jueves, 26 de septiembre de 2013

El principio del fin - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Agencia EFE. — Zimbabue, 1 de Enero (EFE)
Un ángel descendió del cielo sobre la capital Harare. Traía consigo, según testigos, una corneta de muerte. En un principio se creyó que todo era un montaje fílmico. Antes de ser arrasada la urbe por el sonido bíblico, el ángel concedió una hora de gracia a los justos para abandonar la ciudad. Miles de personas lograron escapar de la rabia divina. Hordas de ángeles remataron a los sobrevivientes con espadas de fuego. Tropas zimbabuenses fueron rechazadas y exterminadas por un cornetazo celestial, ante un denuedo vano por parte del gobierno de tomar acciones defensivas. Esfuerzos humanitarios han sido canalizados por la Unión Africana; la OTAN ha enviado dos portaaviones al teatro de los acontecimientos. Datos filtrados por inteligencia estadounidense, indican una importante concentración de ángeles cerca de Bulawayo, segunda ciudad en importancia de Zimbabue. El número total de víctimas y desplazados no ha podido ser establecido; el jerarca de la iglesia católica no ha querido hacer una declaración oficial acerca de la tragedia africana. Señales de movimientos angelicales, en otras partes del mundo no han sido reportadas. Equipos de fuerzas especiales de: América, Asia y Europa han sido puestos en alerta máxima para anular cualquier clase de presencia seráfica. Organizaciones no gubernamentales, han pedido al conjunto de naciones frenar las hostilidades contra los ángeles y manifestaron por unanimidad: "Los mensajeros divinos son: apostólicos y proféticos, principio y expiración; tenemos que dejar las armas de lado y aceptar el dictado final."

Acerca del autor:
Sergio Fabián Salinas Sixtos

Los bolsos - Nélida Magdalena González


Cuando menos lo esperaba, su bolso que estaba abierto, cayó al piso.
Justo ahí, en la vereda del famoso bar de la avenida Corrientes.
Un hombre, de mediana edad, se prestó para ayudarla.
—¡Cuántas cosas, señorita! ¿Es necesario llevar tanto? —le dijo riéndose.
—¡Muy necesario! Retírese, no le pedí auxilio —respondió la joven sonrojada.
Él no hizo caso y estupefacto miraba como ella se apresuraba. Contó dos peines, tres toallas de mano, una linterna pequeña y varios preservativos.
Pensó que sería una mujer de la calle, de ésas que haciéndose las tímidas, ofrecen sus servicios.
Llegó a su casa pensando todavía en la mujer. Su esposa se estaba bañando.
La curiosidad lo traicionó y fue al dormitorio. Revisó el bolso de su esposa sintiendo que profanaba algo muy personal.
Encontró llaves, maquillajes, peines y un estuche de terciopelo rojo. Seguramente se había comprado otra pulsera, ya conocía esos estuches.
Era la oportunidad de abrirlo. ¡Sorpresa! Contenía preservativos de muchos colores que
nunca había usado uno con él.


Acerca de la autora: Nélida Magdalena González

martes, 24 de septiembre de 2013

Una vida tejida a mano – Héctor Ranea



El escritor Kirlian Josephson tenía, además, habilidades de constructor. La prenda que se considera la última que construyó tiene forma de corpiño y fue realizada con primor y delicadeza tales que se piensa que estuvo sumamente enamorado del lugar donde irían a localizarse las tazas del mismo. Tan enamorado que cobijó el área de los pezones con una tela de tecnología que aún se está estudiando y que realza la hipótesis de que K-J tenía una suerte de entrenamiento en la nigromancia o algo similar, de resultas del cual podía tejer con nano-hilos de oro que conformaban lo que debía él considerar una cuna deseable y merecida para tales partes. Se sabe, los hombres no pueden entender la sensibilidad de esas áreas, en particular él, que carecía de las mismas.
No estamos seguros de que la prenda en cuestión fuera alguna vez usada por Ariabella o por mujer alguna, ya que también circula como verdad irrefutable que el nido para los pezones fuera tejido por una araña lobo. La prueba aparentemente decisiva estriba en que la biblioteca de Kirlian se encontró infestada de dichas arañas; sin embargo, estoy en condiciones de asegurar que la función de las mismas era la de censurar ciertos libros en ciertas épocas, tejiendo fuertes cierres o la de ayudarlo a tejer las tramas de sus historias aunque, se sabe, a veces las arañas lo hacen tan rápido que, lejos de ayudarlo al pobre K-J, lo apabullaban con su imaginación (¡claro, las arañas lobo tienen al menos ocho ojos!) y lo frustraban. Por último, las arañas tejían muy mal con oro, apenas habían alcanzado el nivel de un papel de lija suave para quitar la tinta de calamar en caso de que K-J quisiera reescribir sus propios palimpsestos, cosa a la que también era aficionado, con el objeto de reinventar su vida amorosa.
Sutil, llegó hasta él esta bendición de armar los corpiños de Ariabella aunque ella, desdeñosa, se negase a usarlos. Me tocó ver una vez al corpiño que desde dentro parecía deformarse tomando la forma que tomaría al ser apretado por dedos fervorosos. Un genio, Kirlian Josephson.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Viernes - Paula Duncan



Algo la despertó esa mañana, no podía determinar si fue su gata o el viento en los postigos; estuvo dando vueltas en la cama remoloneando sin muchas ganas de levantarse, el tibio calor de sus sábanas la invitaba a seguir ahí, saco un pie y sintió en frio del ambiente y lo volvió a meter para sentirse reconfortada, se acurruco, abrazo la almohada y pensó “solo cinco minutos más” y volvió a quedarse dormida.
Cuando despertó salió corriendo de la cama, “¡que tarde es!; ¿cómo no escuché la alarma?”, se vistió rápidamente bebió un café a las apuradas, solo para no salir en ayunas y partió a su trabajo, al llegar a la calle se dio cuenta que algo raro pasaba, casi no había gente, pocos vehículos ningún colectivo; se subió a un taxi que vagaba por ahí y luego del saludo, el chofer le disparó a quemarropa “¿vio? parece que hay un problema con el tiempo, nadie sabe en qué día, mes o año estamos, y creo que hasta el sol esta desorientado, parece el atardecer y todavía no es mediodía”.
Llego a la oficina, en medio de personas aparentemente perdidas, y deambulando sin meta fija; adentro el clima era más o menos normal estaban apurados tratando de terminar su trabajo para poder salir temprano, era viernes y todos tenían planes, nadie hablaba de lo que pasaba afuera.
Trabajo, tomo café, siguió trabajando casi sin cruzar palabra con sus compañeros, ella seguía preocupada por haber llegado tarde, sin ninguna excusa al promediar la jornada, la ataco una modorra inevitable; dejo por un momento lo que estaba haciendo para descansar y recobrar fuerzas, solo fue un instante en que se quedó dormida y soñó, o ella lo pensó así, soñó con un mundo extraño con un sol que aparecía a cualquier hora, con gente que no sabía a qué atenerse y vagaba sin rumbo en una ciudad gris y semidesierta, se despertó sobresaltada y cerrando carpetas, decidió ir a su casa buscando refugio ante tanta locura desparramada en la ciudad, no entendía que pasaba , su mente lógica no se lo permitía.
Al regresar, su casa le pareció algo así como un nido acogedor, escucho música suave mientras se bañaba y ya más relajada se dispuso a cenar liviano como siempre; pescado ensalada y de postre alguna fruta, con el café eligió una película romántica para no agregar problemas a su mente y se fue a dormir.
Durmió de un tiron y profundamente toda la noche, ya de mañana algo la despertó no podía determinar si fue su gata o el viento enlos postigos; estuvo dando vueltas en la cama remoloneando sin muchas ganas de levantarse, el tibio calor de sus sábanas la invitaba a seguir ahí, saco un pie y sintió en frio del ambiente y lo volvió a meter para sentirse reconfortada, se acurruco, abrazo la almohada y pensó “solo cinco minutos más” volvió a quedarse dormida.
Cuando se despertó salió corriendo de la cama, “¡que tarde es!; ¿cómo no escuché la alarma?; justo hoy que es viernes…”

Acerca de la autora:
Paula Duncan

Celos - Paloma Casado Marco


Que le perdone, me ruega. Que nunca más me será infiel. Que ni siquiera mirará a ninguna otra mujer. Que le permita volver. No para de mandarme mensajes desde el móvil que le regalé en su último cumpleaños para que estuviéramos siempre conectados. Y fue gracias a las nuevas tecnologías que le descubrí las fotos con esas amiguitas. Me llamaba celosa y controladora y, en sus reproches, le intuí las ganas de abandonarme. Pero no soy capaz de dejarle y pasar página. Cuando me lo planteo, siento un abismo bajo mis pies, como si el mundo desapareciera y solo quedara un agujero negro. He decidido darle otra oportunidad. Esta misma noche, me pondré ese vestido escotado que tanto le gusta, prepararé una cena especial con cava, abriré el candado de la puerta del sótano y le dejaré subir a casa. Pero la cadena con que le he amarrado no, esa se la voy a dejar puesta porque, como dice mi madre: “el que evita la ocasión, evita el peligro”.

