Se sentó a esperar la orden, el principio del fin. Para entonces la nafta encharcaba casi la totalidad del piso.
Al cabo de un rato, afuera sonó un celular. “La orden, la orden, por fin”, se dijo.
Se consumió un cuarto de hora y no pasó nada. Salió a la calle, blandiendo amenazadoramente el inútil revolver para que lo acribillaran, pero sólo encontró a un perro raquítico husmeando en la basura y lo que lo acribilló fue el horror.
Volvió a entrar y atrancó la puerta. Vivió un último instante de paz cuando vio en el encendedor flamear al verdugo y tuvo la certeza de que pronto se reuniría con su mujer.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Segundos - Javier Arnau

Se escurre el tiempo se me escapan los segundos de las manos. Segundos que se convertirán en días, en meses...y se me escaparan, no me quedará nada cuando quiera darme cuenta. La Entropía ganará esta partida, como las ganará todas; Entropía y Caos... Caos y Entropía, jugando su eterna partida de ajedrez, jugándose su linaje a juegos de azar. Caos y Entropía, Entropía y Caos, uno descendiente del otro, pero nunca de acuerdo sobre quien desciende de quien, ni en quien es el antecesor del otro. Sólo Dama Eternidad tiene un leve atisbo de la Realidad, pero en sus oníricos palacios de t/Tiempo espera el desenlace de tan eterno juego. Da igual, no tiene prisa; Lady Muerte, acompañada dde su hermano, el rey del País de los Sueños, suele visitarla, al atardecer, cuando los últimos rayos de sol iluminan el famoso Mercado de los Pájaros, y las tabernas se llenan con los invitados de Baco.
Y en un rincón de una de esas tabernas, Caos y Entropía siguen jugando su eterna partida, mientras el Mago Blanco fuma su pipa en otro rincón, dirigiéndoles soslayadas miradas, y sonriendo.
Y un bardo, guerrero y músico, entona una canción de héroes y leyendas, como él mismo será algún día.
Mientras, los segundos se me escapan de la punta de los dedos, y no tengo tema sobre el que escribir.
Atrapasueños – María Pía Danielsen

Su mesa de luz tenía brazos. Lo descubrió la madrugada en que se despertó después de soñar con rústicos brazos de tronco de árbol que desacomodaban los objetos a su antojo. Finalmente encontró la razón de tanto desorden. Lejos de sentir temor o desconcierto, el escritor observó la veta práctica de la situación: A la medianoche, antes de dormir le escribió una nota: “Estimada mesa de luz. En primer lugar quiero expresar mi agradecimiento por los servicios prestados, a saber: sostener el velador, los libros, el vaso, y cuanto objeto dejo bajo su guarda. En segundo lugar, veo que se aburre y juega con mis pertenencias. Se me ocurrió otra actividad beneficiosa para ambos. Sugiero que usted anote con sus preciosas manos los sueños que se me escapan mientras duermo. Son muchos porque me despierto al alba vacío de contenido y debo esforzarme demasiado para hilvanar ideas coherentes en mis textos. Es un acuerdo conveniente para ambos: usted se entretiene y yo jamás pierdo la inspiración. Le dejo, a tales efectos, el cuaderno de notas y la lapicera. Afectuosamente”.Aquel fue el verdadero inicio, nunca revelado por su autor, de la famosa novela “El Atrapa Sueños”.
Tomado de El hueco detrás de las palabras
Viaje de regreso - Víctor Lorenzo Cinca

Aunque muchos le aconsejan que a su edad no debería coger el coche, o quizás por ello, esta noche conduce lentamente por la ciudad, sin rumbo ni prisa, con su bastón de cedro como único copiloto. Cruza el puente y observa por la ventanilla lateral el pisito donde vivió antes de trasladarse, hace ya algunos años, a casa de su hija y se sorprende al ver ropa tendida en el balcón, pues creía que continuaba desocupada desde que se mudó. Sigue la marcha mientras piensa que su hija quizás lo haya alquilado sin decírselo y se entristece porque ya no cuentan con él para nada. Dobla la esquina y encuentra al frente la fábrica donde trabajó durante toda la vida y advierte con sorpresa que aunque lleva más de una década cerrada, la chimenea arroja una fina columna de humo blanco. Incluso cree escuchar el sonido de las máquinas. Pasa por delante del bar donde echaba las partidas de cartas al poco de casarse, del que hoy en día sólo queda un solar ocupado por las malas hierbas, y le parece ver, sirviendo un café en la terraza, al mismo camarero de aquel entonces. Subiendo por la avenida divisa al fondo la iglesia donde contrajo matrimonio hace más de medio siglo. Aunque es ya de noche, por los coches que abarrotan el aparcamiento juraría que en el interior están de celebración. Ya en las afueras, totalmente desubicado, se topa con el colegio en el que pasó su infancia y ve, por encima de las rejas oxidadas del patio, cómo una pelota sube y desciende hasta volver a desaparecer. Al final de la carretera asfaltada ve el antiguo hospital en el que nació, derribado treinta años atrás, y sin ganas de comprender nada acelera al máximo y se estampa contra la columna de la entrada.
sábado, 9 de octubre de 2010
La bruja - Olga Appiani de Linares