Acerca de la autora:

Paloma Casado Marco

El báculo de Samael – Daniel Alcoba


Componía Noé su primer tango, a los seis siglos, seis meses y seis días de su edad, y a diez del final del Diluvio. Cuando oyó un rumor familiar bajo los emparrados que sombreaban una corriente de agua diluviana. No le costó reconocer una voz femenina: era la de Iset, esposa de Cam, la más pizpireta de todas sus nueras, y la más calentona. Ya había tenido que castigarla por querer copular en período de veda ritual, en el arca, instigada por Samael, en el transcurso de una torpe conspiración donde el demonio consiguió sublevar a las parejas de perros y cuervos, que así se condenaron a ser inmundos y escrachados en el Levítico.
Apenas oyó a Iset entre los vidueños, junto al arroyo, supo que no estaba sola. Lo cual no le asombró nada, aunque fuera evidente que Cam, su marido, no podía ser, que lo dejara recogiendo racimos maduros a unos cuatrocientos pasos de allí. El viejo se dijo "con Sem o con Jafet debe estar retozando esta percanta maula –un concepto también recién nacido, el de "percanta", quiero decir, que se anticipaba en más de veinte siglos al Decálogo, y en más de cincuenta siglos a Gardel y a Lepera.
El Decálogo es la primera ley que condena el coito extraconyugal. En consecuencia, Iset no estaba cometiendo ningún acto ilícito.
Aunque Noé no inventó el voyerismo, espió. Puesto que en principio quiso saber con quién cogía Iset. Si con el primogénito Sem, si con el pequeño Jafet…
Noé tenía un mal recuerdo del día en que conoció a Bukon el Señor de los Celos, cuando sorprendiera a su mujer jugando con la entrepierna de un nefilim lascivo sobre la verde ribera del Tigris.
In mente resolvió callar la aventura de Iset para no añadir un nuevo disgusto, si no la terrible presencia de Bukon al agobio de Cam; pero al mismo tiempo tomó la firme decisión de castigar al burlador de éste, ya fuera el primogénito, Sem, o el pequeño Jafet. Los conceptos, "aventura" y "burlador", hasta entonces nunca empleados, a partir de esta escena en que Noé se los formulara a sí mismo, tendrían larga andadura en el lenguaje universal.
Acabada la meditación introductoria, de rigor en el estilo patriarcal maduro que se inventara, Noé echó mano a una pértiga larga, de doscientos y veinte y dos centímetros, una rama de acacia que las aguas del Diluvio depositaran sobre la ladera del Ararat, y que los sucesivos choques con las piedras, juguete de las corrientes diluvianas, habían desbrozado, cepillado, y alisado de manera que un carpintero de aquellos tiempos no la hubiera dejado mejor. Y con el arma vistosa, empuñada a dos manos, caminó en puntillas hacia el lecho que la ardiente Iset improvisara bajo las pámpanas, donde lo más visible eran las nalgas peludas de su compañero que subían, bajaban, se contoneaban...
 ¿Serán los riñones de Jafet o los de Sem, los que he de calentar a discreción y a palos?, se preguntaba Noé, con anticipada satisfacción de padre justo; en cierto modo agradeciendo a Dios que le diera esa oportunidad de vindicar al pobre Cam y a su descendencia, jodida para siempre por una maldición irreversible, no escrita de antemano en la inescrutable voluntad del Señor, pero en cualquier caso irreversible desde el momento en que él la pronunciara contra Cam, Canán y la numerosa descendencia... en lo peor de la resaca, y arruinara las vidas a unas cuatro docenas de pueblos a engendrar por el pelotudo que no acertara a echarle una manta encima... Zurrar un poco a Sem o a Jafet equivalía a distribuir la injusticia de una manera más equitativa o pareja, lo cual contribuye con la misma eficacia que la verdadera justicia al apaciguamiento, tanto de los súbditos espíritus rebeldes, como de la mala consciencia de los jueces y gobernantes. Le daría apenas unos cuantos garrotazos paternales en el lomo, el trasero, las piernas... ¡pero esta vez, nada de maldiciones!
 Cuál no sería la sorpresa del viejo patriarca al ver que su nuera fornicaba con un hombre que no pertenecía a su familia. ¿Un polizón del arca que hubiese triunfado sobre un decreto de Dios? ¡Imposible! ¿Un naufrago capaz de mantenerse a flote durante el Diluvio, acaso improvisando una balsa de troncos, donde se alimentara de animales muertos? Dios lo habría sabido... la respuesta era obvia: Iset copulaba con alguien que no podía ser un hombre. Y en efecto, Noé, antes de comenzar la serie de palos contra El Seductor, vio que ese espíritu inmundo de guapa apariencia humana, e Iset, jodían con tal ímpetu y estilo como no viera nunca en pareja alguna de congéneres; en efecto, cogía como un demonio. Además, ya repuesto de la primera sorpresa de no encontrar a ninguno de sus dos hijos probos encaramados sobre la mujer del réprobo, pudo reconocer en el color del pelo, rojo como el óxido de hierro, y la voz, cuya soberbia hiere al oído puro y temeroso de Dios, al mismo Samael que le comiera la moral a su mujer en los días de la construcción del arca, y luego, durante el diluvio instigara la rebelión induciendo las cópulas de las yuntas de perros y de cuervos, para acabar agujereando el casco. Y le entró a palos con más ganas... Se lanzó a vapulear la espalda, la cintura y las nalgas de Samael, con la estaca empuñada a dos manos. Consiguió asestarle cuatro golpes: uno en los propios lomos, otro en las piernas, el tercero sesgado a la altura de las costillas, el cuarto sobre la frente...
Así se forjó la única arma efectiva contra el diablo, porque
Ningún espíritu por fuerte o impuro que sea, tiene poder alguno sobre la estaca de madera con que lo cagaron a garrotazos una vez.
(¡Y hoy, esta pieza única, sale a subasta con toda su historia sobre la módica base de 300000 dólares!)

Acerca del autor:
Daniel Alcoba

domingo, 22 de septiembre de 2013

Un tipo diferente - Ana Caliyuri


Tenía el alma aferrada a la esperanza, en el barrio lo habían apodado “el medio vaso lleno” por su constante actitud positiva frente a las adversidades. Él había perdido su familia durante la guerra, sin embargo jamás hablaba de la guerra como flagelo de la humanidad. No había extraviado la sonrisa ni los buenos modales. Era infinita su capacidad de superación, los dos matrimonios posteriores a los tiempos bélicos lo habían dejado viudo. Las heridas de la guerra habían marcado su cuerpo, no así su alma. Debido a todo ello, se propagó la noticia por el pueblo y ciudades aledañas de que el hombre no era humano. Llegaron investigadores, catedráticos, psicólogos, curas, parapsicólogos, médicos, maestros, etc. desde distintas latitudes para estudiarlo. Todos arribaron a conclusiones similares: el hombre había sido atacado por un virus que había borrado su memoria. Le inyectaron un antídoto hasta que la recuperó; se convirtió en el “medio vaso vacío”; desde ese día no deja de llorar razón por la cual el pueblo se ha inundado. Sin dudas, nadie escapa a su naturaleza, y Psyche era extremadamente diverso.


Acerca de la autora:  Ana Caliyuri

Alma dormida - Rubén Pepe


Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.
(Jorge Manrique, “Coplas a la
Muerte de su padre”).

Te contemplo sereno pétrea masa inerte. Siglos has pasado esperando que alguna mano diestra despierte tu alma dormida. Te ha parido el vientre de la madre tierra, sin siquiera un llanto, solo el seco golpe que te asestó el cantero. La luz te descubre formas que intensifican huecos y aguzan aristas. Aún no es tiempo de despertarte. Dibujo ideas que en tropel asoman. Hundo las manos en la palpitante arcilla extraída de la serena ribera. Agrego, quito, desbasto, doy textura. El conjunto se ondula en armoniosa danza, y con firmeza y levedad emprende vuelo.
En el rincón más oscuro del estudio, el expectante bloque despide níveas luces vibrantes. Como un cirujano tengo alineadas las herramientas. El primer golpe de la maceta en la punta acerada retumba como un asordinado latido,  acompañado de un destello,  el eco se desvanece con un gemido. Golpeando a la gradina las superficies rústicas van tomando forma. El tiempo transcurre inexorable sin pausas de días ni noches. Con firmeza y golpes sobre los escoplos recto y curvo, aliso, suavizo descubriendo la blandura palpitante del abultado torso emplumado. Entre golpe y golpe apenas me permito secarme el sudor que amalgamado al polvo marmóreo, me enmascaran el rostro mimetizándome con el material que tallo. Los latidos de mi corazón son espaciados, los de la alada creatura acompasados, retumban en mis oídos. Los golpes los doy a largos intervalos en un supremo y agónico esfuerzo. Siento como el abanicar de enormes aspas, las alas baten el entorno, las garras me aferran, levantamos vuelo a través de la acristalada ventana, rumbo a la cumbre de la serranía, que la dorada aurora destaca como un Edén, donde reposaremos en la eternidad, como émulos amistosos de Prometeo y el águila. Así sea.    

Acerca del autor:
Ruben Pepe

La ciudad invisible - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Buscó la Ciudad Invisible en mapas y libros de cartografía, indagó entre atlas olvidados en librerías de segunda mano. Escribió en clave diarios donde contaba los detalles de sus andanzas, con esquemas y notas a pie de página. Llegaba a casa a altas horas de la noche, agotado por la investigación febril. En el patio trasero de su casa, dibujó sobre el suelo símbolos ininteligibles con el afán de encontrar respuestas a preguntas prohibidas; en las noches estivales se recostaba en el tejado y miraba el cielo, buscando rutas celestes que revelaran una pista de la ciudad olvidada por más de mil años. Por años tradujo y leyó escritos antiguos, entrevistó a viejos eruditos que habían perdido la razón. No había distracciones en la investigación, se entregó en ella en cuerpo y alma, en un principio sólo consumía un par de horas, pero al avanzar en la profundidad de su indagatoria consumió jornadas enteras —perdió el trabajo—; su madre con lo poco que percibía por su pensión de viudez se las arreglaba para darle dinero extra para solventar sus investigaciones. Por las tardes clasificaba la correspondencia que recibía de investigadores variopintos del mundo entero, con el objetivo de encontrar una pista, un indicio de la ubicación de la Ciudad Invisible. En los últimos días su comportamiento era más huraño e irritable; rehuía conversar sobre su indagatoria —tema del que hablaba con excitación en los días de antaño—. Desaparecía días enteros y regresaba a su casa apestando a miasmas y medio muerto de hambre. Un día de abril no volvió. La madre registró los papeles de su hijo buscando una pista sobre su paradero. Ahora ella es quien estudia los mapas, revuelve y lee con lupa en mano los diarios indescifrables del hijo ausente; revisa atlas y se entrevista con eruditos que han perdido la razón.

Acerca del autor: Sergio Fabián Salinas Sixtos

viernes, 20 de septiembre de 2013

El valle de Firgana – Sergio Gaut Vel Hartman & Carlos Enrique Saldivar


Habían escalado más de trescientos metros cuando el terreno se niveló. Ahora la pendiente era suave y estaba surcada por vetas oscuras, costurones claramente marcados, parecidos a canales en los que bullían sustancias semejantes a la miel. Al ver correr el agua, Hestor inició una breve búsqueda de la fuente, y al cabo de unos minutos llegaron a una hondonada lo suficientemente ancha y profunda.
—Esto es el lecho de un río —dijo Iuster y, saltando con agilidad, echó a caminar por el mismo—. Lo encontraremos a unos metros. —Hestor lo siguió, entusiasmado.
Caminaron durante una hora.
—¿Cuándo hallaremos la bendita fuente? ¡Estoy agotado! —dijo Hestor.
—Pronto. Sé paciente.
—¿Cuándo es «pronto»?
—Un rato más.
Sin embargo, avanzaron otra hora.
—¡Ya no puedo…! Pásame el agua —dijo Hestor.
—Toma. Tranquilo, ya falta poco.
—¡No me tomes el pelo! ¡Sé que estamos lejos aún!
—Entonces deja de parlotear y camina.
—¡No pienso andar un solo metro! ¡Me has engañado! ¡La dichosa fuente no existe!
—Sí que existe, llegaremos, eso te lo juro.
—Regreso, adiós, persigue tu sueño solo. —Hestor intentó volverse, pero sus pies no respondían. Esto lo aterró. Iuster forcejeó con él, le quitó sus provisiones y le dijo, riendo:
—Ya no necesitarás eso. Vamos.
Trajinaron dos horas más.
—No puedo, no puedo… —susurró Hestor y cayó, desmayado.
—¡Por fin! —dijo el hombre, satisfecho de haber cumplido el rito con precisión—. ¡Oh, magnánima Firgana, recibe este sacrificio y dame sus años de vida!
El valle se abrió ante sus ojos, del centro surgió una fuente de agua que formaba el rostro de un horripilante ser, el cual se tragó el cuerpo caído. Acto seguido ilumino el rostro del devoto, llenándolo de una extraordinaria vitalidad.
Al terminar, Iuster desanduvo sin dificultad la accidentada ruta, rumbo al pueblo.

Acerca de los autores:
Carlos Enrique Saldivar
Sergio Gaut vel Hartman

Comerciando - Sergio Gaut vel Hartman & María Ester Correa Dutari


—El ascensor es muy grande —dijo el niño. Tal vez vivía en una finca de las afueras, o directamente en un pequeño pueblo del interior y era su primera vez en la ciudad.
—¿Grandes? —El hombre no estaba interesado en la conversación. Había robado el niño para vender sus órganos en el mercado negro y lo único que le importaba era encontrarse de inmediato con el comprador y cobrar buen dinero por la mejor mercadería.
—Y difícil de escapar de él —insistió el niño mirándolo con picardía.
—¡Silencio! —El secuestrador observó nervioso el reloj—. Nos esperan a las ocho en punto, en el último piso.
—¿Adónde me lleva señor?
El ascensor se detuvo bruscamente. El hombre tocó varios botones, pero las puertas no se abrieron. —¡Maldición! No llegaremos a tiempo. —El niño observó extrañado al secuestrador que machacaba los controles para continuar—. ¿Que está pasando?
—¿Usted está seguro de saber adónde vamos? —La voz del niño sonaba extrañamente tranquila y metálica. El hombre, fuera de sí, se lanzó sobre el pequeño para hacerlo callar, pero ese fue el momento elegido por ascensor para estremecerse; se encendieron y apagaron las luces y se puso en movimiento tan imprevistamente como se había detenido. Luego se percibió una abrupta frenada y la caja golpeó con fuerza contra uno de los costados. Un sonido agudo atravesó el metal, enloqueciendo al hombre que, mareado, cayó al piso.
—Muy buen trabajo —dijo el jefe del operativo cuando se abrieron las puertas del ascensor—, al fin pudimos atrapar al cazador de órganos. Ahora retiren al prototipo del niño robot y métanlo con cuidado en su caja.