Olía a rancio y siempre andaba murmurando letanías, muy convencida de que eso que mascullaba producía algún efecto en el mundo. Pero también decía que no iba a usar lo que sabía para dañar, ni para hacerse rica. Que le bastaba con vivir. Y ahí era cuando me convencía de que todo lo de sus poderes era pura macana. Si pudiera cambiar su existencia ¡cómo no iba a hacerlo! No tenía dónde caerse muerta, y apenas si puchereaba con los trabajos que, cada vez menos, le encargaban las vecinas. Como yo, nadie tenía demasiada confianza en la bruja, ni se la tomaba en serio. Eso sí, parecer, lo parecía; todo en ella hacía pensar en la típica imagen que, desde la niñez, produce repulsión en quien la ve. Por lo menos hasta que uno le encontraba los ojos. O mejor dicho, la mirada. Era una especie de milagro obsceno... ¿Qué hacían unos ojos así, anclados en esa cara devastada? ¿Cómo podían conservar semejante expresión, después de tantas décadas de ver podredumbre? Mi mujer, mucho más desesperada que creyente, recurrió a ella en busca del milagro que los médicos nos negaban. Yo, ni siquiera cuando, por fin y contra todos los pronósticos, quedó embarazada, le dí algún crédito a la vieja. Que se murió el mismo día en que nació Lucy. Pero ahora... ahora sí creo. Porque cuando miro a nuestra hija son aquellos mismos ojos increíbles los que me contemplan. Y podría jurar que les divierte lo que ven.
Tomado del blog http://olgalinares.blogspot.com/
Ultimo entrevero - Liliana Blasco

Salió de entre la bruma de una noche húmeda, pesada como telón de pana. Aparición anacrónica, sorprendida en plena elaboración. Poncho desprolijamente enrollado en la zurda; en la derecha el cuchillo meneándose, como buscando el camino. Cuando agregó un paso, el haz del farol de una esquina, encerró también un pantalón oscuro, de rayas finitas, blancas, y un saco negro cruzado que guardaba entre las solapas un prepotente pañuelo de seda clara. Elevándose en la misma dirección, cuello y mentón sombreados de barba; sobre la mejilla izquierda, una cicatriz le ensombrecía la cara; el bigote tupido remarcaba esta sensación. Pequeñas luces titilantes y una luna redonda, de cartón tiza sobre los tapiales, redondeaban la escena. Cuando un aire de milongas cesó en las guitarras lejanas, se oyó la voz del hombre, en grito ronco, insolente, dirigiéndose al boliche: —Salí maula, o tengo que entrar a buscarte ¡Carajo!
La puerta del almacén se abrió como un manotazo, la luz que cayó sobre el guapo, selló su boca.
Ahora, un nuevo círculo de luz ilumina a la otra figura: campera de cuero negra, jeans ajustados, unos saltitos leves sobre sus zapatillas de básquet, le dan un ritmo extraño a la escena; cuando se detiene, acentúa la sonrisa, levanta los brazos hasta ese momento distraídos, y apunta con pureza de gestos. La Itaka recortada suena una sola vez, como un cañonazo.
La sangre huye vertiginosa del pecho del guapo, el asombro definitivo, no le permite cerrar los ojos.
(30/12) El Nudo - Paulus Deluca

Seis de la mañana en Buenos Aires, las ocho en Canarias:
El dolor sordo de espalda y el ardor de estómago me han tirado de la cama.
Tengo la espalda como la cuerda de un reloj y podría levantar el barniz de la puerta echándole el aliento y frotando con un trapito.
Me he lavado la cara y ahí he visto y he sentido El Nudo:
-Deluca, ya estamos en campaña, -me he dicho mientras veía el nudo apretarse en mi frente y lo sentía cerrarse en la boca del estómago, endurecer mis manos y clavarse hondo en el Chi: un punto a mitad de camino entre el ombligo y la polla.
Nos conocemos ya: Respiro hondo, con el estómago, tirando bien del diafragma y llenando los pulmones desde abajo. Cierro los ojos, me concentro en el ritmo de mi respiración y de a poco otros sentidos vienen a ocupar el lugar de la vista.
Por debajo del zumbido agudo que me taladra los tímpanos desde hace días, oigo los fluorescentes de la cocina, huelo las palomas en la ventana, puedo sentir el corazón golpeándome pausada pero violentamente el pecho y la sangre que me corre por las sienes.
Noto el calor relajar mis testículos, que palpitan, duelen un poco, pero que no molestan al tragar -que diría Patxi.
Es miedo. Ni más ni menos que miedo. Pero no uno cualquiera: No es ese miedo intelectual y consciente, que en realidad no es sino una reacción defensiva ante un conflicto potencial y que es la base de la civilización y una de las razones por las que vamos a la escuela, por las que votamos, pagamos impuestos, hablamos educadamente, manejamos por la derecha, decimos que nos importa el futuro del planeta y de nuestros hijos, por las que nos casamos y nos divorciamos, compramos casas, somos infieles a nuestra pareja, veneramos el fin de semana o por la que acepto indiferente el hecho de que si escribo en un ordenador portátil con pantalla de cristal líquido es porque hay niños de la edad de mis hijos extrayendo coltán en Congo por poco más que agua y comida, esclavizados en una guerra alimentada por países cuyos gobiernos hablan sobre los sueños, y el derecho de los niños a ser felices.
No. Todo eso son pamplinas.
Olvidáos de eso.
Hablo de El Nudo: Del Único y Verdadero Miedo, de La esencia mística de Dios y de la Naturaleza. Hablo de esa sensación indescriptible que en ocasiones se huele, en otras se siente, que se ve y se toca y da origen a la religión, al alma, a lo mágico e invisible; hablo de esa fuerza anudada en mi frente sin la que no llegaría vivo ni a la esquina, de esa contracción anal -casi extinguida, al menos en las conversaciones de la gente educada- capaz de descabezar un
clavo, de esa erección violenta que te golpea el estómago y que a veces impide que te mees encima.
Hablo de lo único mío que no tengo que ganar ni proteger y que nunca podré perder, porque no hay nada más esencial y primariamente propio: Porque podrás molerme los huesos hasta matarme y llevarte todo cuanto tengo, podrás apagarme lentamente o acabar conmigo como se sopla una vela. Podrás hacerme todo el daño que quieras hacer y puedas justificar, pero de ninguna manera podrás quitármelo, porque este miedo es mío, sólo mío y morirá conmigo cuando ya no lo necesite más.
Eso es bueno: Bienvenido, Nudo -digo al espejo -Te estaba esperando.
Ahora ya sí: Lo tengo todo. Estoy listo para el viaje.
Extraído con autorización del autor de: http://paulus-de-best.blogspot.com/
jueves, 7 de octubre de 2010
La dueña de los sapos - Iris Alejandra Giménez