Acerca de los autores:

La gota – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La gota empezó a caer en la noche. Muriel maldijo en voz alta y fue a buscar un balde. El techo no parecía estar rajado, pero el departamento no era muy nuevo y tenía sus desperfectos. Se fue a trabajar y durante el día se olvidó del asunto. Sin embargo, cuando llego a su casa, vio que la gota seguía cayendo. El cubo estaba lleno, aunque no se desbordaba. Por desgracia, no pudo hallar ese día al encargado del edificio. Tiró el agua del balde y colocó otro para recibir la gota. Se percató de que el líquido estaba limpio, es más le parecía puro, cristalino. Muriel imaginó que el problema también le competía al habitante del cuarto superior. Sabía que allí vivía una joven delgada, menuda y bonita. Se dirigió al piso de arriba y tocó la puerta. Insistió y golpeó con fuerza; la chapa era de mala calidad y la entrada se abrió. La anciana ingresó con cautela y encontró la cabeza de la chica tirada en mitad de la sala. Gritó, pero nadie la oyó, ¿Fue asesinada? Tal vez. Por alguna pareja que… había descubierto lo que ella era: el cráneo se deshacía poco a poco. Muriel había escuchado historias en su niñez acerca de estos seres. Se persignó. Permaneció un par de horas, triste, junto al resto, esperando que se hiciera agua por completo. Más tarde, cuando la última gota hubiera caído, vertería el líquido en el jardín del primer piso y colocaría una cruz blanca. Así lo indicaba la leyenda de las «gotas humanas».

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

miércoles, 18 de septiembre de 2013

El extraño viaje a tierras de Moz - Raquel Sequeiro


Le dio un buen paseo a su mascota, una nutria que se había traído de Hawai en su último viaje en escolopendra voladora. Ató bien el equipaje, ajustó las riendas a su caballo y partieron raudos y veloces. Alguien pregunto quién era la nutria; Nadie, a su derecha, preguntó dónde estaba la escolopendra. El escritor se quedo callado y su mujer, la ilustradora más famosa de todos los tiempos, los untó con goma de borrar.
—¿Llevas el mapa, querida?
—Aquí está —dijo, sacándolo del bolsillo de su chaqueta—. Llegaremos pronto. No olvides la contraseña, yo también soy un dibujo. —El escritor sonrió, la enorme escolopendra se debatía en el saco sobre el techo del vehículo: no le gustaba que la ataran, sobre todo por sus siete alas vidriosas—. Nos quedan un par de horas de viaje y estaremos en la casa de Moz.
—Vale, esto me recuerda… — Pisaron un par de escalones amarillos al bajar.
—¿Pero esto no era Moz?
—Sí, el camino era tan sencillo que lo cambió por escalera, parece.
La mujer preguntó que pensaba pedirle al mago y mientras el escritor pronunciaba 'ciruela' y la escaleras aminoraban la marcha para que pudiesen subir; abrazó a su compañera, se rió y apenas tuvo tiempo, Nadie o Alguien, quienes habían reaparecido, de preguntarle nada a nadie o a alguien.
En unas horas, Sofía dejó de ser un dibujo y Héctor tenía un corazón nuevo.
—Avestruz. —Salieron de allí rápidamente, con las escaleras explotando en un sinfín de fragmentos.

Acerca de la autora:


En la puerta, como Kafka – Héctor Ranea


—No hubiera podido escribir sobre Troya sin haberla visitado —me dijo Kirlian Josephson en su entrevista tomando la tercera copa llena de brandy.
—¿Viajó a Troya, en Turquía? —le respondí preguntando.
—No; viajé dentro del libro —señaló vagamente hacia la biblioteca—. Me parece que anda por ahí la Ilíada que tiene la puerta para ir a Troya.
—¿Cómo dice? ¿Viaja a través del libro?
—De los libros, me permito corregirlo. Todos tienen puertas acá. —Volvió a ejecutar el gesto anterior.
Me quedé poco menos que pasmado y sin aliento. Hice silencio mientras él sonreía con satisfacción. Al cabo de unos minutos, no recuerdo cuántos, pregunté no sin turbación:
—¿Puedo viajar yo también?
Me clavó los ojos celestes fríos, primero con sorpresa, luego con algo de indignación y sarcasmo, y finalmente con curiosidad.
—¿Por qué no?
Y diciendo eso se levantó medio tambaleante y en eso, dio media vuelta y me preguntó, con voz aguardentosa.
—¿Adónde querría viajar?
—Me toma por sorpresa. ¡Quisiera ir a tantos lugares!
—Piénselo bien esta noche y me lo comenta mañana.
Volvió a sentarse, mirando hacia la ventana y un poco de reojo, a mí.
—¿Puede retirarse? —me dijo.
Al día siguiente, obvio, no se acordaba haber hablado del tema y mucho menos de la promesa que me hizo. Nunca sabré si fue porque no le gustó que no supiese dónde ir o porque no se puede creer en las promesas de un inglés en pedo. No volvimos a hablar más del asunto, como corresponde a los caballeros.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Escalada armamentista - Sergio Cossa


Cuando vi a la Muerte sentada en un banco del parque, torcí por un sendero para evitar saludarla, por si las moscas... Sin embargo, el rojo apagado de sus ojos movió a que me acercara.
—No es habitual encontrarla por aquí —farfullé.
—Es que se ve tan linda la noche… pero debo seguir con los encargos.
—Espero que no sean de por acá cerca.
—¡Qué va! Tengo pedidos hasta del otro lado del mundo. Tanto los de Arriba como los de Abajo me agobian con su escalada armamentista.
—¡¿Cómo es eso?!
—Los de Arriba y los de Abajo. Celestes y Rojos. Miden fuerzas para probar quién domina el Más Allá.
Mi boca abierta y muda la invitó a continuar.
—Desde el inicio, las cosas estuvieron parejas. Se moría uno bueno, luego uno malo y así. En las catástrofes había de todo. Los poderes estaban balanceados. Ahora es una competencia feroz. Los bandos se acusan de haberla iniciado y expanden sus ejércitos. Si los de Abajo consiguen un nuevo príncipe, los de Arriba contestan con dos arcángeles. Si los Celestes buscan infantería con un terremoto, enseguida los otros acumulan adeptos con una guerra. Y yo soy la que va y viene con los encargos. Me tienen harta los celestismos, los infiernismos y todos esos ismos.
«Pobre, qué trabajo».
—¿Fuma? —pregunté ofreciéndole un cigarrillo, para conversar un poco más.
—Te acepto uno. Si hay algo que me atrae es el tabaco.

Acerca del autor:
Sergio Cossa

lunes, 16 de septiembre de 2013

EGOlución - Héctor Ugalde


Al principio fue el ego...
Y Dios dijo: "¡Hágase la luz!", y el ego se hizo.
Entonces ocurrió el BIG BANG que en realidad fue el BIG EGO...
Y en el caldo primigenio, la combinación de agua, metano, amoniaco, hidrógeno y un ingrediente secreto, dieron vida al primer ego vivo...
El ego unicelular se dividió en dos egos, y luego en más, hasta formar al ego multiegocelular.
Al ego le salieron escamas, aletas, branquias y además un gran ego que no podía con él. ("¡Mira mamá! ¡puedo nadar sin manos!")
Y aquel ego se asomó fuera del agua y vio que era bueno, y salió de sí mismo y del mar, y así emergió el ego terrestre.
El ego siguió creciendo y cuando el ego era tan grande que dominaba el mundo... cayó un pequeño meteorito.
El egosaurio vio la enorme conmoción que provocó esa piedra caída del cielo ¡y se murió! (de envidia).
...
Hay quienes dicen que un pequeño ego sobrevivió.
Que fue escalando peldaños y que ahora se siente el Rey de la Creación.
Y que no ha aprendido nada...
A pesar de saber que es solamente un pequeñísimo punto, una minúscula mota de polvo, una infinitesimal partícula de ese GRAN EGO llamado UNIVERSO...
QUE SOY YO.


Acerca del autor:
Héctor Ugalde

Reencarnación o cómo a mi psicoterapeuta la sesión de sofrosis se le fue de las manos - Pilar Arenas Nieto


Me desperté con un pegajoso sabor dulzón en la boca, no quise pensar.  De nuevo cerré los ojos intentando reconciliar el sueño. Me puse a contar ovejitas: una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas... zzzzzzzzzzz.
De repente otra vez ese sabor. Intento tragar saliva. Unas hebras pegajosas cuelgan de mi paladar,  deslizándose resecas por la comisura de mis labios.
Intento relajarme inspiro profundamente por la nariz, expiro por la boca, una vez, otra vez. Caigo en un profundo sueño.
La voz de mi marido me despierta: cariño, si estás en el baño tráeme la loción antimosquitos. Me están acribillando.
Intento decirle que no estoy en el baño, que estoy en la cama junto a él. No puedo articular palabra, las cuerdas vocales no responden a mi esfuerzo, tan sólo logro articular un leve ssszzz.
Mi marido enciende la luz y rápidamente un rayo poderosamente luminoso atrae mi atención.
De repente me sitúo sobre la lámpara del dormitorio, veo a mi marido multiplicado en varias imágenes, zapatilla en mano sacudiendo estrepitosamente a diestro y siniestro: ¡estos malditos mosquitos!
Ante la sorprendente situación intento calmarme. La zapatilla me cruza tan cerca que sin saber cómo ahora me encuentro en el visillo de la ventana.
No es posible, intento restregarme los ojos para salir de mi incredulidad. Al hacerlo percibo que no tengo manos. Dos  frágiles alitas sustituyen mis brazos. Ante la desesperación se agitan por si solas y me trasladan frente al espejo de la cómoda. Veo mi imagen reflejada por muchas veces. No puede ser real, mi cara no es mi cara.
Un finísimo semblante con unos enormes ojos me devuelve la mirada multiplicada.
Esto no puede estar ocurriendo, es producto de mi fantasía.
Intento conectar cuerpo y mente. Procedo a efectuar una de mis posturas de yoga. Al intentar sujetarme sobre una pierna para hacer el árbol, descubro que tengo otras cinco más. Todas ellas tan delgadas que parecen delgadísimos filamentos. Ante la imposibilidad de poder mantener el equilibrio, desisto del intento.
La angustia y ansiedad me hacen revolotear sin tino por todos los rincones de mi cuarto.
Choco enloquecidamente contra los brillos del cuadro de la Virgen del Rocío que tengo sobre mi cama, voy sin trayecto fijo rebotando entre frascos de  perfume situados encima de la coqueta, de ahí a la mesita de noche, al marco de la foto de comunión de mi hijo, al despertador, cuyo tic tac me hace  enloquecer más.
Traspuesta me precipito al vacío. En mi caída libre esquivo un manotazo de mi marido. Retomo de nuevo el vuelo, soy capaz de redirigir mi destino y me poso sobre una esquina del armario.
Mi marido se ha propuesto liquidarme sea como sea. Ahora me alegro de que, a causa de su alergia a los productos químicos,  no me dejara comprar en el súper aquel insecticida que anunciaba "los mata bien muertos".
Pienso: la mejor defensa un buen ataque.
Me cercioro que los movimientos de mis alas me responden, y tras un revoloteo de prueba, me lanzo en picado sobre la coronilla de su calva.
Objetivo cumplido. El dulzor de la victoria me produce una  reconfortante  euforia. Noto una embriaguez, un éxtasis. Saboreo el líquido meloso, lo noto más concentrado, con un toque de sabor que me recuerda mucho al asqueroso ungüento crece pelo que se pone todas las noches. Sin embargo, ahora lo encuentro exquisito.
Empieza a gustarme mi nuevo estado. Soy capaz de hacer elegantes piruetas en el aire, atrevidos triples tirabuzones, trasladarme a velocidad vertiginosa, despistar a mi contrincante, hacerlo creer que he desaparecido para después manifestarme con más fuerza y con toda la artillería prevista.
A lo lejos un eco llama mi atención. Una voz como salida de la profundidad de un pozo. Como a cámara lenta escucho: uuunooo, dooosss, treeesss. Un chasquido de dedos: tack. Y una orden: DESPIERTA.

Acerca de la autora:
Pilar Arenas Nieto

sábado, 14 de septiembre de 2013

Triángulo de Möbius - Leonardo Dolengiewich


Ella sueña que lo ve a él intentando reconquistar a su ex. No puede acercarse y darle vuelta la cara de una cachetada como quisiera. Desespera. Despierta. Lo ve dormir inmerso en una sonrisa. Le da un codazo en las costillas, se da vuelta y vuelve a entrar en terreno onírico.
Él, que soñaba reconquistar a su ex, siente, aún en el sueño, el golpe. Sabe que no hay nadie alrededor de ellos dos, sabe que no fue nadie allí presente. Siente culpa. Se aleja sin dar explicaciones. La ex, entonces, también toma distancia pero le manda un mensaje de texto que dice no creas que no me di cuenta.
Él despierta con una angustia extraña. A su lado, ella no respira y tiene un cuchillo atravesado entre las costillas. El hombre ahoga un grito y corre a buscar el teléfono. En la cocina, su ex, mientras revuelve una taza de café, le alcanza el teléfono y le dice buen día.

Acerca del autor:
Leo Dolengiewich

Animismo - Paloma Casado Marco


Me gusta mirar la vida desde la ventana. No sé el tiempo que llevo así, sentada en mi sillón de orejas apaciblemente, observando cómo el viento despeina los árboles y hace danzar una bolsa tirada sobre la acera. Yo soy esa bolsa que levanta el vuelo para volver a caer, y también formo parte del viento que la mueve. Siento cómo germino poco a poco y me voy abriendo paso entre la tierra tibia. Soy la tierra tibia y la planta que pugna por ver el sol. Soy la nube de formas caprichosas que flota en el cielo y la lluvia que se derrama incontenible. Juego con los niños que gritan y corren por la acera, y siento sus corazones desbocados de dicha. Beso a los jóvenes que se besan: soy su saliva y su aliento.

Las personas que viven ahora en mi casa suelen sentarse en mi sillón de orejas sin entender el porqué de ese escalofrío que sienten. No pueden verme, solo la niña pequeña sonríe cuando me mira. Yo soy también la niña.

Acerca de la autora:
Paloma Casado Marco

jueves, 12 de septiembre de 2013

El ponderado sortilegio del burócrata - José Luis Velarde


El hombre arroja las alpargatas contra el televisor donde rebotan sin causar daño. Son esponjosas como los cimientos de su empleo. Le enoja no haber lanzado un objeto contundente como el cenicero de vidrio, pero más le disgusta la pasividad exhibida en la oficina. Aquí como allá hizo falta ser más autoritario que político. Si es que pudiera compararse el miedo de romper la pantalla con los trucos de un negociante acostumbrado a salir bien librado como los gatos al caer. Se pregunta si vale la pena formular una estrategia que le permita sobrevivir al jefe autoritario y al turbio ambiente que emana de cada archivo circulante en el trabajo.
Se plantea una serie de asuntos que debe someter a revisión. Son quince. Le parecen demasiados. Pospone el análisis para dentro de quince días. Así podrá analizarlos de uno por uno sin la precipitación que ahora le acongoja. Toma un baño con agua caliente y se va a dormir.
La esposa ni siquiera nota el arribo a la cama.
El hombre despierta a las tres de la mañana. El insomnio como siempre. Decide aprovecharlo para organizar la manera en que va a enfrentar sus problemas. Reflexiona. Antes de los quince días sugeridos se reunirá con su mujer y algunos familiares cercanos. Así, entre todos, podrán elegir los cinco puntos más importantes para consolidarse en el empleo.
Ya definidos en orden de prioridad podrá elaborar una guía que le permita orientarse. Definir protocolos, someterlos a revisión. Darles seguimiento hasta llegar a la parte operativa que le permita reubicarse en cada aspecto de la situación ahora insostenible. Un proyecto como el que elabora le tomará tiempo, quizá no más de seis meses, pero se siente prolífico. Un generador de ideas en pleno trabajo creativo.
Planeación, organización, integración, dirección y control son elementos que como buen administrador reinventa en cada crisis.
—No hay vicisitud invencible ante una buena estrategia —exclama.
Bosteza a las tres quince de la mañana.
Se siente más tranquilo, pues ahora enfrenta sus problemas mediante los recursos aprendidos en treinta años de trabajar como burócrata de medio pelo.
Cierra los ojos mientras piensa que quizá sea buena idea alargar el plazo. Seis meses pasan volando, además ya se aproximan las vacaciones de verano. Bienvenidas, pero no bien concluyen cuando las personas comienzan a pensar en las fiestas navideñas. Le mortifica pensar que en esas fechas es difícil echar a andar maquinaria alguna, pero bien sabe que sólo necesita tiempo para armar un buen proyecto.
Ronca.
La esposa despierta para darle una cachetada.
El hombre se adentra en la burocracia y duerme tras encontrar el silencio.