Cuando Adrián enfermó me vinieron a la memoria algunos recuerdos nítidos: juntándonos las manos a través de túneles perfectos en montañas de arena; su dedo índice flaquito de tanto chuparlo; los ojitos risueños perdidos en el fondo de su cara buscándome.
Después de la lluvia, a Adrián y a mí nos gustaba salir a juntar sapitos en una palangana. Él era más chico pero tenía buenos reflejos y era seguro con las manos, atributos indispensables para atrapar con éxito a esos escurridizos anfibios. Yo era quien los descubría más rápido, la de las ideas, la mayor y, en definitiva, la dueña de los sapos.
Al cabo de nadar por horas en esa indeseable agua limpia, los pobres animalitos mudos perecían sin encontrar orilla en la que reposar. Yo no me cansaba de mirarlos y no pensaba en nada.
Una vez, mientras llevaba la palangana a nuestra ciénaga secreta para tirar los sapitos muertos, Adrián se detuvo entre los árboles. Me pareció que juntaba bichos o algo del suelo, pero en realidad contaba las hojas que caían de un árbol al que sacudía con toda su fuerza. Decía que todas las hojas que cayeran serían los años que iba a vivir. Había tantas que no me quedé a ver, seguro nunca acabaría de contarlas. En cambio me entretuve observando esos cuerpos que caían como piedritas y quedaban apenas cubiertos por un agua verde y mohosa. Por unos instantes quise creer que los sapitos muertos iban a despertar porque aquél lugar debía ser más poderoso que cualquier estúpido juego. Debo haber jurado mil veces no volver a hacerlo nunca más.
Adrián no se quedaba hasta el final, después de atrapar a los sapitos se iba y yo hacía el resto. No le gustaban las cosas tristes. A él le gustaba quedarse entre los árboles contando los años que viviría, mientras una brisa suave le volaba las hojas.
P/ Adrián N.
en su memoria
Con autorización de la autora, http://www.lugarnecesario.blogspot.com/
Método – Héctor Ranea

La palmera se inclinó. Qué lindo gesto. No fue por el Sol, ciertamente, ya que otras madrugadas habían acontecido y nadie la vio inclinarse tanto como ante el paso de la serpiente con marcas doradas. Esa mañana, debo admitir, fue muy luminosa. Tal vez el Sol estuviera en uno de esos ciclos. O el campo magnético terrestre fuera más intenso. Pero la serpiente pasó con su reptar respetuoso, casi solemne sin llegar a la pompa y la palmera se irguió, demostrando así que, fuera lo que fuese lo que hizo que se postrara, la hipótesis científica debía responder a la secuencia temporal del paso del reptil.
Nosotros, los monos de la palma, aprovechamos para subirnos a ella y colectar tantos dátiles como pudiéramos. Oportunidades como estas no eran concebiblemente probables y, aunque luego estuviéramos a más altura que lo que nunca hubiéramos estado, nunca nuestra cosecha sería pingüe como ésta.
No calculamos la violencia del retorno palmar a su equilibrio vertical. Muchos compañeros fueron despedidos cuando alcanzó su menor flexión, allá arriba. Alguno murió, lamentablemente. Otros apenas salvaron su vida a costa de perder tantos huesos que su sobrevida fue breve y cruzada de horribles dolores. Los que estamos arriba, temblando de miedo a semejante altura, aborrecemos ya de los dátiles que llevamos comiendo en todos estos meses. Algunos parientes están buscando a la serpiente sagrada, mientras nos piden que mandemos dátiles para abajo explotándonos un poco miserablemente. Ellos creen que se repetirá el evento si logran que la serpiente repita su desfile y que esto nos salve. Quién sabe. Hay eventos únicos, irrepetibles y tal vez aparecimos acá por esa clase misteriosa de milagros dañinos. Pero no estoy en condiciones de predecir experimentos científicos ahora.
Imagen: "Hoja" de www.ojodigital.com/.../
Baño relajante - Víctor Lorenzo Cinca

He esperado este momento durante meses y por fin hoy ha llegado el día. Esta mañana muy temprano, mientras desayunábamos juntos en la cocina, mis compañeros de piso han ido contando sus planes para la jornada, reuniones, citas y demás, y me he dado cuenta de que durante un par de horas, de seis a ocho, el piso se quedaría vacío para mí solo: todos tenían la tarde ocupada menos yo, que por suerte hoy sólo me ha tocado trabajar media jornada.
A las seis, Carla se despide con un disfruta y un portazo y me quedo, por fin, solo. Voy a mi habitación, cojo todo lo indispensable, y de camino al baño voy quitándome la ropa y dejándola desperdigada por el pasillo. Ni siquiera cierro la puerta, para qué. Regulo la temperatura del agua y me siento en la taza para observar cómo se llena poco a poco la bañera, como cuando era niño. Coloco lo necesario sobre la tapa del váter, al alcance de la mano desde la bañera, y tiro un poco de jabón bajo el chorro, para entretenerme. Empieza a llenarse de espuma la superficie, lentamente, y sonrío nostálgico mientras apago la luz y enciendo un par de velas y una barrita de incienso. Me introduzco en el agua tibia, cierro el grifo, y a tientas busco sobre la tapa algo que necesito, a la vez que suspiro relajado.
Al fin pude hacerlo. Necesitaba estar solo un par de horas, porque con alguien merodeando por el piso me daba vergüenza. Ahora, en silencio, noto cómo mi cuerpo se va adormeciendo, cada vez más liviano, más frío. Sólo una cosa me apena: no poder ver la cara de mis compañeros cuando regresen y me encuentren en la bañera con la muñecas abiertas, rodeado de espuma roja y la cuchilla manchada de sangre sobre la repisa blanca.
Tomado de Realidades para Lelos
Imagen: "Espuma" tomada de http://www.see-art.com/pages/indij.html
martes, 5 de octubre de 2010
Zángano, oso y republicano - Serafín Gimeno
En nuestro país teníamos un rey que en sus viajes por tierras lejanas era agasajado con la cacería de un oso emborrachado con miel y vodka. Como buen partidario de los osos, decidí un buen día abandonar el reino como medida de protesta. Vagué durante algún tiempo hasta encontrar una república. A la entrada no había nadie que me atendiera, el mostrador estaba vacío, así que le pregunté al conserje. El gerente no está, me informó. Ha salido a emborrachar a un oso con miel y vodka, pues en breve recibimos la visita de un monarca. Fue tal mi indignación que, como medida para terminar con las cacerías reales, me afilié al sindicato de abejas. Una vez en la colmena, mis dotes de agitador funcionaron y conseguí montar una huelga. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando me enteré que el convenio colectivo de los polinizadores garantizaba unos servicios mínimos, dedicados en exclusiva a preparar miel con vodka para emborrachar a los osos. Cuando protesté me expulsaron de la colmena y del sindicato por zángano. Entonces fue cuando decidí hacerme oso con la intención de despanzurrar al primer monarca con el que me topara, pero los demás plantígrados me echaron de la osera por republicano. El conservadurismo ha impregnado todas las capas sociales. Perra vida.
Pérdidas – María Pía Danielsen
Se desprendió sin que pudiera yo evitarlo. Sucedió de repente, mientras el asombro y la incredulidad ocupaban cada espacio de mi miedo. Mientras bajaba, mi cerebro funcionaba a mil, buscando razones. La segunda caída hizo que el dolor que provoca lo definitivo se estrellara en mis oídos. El tercer desgajamiento lo presentí, por tanto, acerqué mi mano y lo recibí suavemente. A la altura del cuarto derrumbe, solo buscaba soluciones para semejante devastación. Si el alma se retuerce de dolor, ese día la mía fue convertida en chicharrón por el aceite más caliente que el infierno. El suplicio invalidante dio paso a la idea de reparar el daño. Me convencí que un excelente dentista abriría mis encías y fijaría los dientes sustitutos. Uno a uno se habían derrumbado todos los dientes de mi boca.
Después de encontrar una posible reconstrucción al estrago bucal, me desperté con la boca abierta. Juro que fui feliz. Cada pieza dentaria ocupaba su sitio, y a pesar de empujarlas con los dedos, permanecieron en su lugar.
¿Tal vez mis pérdidas se volvieron dientes?
¿Encontré en las prótesis dentarias las respuestas a la angustia existencial?
Tomado de: http://elhuecodetrasdelaspalabras.blogspot.com/
Trazos negros, fondo casi sepia - Mónica Sánchez Escuer
A la entrada, un gran cartel casi sepia, con unos trazos negros, como de tinta china, la hace dudar. El guardia le confirma que es ahí y le señala una escalera. Sube cuidando no tropezarse: lleva unas botas altas, demasiado altas que la hacen ver enorme. Escucha las voces revueltas de la gente. Cuando va por el séptimo escalón alza la mirada: ve espaldas, cabelleras y un rostro que voltea. Sus ojos caen en dos verdes precipicios que casi la hacen perder el equilibrio. El hombre sonríe. Ella baja la vista, se aferra al barandal y continua su acenso. La amiga la recibe como si no la viera todos los días. La exposición es extraordinaria, y el fotógrafo, un portento, le dice. Y la presenta al círculo de cabelleras, espaldas y rostro. El hombre y ella se sonrojan. Nadie lo percibe, sólo la amiga que aprovecha y se la lleva a la barra: ¿Desde cuándo? ¿Qué? ¿...se conocen? Nunca lo había visto. Y no miente. Al regresar, él, no sabe cómo, ya está a su lado. Los otros hablan, ríen. Ellos evitan mirarse, pasan delante de las fotos como si las vieran detenidamente. Trazos negros, fondo casi sepia. Perturban, dice ella. Y atraen, dice él. De una a otra, algo les crece. Ambos lo sienten. En un instante, los anversos de las manos se tocan. Se separan. Regresan. Entonces se atreven: caen de nuevo en los ojos del otro. Dicen dos o tres incoherencias que ninguno escucha. Sólo observan el movimiento de los labios: tenues y húmedos, de ella, carnosos y secos, de él. Van recorriendo la exposición sin verla, llegan a un pasillo. Él le toma la mano. Nadie se da cuenta. Las espaldas y cabelleras se han quedado frente a la barra. Detrás de una cortina hay más fotos, todas sin marcos, algunas sobre el muro, otras regadas en una mesa de trabajo. Y ellos dos. Que han dejado de hablar, pero no de ver el brillo y la sed de sus bocas. Que por fin juntan. Él le dibuja otro labio con la lengua. Ella moja el pequeño trozo de carne malherida que él le ofrece, lo abraza con la boca entera, lo suelta. Él juega a seguirla. Sólo que un poco más violento: succiona el labio inferior, lo muerde, lo acaricia con los dientes. Ella se aparta. Él vuelve como ola apenas tocando la orilla. Y avanza. Entra poco a poco. La mano izquierda se enreda en el cabello. La derecha se aventura y baja por la espalda, el muslo, sube, arruga la tela negra que ella eligió usar esa noche sólo por si acaso. Una luz intensa los sorprende. Se sueltan, la falda de ella cae y regresa a su inocencia. Un hombre, con una cámara entre los dedos, les sonríe. Aquí he tomado todas las fotos, dice, y se va. Miran a su alrededor: en los trazos negros descubren ojos, labios, narices. Dos carcajadas se escuchan detrás de la cortina.
Tomado de Historias Baldías
domingo, 3 de octubre de 2010
Las mujeres que miraban fijamente al reloj - José Vicente Ortuño