Acerca del autor:
José Luis Velarde

martes, 10 de septiembre de 2013

Le debo un uppercut – Héctor Ranea


Paco “Chirlazo” Damianes paseaba con sumo orgullo su continente por la playa Bristol, en el verano de 1957, donde creo que lo vi por última vez. Mi padre, que por entonces usaba traje oscuro para ir a la playa, lo reconoció por el sombrerito marinero, el mismo que usaba para subir al ring y por el tatuaje de un ancla en el brazo izquierdo, con el que había noqueado a varios ilustres del peso pesado. Incluso al campeón sudamericano, el gran Andrés “Tigre Rayado” Zelta, loco como indicaba su apodo, había llegado a voltearlo dos veces en una pelea de fondo que fui a ver de chico, aunque después de la paliza que el Tigre le propinó en el noveno o décimo round, el Chirlazo se cayó como una bolsa de papas a la lona y le contaron hasta cien, calculo.
Le decían Chirlazo porque la partera que ayudó a que naciera le pegó el clásico chirlo para que llore, pero el Paco se negó. La partera y la abuela se pegaron flor de susto así que le entraron a zurrar por turnos y con ganas en las nalgas hasta que lo hicieron llorar de rabia, calculo. Desde esa fecha data el considerable atraso que había tenido en todo su desarrollo, excepto en el físico. Y la historia que voy a contar tiene que ver precisamente con algo de eso.
Yo pienso que debe haber sido Carnaval, porque no recuerdo otras fechas tales que mi madre nos llevara al mar, más que esas. Y por entonces era proverbial que el Tigre Rayado se pusiera bastante pesado en lo que respecta a quienes le lambeteaban una mirada a la mujer, una rubia espectacular, con senos casi desnudos y un trasero tan descomunal que costaba no mirar. El Tigre se ponía más que en guardia al acecho para captar miradas y repartir sopapos a diestra y siniestra, a tirios y troyanos, a niños o viejos, a jubilados o mozalbetes. Sin distinción. Y ocurrió lo que tenía que suceder. El Chirlazo se le cruzó al Tigre y no perdió oportunidad de mirar con sorna al contendiente al cual hizo besar la lona y con lujuria inocultable a toda esa piel tensa que hubiera querido amasijar a besos. Y fue para allá la trompada más terrible que yo hubiera visto jamás. Se escuchó desde La Perla hasta Playa de los Ingleses. Me alcanzó un pedazo de diente que conservo de recuerdo, aunque no sé de quién fuera. Cayó en el balde que estaba llenando de agua para mojar a una piba que me gustaba, y prolijamente le saqué la sangre, calculando que eso sería un trofeo, cosa que fue así, efectivamente, todo un éxito en la Escuela Mitre. Pero vuelvo a la pelea del siglo. La rubia se levantó con unas gotas de sangre, presumiblemente nasal y del Chirlazo, tomándose las tetas con la loneta y a los gritos. Cuando llegó al policía, el Tigre estaba magullado pero de pie. El Chirlazo tenía la cara hundida como un caramelo hueco. No fue que lo durmió, lo mandó al menos diez años en coma. Cuando lo despertaron, el Paco quería ponerse los guantes, pobre, para ir a darle el uppercut que le debía al otro, pero no sabía que ya el Tigre Rayado había muerto de tuberculosis en una celda en Sierra Fría y a él le quedaban pocos meses. Cuando preguntó por los dientes, le dijeron que la mayoría se los había comido pero habían logrado recuperarlos a todos, menos a uno. En esos meses, el Chirlazo talló figuras en sus dientes. Notable aptitud: cuando juntaban los dientes, ahí estaba la cara de Zelta. De la rubia ya ni se acordaba. Un tipo raro el Chirlazo. El diente que le faltaba no lo extrañó nada, pero yo tampoco lo pude vender, ni siquiera hoy. Ya nadie se acuerda del Chirlazo Damianes.

Acerca del autor:  

La momia - Raquel Sequeiro

Me llamo Molly, tengo quince años, en mi casa hay un fantasma. Subo las escaleras, abro la puerta asustada. Sentado frente a la chimenea encendida en el ático hay un señor de pelo cano. Tiene un libro en las manos que se llama Point. Acércate, dice bajito. Estoy aterrorizada y no hay nadie en casa. Abrí esa estúpida puerta y ya no puedo cerrarla. Tengo ciento cinco años. Mi piel es más añeja que el vino, comienza a caerse mi cabello. Siento, en lo más recóndito de mí, que llegó para matarme; él solito.
Mañana. Martes 23. Ni por asomo debo abrir esa puerta. ¿Dónde he dejado el maldito papelito que lo acredita? Gordon está frío, muerto sobre la repisa de la cocina. ¡Jodidos estúpidos giradores de tiempo! Mañana, mañana, repite el reloj, dando las doce campanadas. Vienen a quitarme un trozo de piel para hacer sus injertos. Deseo ser salvada, devuelta al lugar de la calma. Gordon mueve el rabo, me pisa un pie, yo trastabillo con la alfombra y mi sien se golpea con el borde de la mesilla. Está muy oscuro. El charco de sangre que encontrará la asistenta es considerable. Dos golpes en la cabeza con un bate de béisbol por unas cuantas joyas de mi abuela… ¿Cuántos años tengo, dije? Evitarlo es factible, si me doy la vuelta y huyo escaleras abajo, de mi misma, de todos, de todo, y llegó hasta el firmamento y todo se reduce a un poco de pan con chocolate y soplar una vela. “¿Quién te regaló ese juego?, pregunta Moebius.
—Lo encontré en una caja, en el ático, justo la misma noche en que Casanova me convirtió en momia. Sigo jugando, el cabrón no deja el juego hasta que la última pieza encaje.
—¿Qué pieza, princesa? —me pregunta el charlatán.
—Ni idea, creo que se trata del pomo de la puerta, al menos, cuando subí la otra noche no había forma de hacerlo girar, simplemente estaba abierta, y empujé y…

Acerca de la autora:

Así el diluvio separó tres carnes - Daniel Alcoba


La tierra se pervirtió ante Dios y estaba llena de violencia. Miró Dios a la tierra, y vio que estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Gn 6: 11-12
Hasta el diluvio hubo tres carnes: una seca, otra húmeda, híbrida la tercera. La primera se hizo de fuego y de sales minerales, la segunda con limo de la Tierra de los Dos Ríos. La seca apareció en el universo el día tercero, junto con la hierba verde, los árboles, las frutas; la húmeda el día sexto, poco antes de que Dios descansara el primer sábado.
Fue cuando la descendencia de Adán ya había crecido bastante que los ángeles vigilantes –del tráfico estelar– descendieron del cielo a la Tierra a buscar sexos húmedos. Entonces ambas carnes intentaron mezclarse con terribles resultados, como que engendraron tercera carne, la híbrida. Circunstancia que Yahvé remedió con dos drásticas, medidas sucesivas:
1) Limitar la longevidad de mujeres y hombres a ciento veinte (120) años.
Pero las húmedas descendientes de Caín se unieron con los ángeles guardianes secos y brillantes como estrellas. Y lo que vio Yahvé fue multiplicarse la maldad junto con la descendencia de ambas carnes. Nefilim, el nombre de los gigantes híbridos es genérico y designa a tres especies diferentes o razas hibridas paridas por las húmedas cainitas: los guilim, los nafidim y los elios. Estos últimos eran insaciables devoradores de seres humanos. Yahvé no pudo soportarlo y tomó la medida más drástica:
2) Exterminar a la humanidad, a los ganados, reptiles, aves del cielo y también a toda carne: כּל־ בּשׂר
La Torah no emplea la expresión carne seca, húmeda, híbrida. Se limita a repetir toda carne. Y durante treinta siglos los rabinos han creído que el texto se refería a los humanos y a los ganados, reptiles, aves del cielo… Pero no: כּל־ בּשׂר alude también a guilim, a nafidim y a elios, que como abominables híbridos nacieron con la marca de Caín por sus madres, e insaciable hambre carnívora .
Yahvé, al crear al egrégor Ar’taqof (la Tierra), jefe de los ángeles lujuriosos, vio que había cargado la tinta en ese rasgo del carácter, y supo que Ar’taqof seduciría mujeres y concebiría muchos monstruos, entonces decidió: ¡Los nefilim serán durante un rato, pero también los hago solubles en agua!
Si en el día tercero juntó las aguas debajo de los cielos e hizo aparecer lo seco, y en el sexto creó a los seres humanos y a los maziquim (demonios contrahechos, porque no tuvo tiempo de corregirlos, por el primer sabbath que se le vino encima), con el diluvio separó para siempre la carne seca de los ángeles estelares de la lasciva humedad de las mujeres; y al diluviar disolvió a los guilim, nafidim y elios.