Dos funcionarias, con el abrigo puesto y el bolso al hombro, miran el reloj con gesto concentrado, ajenas a lo que sucede a su alrededor, como aisladas en una burbuja invisible. Tras ellas otros funcionarios esperan con ansia que el reloj marque la hora de salir, una hora que parece no llegar jamás.
En general la gente mira los relojes muchas veces al día, la mayoría sólo para saber la hora, algunos como obra de arte, otros como objeto de lujo y, los menos, como máquina de precisión. Sin embargo, para las funcionarias Mariflor y Marimar el hecho de mirar el reloj se ha convertido en arte y ciencia a la vez. El reloj que miran no es una obra de arte del siglo XVIII, ni uno de lujosa marca que podría lucir en la muñeca cualquier ejecutivo. Ellas observan el reloj de fichar de su lugar de trabajo. Un modesto y anodino artefacto de plástico gris, pantalla de cristal líquido bicolor y diseño funcional, que marca implacable la hora de entrada y salida a los funcionarios de la Jefatura de Tráfico.
Las funcionarias miran fijamente el reloj, pero no guardan silencio. Como todo buen empleado público son multitarea y pueden mantener la atención sobre el reloj y, al tiempo, conversar sobre la bisutería de dos euros con la que se adornan, las increíbles gangas que se pueden encontrar en Saldos Canarias y lo mono que le queda a alguna de ellas una prenda comprada en el bazar chino de la esquina.
Hace años que invariablemente se plantan ante el reloj a las 14:28 y lo miran fijamente hasta que marca las 14:30. Sin embargo, ignoran que ese sencillo acto genera unos efectos inesperados y está a punto de desencadenar una ola de sucesos de consecuencias inimaginables. Intentaré explicarlo de forma sencilla…
Cada día, cuando las dos mujeres miran finamente al reloj, lo hacen a 75,4 y 80,7 centímetros respectivamente. Sus miradas convergen en un ángulo de 33,5º de separación, pero con una inclinación este-oeste de 17,3º, a causa de la diferencia de estatura entre ellas. El plano de la pantalla del reloj se alinea en vertical con el eje de la Tierra y en horizontal forma un ángulo obtuso con el plano de la órbita de la Luna...
¿Qué dices, que no comprendes nada? Pues no pongas esa cara de merluza al horno, ¡que deberías haber estado más despierto cuando lo explicaron en los documentales de “La 2”!
El caso es que la convergencia de sus miradas desde esos ángulos en concreto, sumado a la microgravedad de las masas de cada una de ellas, genera una singularidad cósmica, un micro agujero negro, cuyo horizonte de sucesos estaría concentrado en un punto del espacio-tiempo del tamaño de un fotón. Las fuerzas gravitacionales y electromagnéticas de este fenómeno, único en el universo, aplicadas al mecanismo del reloj, dilatan el tiempo de forma muy sutil, de forma que, día tras día, los funcionarios que fichan tras ellas pierden el metro por escasos segundos. Al llegar más tarde a sus casas, se tienen que comer la sopa fría, los filetes momificados, la ensalada mustia y el pan duro, lo cual les produce una pésima digestión, que genera gases innobles que tienen que expeler tarde o temprano, destruyendo la capa de ozono y, como efecto secundario, aumentando la radiación ultravioleta y el calentamiento global.
Ajenas a que su acción está llevando el mundo al desastre, las dos funcionarias, con el abrigo puesto y el bolso al hombro, miran el reloj con gesto concentrado. Mientras el mundo se va al carajo, los demás funcionarios perderán el metro una vez más.
Unión Andina - Adriana Alarco de Zadra

En la Unión Andina tenemos la facultad de reglamentar los hechos según nuestra propia experiencia y necesidad de recopilar fondos. Quien da más puede contar con nuestra participación para aprovechar su idea, para desarrollarla, para dar a luz nuevos experimentos en clonación, en genética, en mejoramiento de razas y de inteligencia. Nuestras investigaciones no tienen nada que envidiar a los países desarrollados ya que somos nosotros, en este momento, los más desarrollados en este tipo de experimentos.
Los invitamos a conocer nuestros Laboratorios, situados en las zonas andinas más recónditas de nuestro continente. Allí pueden disfrutar de los placeres reservados para los invitados, en el Laboratorio Clonandino. Está ubicado en zona de Reserva Nacional por lo que tenemos a nuestra disposición, especimenes únicos para la reconstrucción de razas y de genes.
La clonación en estos últimos años ha avanzado a pasos agigantados. El Laboratorio Clonandino se especializa, no solamente en clonar animales para mejorar las razas y producir sanos y fuertes ejemplares de caballos, carneros, cerdos, conejos y gallinas para uso y consumo de la población, sino también otras avanzadas, modernas e inusitadas investigaciones.
Estamos orgullosos de contar con ameritados científicos que prosiguen con dedicación y esfuerzo los estudios para clonar especies en vías de extinción, como son la chinchilla, el ronsoco y la vizcacha entre los mamíferos de la zona, el caimán, la iguana y la tortuga entre los reptiles y la gallareta, el ñandú, el paujil y el zambullidor entre las aves.
Clonandino también ha tenido el acierto empresarial y humanitario de clonar miembros para los discapacitados. Se ha podido insertar un ojo en la órbita visual de un paciente, desgraciadamente tuerto de nacimiento, quien ha quedado perfectamente sano, con una vista excelente en ambos ojos, uno de ellos clonado. Estimulados por el éxito de dicha operación se han empezado las investigaciones para hacer crecer piernas a quienes las han perdido, y también brazos. No se ha discutido aún, en el afamado Laboratorio, la posibilidad de clonar cabezas porque todavía no está al alcance de los progresos que se han hecho hasta hoy, como ha explicado uno de los eximios científicos de dicha Institución. Sin embargo, creemos que no está lejano el día en que se pueda perfeccionar la ciencia de la clonación de miembros individuales en los seres humanos y que se puedan clonar así todas las partes del cuerpo humano.
Últimamente, según ha explicado a la prensa el enviado especial del Laboratorio Clonandino, los científicos se están dedicando con empeño al desarrollo e investigación de la clonación del miembro masculino para quienes lo han perdido accidentalmente o, a causa de su avanzada edad u otros incidentes, no le funcione debidamente. Se ha ejecutado, con gran éxito también, el implante del órgano, pero se está estudiando la forma de hacer posible el crecimiento individual del miembro en el cuerpo humano. Todo ello está descrito minuciosamente el libro que acaba de terminar el Dr. Néfast, gran cirujano de la Institución.
A esta investigación no se le ha dado aún la debida publicidad pues existen algunos puntos y pautas en los cuales los científicos no se han puesto de acuerdo. Sobretodo por la incesante indiscreción de los miembros de la entidad llamada Dediconin, que salvaguarda los Derechos de los Discapacitados que sirven como Conejillos de Indias en los experimentos del Laboratorio Clonandino.
Por esa razón, se ha dado prioridad al análisis de los hechos. Aún se está tratando de develar el misterio que rodea la desaparición de algunos pacientes, de los cuales no se halla el paradero desde hace ya un par de meses, y no se han podido encontrar huellas de lo sucedido.
El familiar de uno de los desaparecidos ha informado a Dediconin, que Clonandino ha practicado experimentos prohibidos con varios pacientes, entre ellos su anciano padre, pero aún no existen las pruebas de sus acusaciones. Los científicos han descartado como ridículas las elucubraciones de la persona en cuestión.
Según el señor Perico de los Palotes, persona que ha iniciado la gestión en contra del Laboratorio, las personas desaparecidas han muerto. Su explicación es que, siendo alérgicas a las sustancias inyectadas en los pacientes para producir la clonación individual de partes del cuerpo humano, el Laboratorio Clonandino se ha visto en la necesidad de deshacerse de dichos pacientes por lo que probablemente están muertos y enterrados. Está armando un gran alboroto porque asegura que a causa de la expectativa que se levantó al enterarse la prensa de tan extrañas manipulaciones para volver más varoniles a las personas, la fatalidad se había ensañado contra esas pobres criaturas usadas para los experimentos fatídicos.
Como en una película de horror, está azuzando a la gente para que asalten el prestigiado Laboratorio Clonandino y tumben las paredes del sótano detrás de las cuales se habrían enterrado los cuerpos monstruosos y distorsionados de los pacientes usados en dichos experimentos y manipulaciones. Asegura que durante una visita vio un cuerpo que poseía dos cabezas sobre un mismo tronco, y otro a quien le creció un ojo en la frente en vez de crecerle en la orbita visual. También tiene la pretensión de haber visto con sus propios ojos a su anciano padre a quien le habría crecido un tercer brazo en la zona inguinal en vez del miembro varonil.
Imaginarse esos seres deformes debe ser producto solamente de una fantasía enfermiza y corrupta. Por lo cual, en vista de tan alocadas e inverosímiles historias, se ha decidido poner fin a la cruenta especulación malvada y feroz, y encerrar a don Perico de los Palotes en el manicomio de la ciudad más cercana. El Laboratorio Clonandino seguirá estudiando, experimentando y llenándonos de orgullo patriótico, a todos los miembros de la Unión Andina, según lo que ha dictaminado el Juez de Primera Instancia. La entidad Dediconin ha declarado que no cejará en su empeño y seguirá sus investigaciones para defender los Derechos de los Discapacitados usados como Conejillos de Indias.
Loco tiempo - Javier Arnau

Vuelan los eternos segundos en torno a la representación virtual de mi cuerpo, y el avatar de mi sustancia recorta escalas mientras avanza por la rueda de la existencia. Se colapsan efímeros eones en torno a un agujero negro de voluntades y esperanzas, mientras mi vitalidad subsiste a base de pequeños saltos entre realidades alternativas, que confieren energía al cronógrafo que marca los pasos de mis vicisitudes por este entramado de espacio tiempo que conforma la memoria eterna de los seres que han poblado o poblarán la existencia.
Agotado, relajo mis sistemas y dejo que una nueva progenie haga suya mi savia, con la promesa de un etéreo retorno entre las masas ululantes de fría materia.
Y así se encierra entre celestiales paréntesis una historia, y se abre un nuevo guión a las estrellas.
viernes, 1 de octubre de 2010
Mito - Ada Inés Lerner

Tomado del blog: http://www.decuentosypoemas.blogspot.com/
Material escolar - Javier López

El premio por participar en el "Programa Biblioteca" había sido un sacapuntas y un lápiz. Luchín los miraba con una sonrisa que los demás apenas podían percibir. Satisfecho y lleno de orgullo.
El lápiz estaba bien afilado. Aún así, le dio un cuarto de vuelta más dentro del sacapuntas y retiró las virutas. Lo miró elevándolo ligeramente. Ahora acababa en una punta finísima, punzante como una aguja.
Sonó el timbre para salir al patio. Luchín guardó ambos instrumentos en un bolsillo de su pantalón. Los acariciaba con la mano derecha, visualizando en su mente el momento en que iba a estrenarlos.
Pronto pudo hacerlo. Sólo algunas miradas cómplices se dieron cuenta. De nuevo sonó el timbre para regresar al interior del edificio.
Por entonces, en el patio de la prisión yacían, muertos, dos guardianes. A uno le había atravesado limpiamente el corazón con la punta del afiladísimo lapicero. Al otro, le había cortado la yugular usando la cuchilla del sacapuntas.
Malevos - Andrés Terzaghi