Acerca del autor:

domingo, 8 de septiembre de 2013

El circo del bosque - Xavier Blanco



Emerge disimulado en un recodo del sendero. Llega con el crepúsculo, cuando el sol bosteza rendido  y las sombras de la tarde se diluyen en la lejanía. Levantan su carpa majestuosa,  tejida a base de hojas secas, madreselvas y pétalos de amapola. Un enjambre de luciérnagas ilumina la función. Pasen y vean: abedules con chistera, conejos que son leones; el ciervo contorsionista, el ciempiés acróbata, el erizo tragasables. El cuervo ventrílocuo y su muñeco el espantapájaros. Arañas en monociclo que hilan incansables sus telas. Ciervos malabaristas serpenteando por el alambre. Ardillas elefante y la garza barbuda. Cierra la función el oso lanzador de cuchillos. Todos exhiben alegremente sus habilidades: el abedul se saca palomas de la manga, el erizo embelesa con su destreza, gimotea el muñeco en manos del grajo, salta el ciempiés más allá de lo imposible. Al finalizar la función resuena un coro de abejas, el croar de las ranas, el arcoíris de los camaleones. El viento silabea. Los árboles del bosque aplauden ensimismados. Algunos comentan que esto no es en puridad un circo. Otros creen que lo hacen sólo por dinero. Todos se equivocan.

Acerca del autorXavier Blanco

Tomado del blog Caleidoscopio

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Valle de la Muerte - Ada Inés Lerner


—Si como creo hemos caído en el planeta del Valle de la Muerte tendremos dificultades en salir rápido. —Mi copiloto, Rank, estaba en lo cierto.
—¿Tenés noticias de habitantes permanentes aquí?
–No, no tengo referencias que los haya, solo viajantes esporádicos, científicos del Servicio Meteorológico del Universo. El Valle de la Muerte, es el lugar más caluroso y tiene el récord de la temperatura más alta jamás registrada desde que existen sistemas de medición: 57,78 centígrados el 10 de julio de 1913.
—Lo único cierto es que no nos ahogaremos en un vaso de agua. –No sé porqué Rank estaba de buen humor, la situación era difícil.
—Ja ja ja, no te gustó mi chiste, opino que deberíamos tomar los datos que venimos a buscar y luego preocuparnos por arreglar esta cosa.
—No estoy de acuerdo, esta semana, precisamente el 5 de julio de 2053, el Servicio Meteorológico informó que registró una temperatura de casi 54 grados y creen que podrían seguir en ascenso —le dije en tono algo imperativo, como corresponde a mi grado superior.
—El valle es un espectacular paisaje desértico, la cuenca de Agua Mala, ¡qué ironía su nombre! Es la parte más profunda y caliente del valle. Quisiera grabar y llevarlo como documental. —Rank hizo oídos sordos a mi decisión.
—¿No escuchaste lo que dije? Primero repararemos la nave. —El copiloto hizo un gesto de fastidio—. Si no podemos salir rápido de aquí poco importarán tus documentales.
La disidencia hacía que mis palabras subieran de tono, por lo que Rank se retobó aún más. Intentó salir de la nave y para detenerlo, lo empujó. Rank me trompeó y yo me golpeé la cabeza y caí herido. Abrió la escotilla y salió con su cámara.
Malherido, decidí reparar solo el desperfecto. Busqué mis herramientas y el agua necesaria para salir a la superficie; estábamos a 85 metros bajo el nivel del mar. Observé que Rank no llevaba su provisión de agua, el calor es de los más extremos y la aventura no permite más de dos días sin beber; supuse que lo advertiría a tiempo.
A fines de junio de 2013 otros investigadores observaron que el termómetro marcó 59 grados centígrados. Mi madre terrícola, María Carabajal, diría (en el cercano pasado) que “igualito que en Santiago del Estero”, su provincia argentina. Dicen que hoy es peor aún.
Como nuestro Sol alumbra permanentemente, conseguí terminar la reparación al mediodía de nuestro segundo día pero no tenía noticias de Rank y poca provisión de agua, por lo que solo podía esperarlo dos horas más.
A poco de partir, apareció Rank desfallecido. Arranqué la nave, me deslicé por la superficie y antes de levantar vuelo Rank decidió quedarse en el Valle de la Muerte.


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

El perro del escritor muerto - Cristian Cano


Me parece que el perro se dio cuenta de lo que una biblioteca vale. Te cuento esto porque lo vi. Espía. Lo observo desde arriba, cuando arrimo los libros a una mesa que da a la ventana y, a veces, me quedo aprovechando el sol y no leo, porque miro a ver qué hace. Un día se animó a subir por la escalera. De a poco, escalón por escalón, llegó al primer piso. ¡Hasta acá! Y se asomó con una intriga filosa que se le podía ver alojada en ojos. Pobrecito el perro. Sé que sabe algo. No es un perro más, de eso estoy seguro. Tampoco soy de su interés, porque ni siquiera me mira. Mira para el otro lado. Hacia los libros. Me lo voy a llevar a casa y tengo el temor de que se me vaya: es un perro adulto y callejero. No sé cómo actuar, por eso te cuento esto. Alguien tiene que saber de él, ¿o no? Hay días en los que creo darme cuenta qué es lo que viene a buscar.

Acerca del autor:  Cristian Cano

Recetas del periódico – Ana Caliyuri


La ciudad de Jaijurimen es un privilegiado lugar en el mundo para asentar una familia. El artículo periodístico publicado por un conocido periódico matutino, escrito por un archiconocido periodista, aseveraba tal cosa. En verdad, era un buen destino, parece ser que en ese mentado lugar marítimo el agua hierve a ciento veinte grados (dicen) o sea que allí tendré menos posibilidades de quemar la comida (cabe destacar que me he doctorado en el arte de la quemazón);el tiempo, las pasiones y yo no nos llevamos muy armónicamente bien que digamos. Decidimos con la familia ir un par de días a Jaijurimen para conocer las bondades de ese lugar paradisíaco. Viajamos con cierto recelo, no todo lo que dicen los diarios existe , mejor dicho casi nada de lo que ellos dicen es; pero mi familia de origen italiano ama la pasta y no precisamente el engrudo de spaghetti al que suelo someterlos, razón por la cual le dieron cierto grado de credibilidad a la nota leída con el afán de comerse unos spaghetti al dente.
El departamento que alquilamos para el fin de semana era pequeño, la pava lustrosa sobre la cocina invitaba a calentar agua para tomarse unos ricos mates. El tiempo es esa nebulosa que se instala en algún lugar del cerebro; las caras largas dada la espera para que se calentase el agua me dieron a entender que era mejor unos mates tibios que una inflamada espera. Luego, llegado el mediodía, quise cocinar los spaghetti; me salieron a punto paquete, o sea, casi crudos; hecho este que tornó la ilusionada jornada en evidente malhumor colectivo. Al regresar a mi casa de siempre, pensé que todos tenemos un lugar en el mundo que cuaja o no cuaja con el alma, que algunos cocinan sus deseos en las cocinas de otros, que las recetas para vivir son caldo de cultivo de este siglo y que definitivamente los spaghetti pasados de cocción son un sello que me identifica.