Vemos, sobre el verdor del césped, a dos hombres vestidos de traje oscuros y con sombreros cuyas alas ladeadas nos impiden ver sus ojos. Cada uno extiende el puñal y amaga con cortar o clavar. Retrocede uno y el otro avanza, alternándose el peligro de muerte, a cada instante, con cada gesto, una danza fatal.
El elemento tan ansiado – Héctor Ranea

El diálogo que empezaba acá transcurría en el 165 camino a Chacarita desde el Norte. Eran las tres y pico de la matina y yo tenía pocas pulgas esa madrugada. Iba a cumplir el turno en el edificio en construcción y el supuesto extranjero éste me venía con el rollo de que quería algo de nosotros y ya no sabía ni quiénes éramos nosotros. Lo único que quería era llegar al puesto y apoliyar un poco, como siempre. Este asunto del exceso de seguridad, al menos a mí me daba de comer, pero me gustaba poco que me interrumpieran el viaje con estas estupideces de pendejo borracho.
–¡Planeta Mongo! –pensé para mí.
–Exactamente –pareció contestarme el maestro de al lado.
– ¡Entonces eran dos! –pensé.
–Somos muchos más. –Me dijo el conductor del 165. –Y todos venimos de Mongo, excepto el señor que duerme. Él parece que viene de otro planeta.
–Sí. –Dijo el que me habló primero. –Dijo que venía de Labulach, o algo así.
– ¿Será de Laboulaye, Córdoba? –Dije con extrañeza. –Eso ni mongo que es un planeta, señores. Ustedes están mamados hasta la púa.
¡Para qué lo habré dicho! Se me acercaron demasiado los borrachos. Y yo desarmado. El chofer detuvo el colectivo y se juntó con los otros. Me mandaron a la parte trasera. Algo debían estar tramando porque sacaron una especie de celular que chillaba tan fuerte que se despertó el viejo que, según estos, venía de otro planeta más raro todavía. Por las dudas, lo juntaron conmigo. Todavía dormido, me preguntó –todo en voz baja, claro.
– ¿Y estos qué buscan?
–Mire. Dinero no. Eso seguro. Se ofendieron porque medio como que no los tomé en serio. Dicen venir de vaya uno a saber dónde Mongo.
– ¿Mongo? ¿Vienen de Mongo? –se sobresaltó el viejo, súbitamente espabilado.
–La verdad, no sabría decirle. No saben dónde queda Laboulaye, así que me queda la duda.
– ¿Cómo sabe que vengo de Labulach?
–Lo dijeron esos tipos, pero no lo pronunciaron igual.
El tipo parecía exaltado. Mientras, los otros estaban empezando a mirarnos con mucha mala onda. Se acercaron amenazantes con una mueca parecida a una sonrisa de luchador de lucha libre.
– ¡Esperen, esperen! –les grité. –No se apresuren. ¿Me puede decir qué quieren? Capaz que podemos llegar a un acuerdo. Después de todos somos todos sensatos ¿o no?
Por alguna razón asintieron. Parecían sensatos, lo que me llamó la atención pues por otro lado actuaban como borrachos con este tema del Mongo ése.
En un instante la cosa cambió. El que decía venir de Córdoba les habló en un idioma raro que debía ser inglés o algo así. Los tipos se quedaron sorprendidos. Supongo que nadie se esperaba que el viejo hablara el inglés.
– ¿Así que habla inglés? –le pregunté en una pausa en la que ellos conversaban con el celular.
–No es inglés, es la lengua de Mongo. La conozco –dijo– porque yo estuve ahí.
– ¡Ah, bueno! En este bondi todos están tejiendo un peludo con el escabio, parece.
–Perdone pero no le entiendo –me dijo el viejo.
–Se tomaron todo y están borrachos –le expliqué. –Debería saber que el alcohol no es bueno para la sesera– le dije al viejo que miraba fijo para abajo, señalándome la cabeza.
–Tenemos lo que venimos a reclamar –dijo el colectivero que parecía ser el jefe de la bandita.
–Macho. Te juro que no te entiendo. No te ofendas. Si lo tenés, para qué lo reclamás.
–Nos acaban de decir lo que tenemos que pedir.
–Bueno, hablá de una vez.
–Venimos en busca de agua.
Busqué en mi mochila con un gesto como quien dice “¿Y por esto me molestan estos tipos?” Saqué las tres botellas de dos litros que me da mi mujer, total me las compraría en un kiosco. Y les dije, magnánimo.
–Tomen muchachos.
Agarraron las botellas y –la verdad que me sorprendieron– les salió un cañito de la garganta y se la chuparon en un santiamén.
El viejo de Laboulaye estaba absorto. Lo miré como quien dice “¿Ves cómo arreglamos las cosas en la Capital?”
Me miró y me dijo:
– ¿Por casualidad no te queda una botella? –mientras le salían dos cañitos de las orejas.
Labios abiertos - Sebastián Chilano
miércoles, 29 de septiembre de 2010
No me mate las ilusiones – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman

La casa – Pablo Moreiras
Tomado de: http://sevendepoesia.blogspot.com/
El encargo – Armando Azeglio

—Es un trabajo, mi trabajo. Yo sólo hago la tarea sucia de Dios.
Sacó la foto de la próxima víctima mientras ordenaba un café. Un rostro nuevo, un rostro joven, pensó. Una mujer de ojos profundos, de cabellera larga, pesada y de un negro corvino. Una cruz de oro pendía entre sus senos. Pensó que el tiempo era una metáfora impura de la eternidad. La mujer estaba muerta; no importaba si en cinco minutos, cinco años o medio siglo. De pronto, el destino los había unido con un sutil hilo de Ariadna. Él era su verdugo, el ejecutor de una voluntad superior, arcana, perfecta y por lo tanto prístina. Como el abogado, él jugaba con simetrías que sólo podían ser apreciadas si se miraban desde otra perspectiva, superior, añadió en su diálogo interior. Veía en la muerte una forma de arte, de poesía, donde cada asesinato tenía una forma, un modo, un color, un escenario y un mensaje. Era un artista y esta iba a ser su obra número 23. Apuró el café. Pagó la cuenta. Miró el reloj con minucia, caminó con tranquilidad unas cuadras; la mujer de la foto estaba subiendo a un auto. Se acercó a ella e hizo fuego casi con desgano.
lunes, 27 de septiembre de 2010
Siempre llego tarde a todos lados - Daniel Frini