Sobre la autora:


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Espacio perturbado - Paula Duncan


Tuvo una semana difícil, su espacio social estaba perturbado, se le perdían las horas sin saber adonde se marchaban, estaba realmente cansada sin hacer nada, las tareas del hogar fueron relegadas hasta hacer solo lo mínimo indispensable: ropa para cambiarse y algo que comer, la limpieza general pasó a segundo plano, tenía la sensación de vagar por el pasillo de su casa que se estiraba y retorcía, pero cuando salía estaba siempre en el mismo lugar, agotada.
Los días se sucedían grises, húmedos, tranquilos, inquietantes; de a ratos alguno de sus gatos maullaban mirándola como si lo que veían no coincidiera con los que ellos estaban acostumbrados una noche algo lloviznosa dejo a Pancho afuera, justo a el que no maullaba y cuando lo hacía era casi inaudible.
Llego el viernes, y con el la sesión de terapia, pensaba salir con tiempo, los viernes siempre son complicados, pero tratando de que su cerebro se conectara con sus manos y poder terminar el trabajo que le habían encomendado, se le perdió una hora, para ser mas exacto cincuenta y cinco minutos que solo se dio cuenta cuando miro el reloj; ese mismo reloj que cuando se le termina la pila no se queda parado sino que sigue funcionado pero para atrás.
 Llego tarde, ya estaban ahí casi todos sus compañeros, comenzaron a trabajar y descubrió que su cuerpo solo tenía volumen en el espejo, de este lado solo era una plana fotografía.

Acerca de la autora:  Paula Duncan

Permiso, soy alguien – Ana Caliyuri


Primero fue una lluvia fría, luego poco a poco desde el cielo se fueron despegando pequeñas piedrecillas de hielo; pensé en el hombre callejero que no conozco pero que murió anoche envuelto entre cartones. Todos construimos el destino, solía decir mi abuela, sin embargo me pregunto quién desearía construir un destino en la calle con lo lindo que es estar al lado del calor de algún leño, en una cama limpia, con un par de ojos que ofrecen un plato de sopa o guiso o pollo o algo humeante. Ya es demasiado tarde, la temperatura ambiente no deja ni rastros de un perro solo o un pájaro aleteando en la nada. Junto mis bártulos, hoy será una cruda noche; aliso mis cabellos frente a la vidriera, me miro sin compasión ninguna. Sólo me resta esperar el momento indicado para colarme dentro del habitáculo donde se encuentra el cajero automático del Banco. Espero que esta noche la puerta juegue a mi favor; anoche le gané de mano a él y me metí primero aquí adentro; extendí mi vieja bolsa de dormir y me quedé dormido en menos de lo que canta un gallo. Él no tuvo suerte anoche. Lo vi bien retratado en las fotografías de un matutino con un gran titular que rezaba: las bajas temperaturas cobran vidas en las calles. Siempre fui un anónimo y le vuelvo a decir al destino que me deje en paz, no me gusta nada que me fotografíen sin pedirme permiso…


Acerca de la autora:  Ana Caliyuri
  

lunes, 2 de septiembre de 2013

Nos dimos de cenar - Héctor Ranea

Cuando me dieron el número de la sala de espera, supe que sería un problema. Iban por el 653, lindo número. Y a me tocó el 2496, par. “Cagué” —pensé. No hay cosa peor que un par para esperar en la cola de suministro de números.
—¡2496! —grita la megafónica—. ¡2496!
Me apresuro a su ventanilla. Estaba por cantar el número siguiente pero la paré en seco:
—¡Soy yo! No podía pasar entre tanto ciborg y robotitos de mierda. Disculpe mi francés.
—Usted es un yanki, seguro —me contestó desde el holograma—. Páseme su lengua por acá —y me pone algo parecido a una teta. Me pareció un tanto procaz, así que le pregunté:
—¿Esto lo hace porque soy yanki o porque tengo número par?
—A partir del 2493 es teta, señor —me dijo en modo impersonal.
Me mostré bastante molesto, pero pasé la lengua por la imagen holográfica multicolor de tamaño real mientras todos los concurrentes (calculo unos tres millares) reían. Acerqué la lengua con la sensación de humillación. “Hablaré con mi embajada sobre esto” —pensé, pero en ese momento toqué la teta y comprendí que había un mensaje oculto. La textura, sabor, temperatura era de teta, así que seguí con la lengua hasta el pezón, pero me paró en seco:
—¡Suficiente!— gritó—. ¡Su solicitud será resuelta en 3 horas! Espere, yanki libidinoso.
Todos reían. Yo estaba avergonzado.
A las tres horas y dos segundos, un pseudo-robot semi-angélico se me acerca y me canta el villancico 23, el salmo XXIII y el ordenamiento legal del Levítico en yiddish. Todo a velocidad de pettabaudios o más. Así que la visión angelical duró menos que el toque lingual con la megafónica.
Ella me tiró una mirada y comprendí que debía esperarla cuando saliera de la reclusión. Salí del palacio y esperé sin hacer sospechar al Pentasegur, haciéndome pasar por yanki que tomaba fotos a las muñecas comestibles prohibidas en mi país.
Cuando ella llegó, pensé que todos mis malos presagios se habían confirmado falsos. Era hermosa, más linda que en holograma. Salimos en búsqueda de un carpediem donde sirvieran buenos tragos pero ella quiso ir directamente a un restorán.
Ahí, ella comió mis manos en escabeche y unas partes de la entrepierna que prefiero no mencionar. Estuvo rico, según me dijo. Yo pude lamerla donde no había podido a la mañana. Comí partes de eso y un pedazo de costillas; otras cosas que comí no me parecieron gran cosa, pero esa sensación me la llevo para siempre conmigo. O al menos, hasta que me cambien la cabeza.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

La última misión — Cristian Cano


Cuando intentaba recuperarme la tierra se me metía por la nariz. Me acomodé el pañuelo en la cara y apunté el rifle pulsar. Al ingresar a la atmósfera de Sailar 8 los superiores me aconsejaron: ellos ven en la oscuridad total, me repitieron. Matar al jefe de la resistencia Ramstad era una misión osada que iba a acallar a la mala prensa. Fue lo que me propuso la Agencia desde el primer momento y acá estoy, con el rifle cargado y el rostro granoso de Ramset Gorn Lorn en el centro de la retícula. Cuando recibí el permiso de disparo desde la base en órbita, apreté el gatillo: Ramset Gorn Lorn aflojó sus tentáculos y cayó sobre sus rodillas. El punzador ingresó a través de su pómulo derecho y dibujó una figura extraña en la pared de atrás. No necesité ver más. El trayecto de la punta química delató mi posición. Supe en todo momento que la atmósfera húmeda iba a ser un problema que al final tendría que resolver. Los guardias Reales me vieron y resigné gran parte de mis decisiones cuando me quité el pañuelo de la cara. De rodillas, inhalé la atmósfera densa. Escupí tierra de Sailar 8 y tragué sequedad. Estaba decidido a no responder las órdenes de la base.


Sobre el autor:
Cristian Cano

Al margen del proceso creativo - José Luis Velarde


El escritor decide abordar un nuevo tema en la ciencia ficción. El contagio de enfermedades mediante radiofrecuencias. Imagina personas devastadas por sólo responder el teléfono celular. Supone que la novela puede iniciar en un laboratorio donde se enferma a un simio situado día tras día frente a una televisión. Un mal venéreo directo al tuétano o al iris del infortunado espectador. El asesino invisible y perfecto. Un cáncer que viaje oculto entre las señales de telecomunicaciones hasta impactarse en el grupo social que pretende infectar. El proyecto le entusiasma, aunque bien sabe que la realización será un tanto complicada, pues no sabe gran cosa de radiofrecuencias ni de enfermedades. Llama a su editor que responde vocinglero como siempre. Catorce minutos después consigue comunicarle el nuevo proyecto. A cuatrocientos kilómetros de distancia el rechazo se incrementa hasta retumbar en el oído derecho del postulante.
Queda sordo un par de minutos.
Lo recibido es tan intenso y creíble que el escritor decide cambiar el desarrollo argumental que apenas iniciaba. Anota en el margen de su primer esquema que será mejor asesinar a los indeseables con sonidos amplificados de acuerdo a la voluntad del emisor.


Acerca del autor: José Luis Velarde