Tengo un problema: mi máquina del tiempo atrasa.
He gastado horas en darle cuerda de la manera correcta (no es conveniente forzar el mecanismo, tal como lo demuestra el trágico incidente del Chichilo Sartori), pero no hay caso.
Intenté encontrar alguna ecuación que me permita compensar los desajustes (mi hipótesis era que cuando más lejos hacia adelante o hacia atrás, más atraso del mecanismo), pero no hubo caso. La he llevado al taller del Laucha Micheli —no hay mejor relojero que él—. Consulté con el Manteca Acevedo, que de motores cuánticos sabe una enormidad. Corregí el flujo de tempiones con una barrera de interacción electromagnética de largo alcance, confiné las fuerzas de repulsión electroestática para limitar la velocidad térmica, interferí en la relación an/cat de manera de aumentar la energía de paso; pero tampoco me sirvió de nada.
Y el problema no es menor.
Me hice viajero porque fue la mejor manera de aunar mis dos pasiones: por un lado, soy una especie de científico casero al que le fascina construir dispositivos extraños; y por otro, me encantan los episodios anecdóticos de la historia; así que, cuando encontré los planos, no lo dudé; construí la Máquina y me lancé al espaciotiempo, pero no hay caso.
Tres o cuatro veces quise ver cómo perdía su cabeza Maria Antonia Josepha Johanna von Habsburg-Lothringen, el veinticinco de Vendémiaire del año dos de la República Francesa, a las once de la mañana, en la Plaza de la Revolución, en París; y siempre arribé cuando los últimos curiosos están alejándose y el verdugo Sansón limpia la hoja de la guillotina. Incluso una vez llegué en la noche del veinticinco al veintiséis, y sólo encontré a un borracho orinando una de las patas del cadalso.
Quise ver a Martin Luther King y su I have a dream el veintiocho de agosto de mil novecientos sesenta y tres, frente al monumento a Lincoln, en Washington; pero solo encontré las escaleras llenas de papeles y sucias por las miles de personas que las habían pisado; y a un grupo de relegados comentando, mientras se alejaban, lo impactante que les había resultado el discurso.
Intenté estar entre las catorce horas veinticinco minutos y las quince del 30 de abril de mil novecientos cuarenta y cinco, en los techos del Reichstag de Berlín y resolver, de una vez por todas si fue Melitón Varlámovich Kantaria, o Mijaíl Petróvich Minin o Abdulchakim Ismailov el soldado que hizo ondear la bandera roja en el portal del Parlamento alemán; y ver a Yevgueni Jaldei inmortalizar el momento en una foto (ícono, si los hay, que marca el final de la Segunda Guerra); pero no llegué, siquiera, a verlo guardando sus equipos. Ya eran las cinco de la tarde, el tejado estaba vacío, y no había bandera.
Para cuando pisé la Curia del Teatro de Pompeyo en Roma, en los idus de marzo del año setecientos nueve at urbe condita; Bruto y los conjurados ya habían asesinado a Julio César.
No llegué a ver a Perón en el balcón de la Rosada, el diecisiete de octubre del cuarenta y cinco. En Nagasaki ya había explotado la bomba. No quedaba ningún occidental en Saigón. Los militares no me dejaron entrar al Groun Zero de Roswell. Los plomos de los Beatles estaban desarmando los equipos de la terraza del edificio de Apple. Mary Jane Kelly ya estaba muerta en su cama y no vi ni rastros de Jack the Ripper. Los cadáveres de Mussolini y la Petacci ya estaban colgados cabeza abajo en la estación de servicios de la Piazza di Loreto. El auto de Lady Di ya estaba deshecho en el túnel a orillas del Sena, y rodeado de ambulancias y autos de la policía. Apenas quedaban astillas de las maderas del puente sobre el Kwai. De Juana de Arco sólo quedaban cenizas y dos o tres brasas que avivaba un leve viento del norte. Dempsey estaba subiendo al ring después del terrible uppercut de derecha de Firpo. Los árboles de Tunguska estaban caídos y en llamas. Y, por supuesto, la policía ya había acordonado la Plaza Dealey de Dallas y se habían llevado a JFK mortalmente herido hasta el Hospital Parkland.
No hay nada que hacer. Siempre llego tarde a todos lados por culpa de este cacharro que me costó más de diez años de trabajo, un monstruosidad en dinero, mi matrimonio, el odio de mis hijos y el repudio de mis padres y amigos.
Por supuesto, intenté varias veces volver a mil novecientos noventa y ocho para prevenirme de este inconveniente con la esperanza de, en aquellos primeros pasos, encontrar una solución adecuada y tal vez obvia en los planos sacados de la revista Mecánica Popular del mes de marzo; pero, haga lo que haga, siempre llego después de haber cerrado mi taller y mientras, de seguro, estoy dormitando en el colectivo en el largo viaje de regreso a casa a esa última hora de la tarde. Ni siquiera pude llegar a prevenirme para sostener fuerte el pasamanos, la vez que el colectivo doscientos noventa y ocho frenó de golpe en la esquina de Brandsen y Quirno Costa, por culpa de un taxista que cruzó el semáforo en rojo; y que me valió una caída y un dolor en la espalda que me duró tres semanas.