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martes, 11 de junio de 2013

El espejo - Ambrose Bierce


El espejo es un plano vítreo sobre el que aparece un efímero espectáculo dado para desilusión del hombre. El rey de Manchuria tenía un espejo mágico, donde el que miraba, veía, no su imagen, sino la del rey. Cierto cortesano que durante mucho tiempo había gozado del favor real y en consecuencia se había enriquecido más que cualquier otro súbdito, dijo al monarca: "Dame, te lo ruego, tu maravilloso espejo, para que cuando me encuentre apartado de tu augusta presencia pueda, a pesar de todo, rendir homenaje ante tu sombra visible, postrándome día y noche ante la gloria de tu benigno semblante, cuyo divino esplendor nada supera, ¡oh Sol Meridiano del Universo!".Halagado por el discurso, el rey ordenó que el espejo fuese llevado al palacio del cortesano. Pero un día en que fue a visitarlo sin anuncio previo, encontró al espejo en un cuarto lleno de basura, nublado por el polvo y cubierto de telarañas. Esto lo encolerizó tanto, que golpeó el espejo con el puño, rompiendo el cristal y lastimándose cruelmente. Más enfurecido aún con esta desgracia, ordenó que el ingrato cortesano fuera arrojado a la cárcel, y que el espejo fuese reparado y conducido a su propio palacio. Y así se hizo. Pero cuando el rey volvió a mirarse en el espejo, no vio su imagen, como antes, sino la figura de un asno coronado, con una venda sangrienta en una de las patas: que era lo mismo que siempre habían visto los autores del artificio, y los meros espectadores, sin atreverse a comentarlo. Tras recibir esa lección de sabiduría y caridad, el rey puso en libertad al cortesano, hizo instalar el espejo en el respaldo del trono y reinó largos años con justicia y humildad. Y al morir mientras dormía sentado en el trono, toda la corte vio en el espejo la luminosa figura de un ángel, que sigue allí hasta hoy.

Acerca del autor:
Ambrose Bierce

lunes, 20 de abril de 2009

Los hermanos de luto - Ambrose Bierce


Advirtiendo que estaba por morir, un Anciano convocó a sus dos Hijos junto a su lecho y expuso la situación.
-Hijos míos -les dijo-, ustedes no me ofrecieron muchas señales de respeto durante mi vida, pero darán fe de su pena por mi muerte. Aquel que más tiempo lleve luto en su sombrero en memoria mía, se quedará con toda mi fortuna. Hice un testamento a tal efecto.
De modo que cuando el Anciano murió, los jóvenes pusieron luto en sus sombreros y lo llevaron hasta que ellos mismos fueron viejos. Cuando comprendieron que ninguno de los dos lo abandonaría, convinieron que el más joven dejaría de usar luto y el mayor le daría la mitad de la fortuna. ¡Pero cuando el mayor solicitó la propiedad, se encontró con que hubo un Albacea! De este modo fueron adecuadamente castigadas la hipocresía y la obstinación.

sábado, 8 de noviembre de 2008

A la puerta del paraíso - Ambrose Bierce


Irguiéndose de la tumba, una Mujer se presentó a la Puerta del Paraíso, y golpeó con mano temblorosa.
—Señora —dijo San Pedro, levantándose y acercándose a la ventanilla—, ¿de dónde viene?
—De San Francisco —respondió la Mujer, avergonzada, mientras grandes gotas de sudor brillaban en su frente espiritual.
—¡No importa, mi buena muchacha! —contestó el Santo, compasivamente—. La eternidad es un tiempo largo; terminarás por olvidar.
—Pero eso no es todo —la Mujer estaba cada vez más turbada—. Yo envenené a mi esposo... yo descuarticé a mis niños, yo...
—Ah —dijo el Santo, con súbita severidad—, tu confesión sugiere una grave posibilidad. ¿Eras miembro de la Asociación de Mujeres de Prensa?
La mujer se irguió y replicó con entusiasmo:
—No.
Las puertas de madreperla y jaspe giraron sobre sus goznes de oro, produciendo la música más cautivadora, y el Santo, haciéndose a un lado, hizo una reverencia, diciendo:
—Entra, entonces, en tu eterno descanso.
Pero la Mujer vacilaba.
—El envenenamiento... el descuartizamiento... el... el... —tartamudeó.
—No tienen importancia, te lo aseguro. No vamos a mostrarnos rigurosos con una señora que no pertenecía a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma un arpa.
—Pero... yo solicité el ingreso... Me pusieron bolilla negra.
—Toma dos arpas.

jueves, 30 de octubre de 2008

Los dos hijos - Ambrose Bierce


Un hombre tenía dos hijos. El mayor era virtuoso y obediente, el más joven perverso y taimado. Cuando el padre estaba por morir, los llamó ante él y dijo:
—Sólo tengo dos cosas valiosas: mi rebaño de camellos y mi bendición. ¿Cómo los distribuiré?
—Dame tu bendición —dijo el hijo más joven—, porque puede reformarme. Si me dieras los camellos, seguramente yo sin duda los vendería y malgastaría el dinero.
El hijo mayor, disimulando su júbilo, dijo que trataría de contentarse con los camellos y un recuerdo piadoso.
Todo se arregló según lo hablado y el hombre murió. Entonces, el perverso hijo más joven se presentó ante el cadí y dijo:
—Mira, mi hermano se ha apropiado de mi herencia legítima. Es tan malo que nuestro padre, como todo el mundo sabe, le negó su bendición; ¿es verosímil que le haya dado los camellos?
El hijo mayor fue obligado a entregar el rebaño y fue correctamente apaleado por su rapacidad.

martes, 21 de octubre de 2008

Cuento con mono - Ambrose Bierce


La mascota del general H. H. Wotherspoon, presidente de la Academia de Guerra del Ejército, es un mandril. Se trata de un animal de inteligencia poco habitual, pero de belleza imperfecta. Al volver una noche a sus aposentos, se sorprende al encontrar a Adán (porque la criatura se llama así, dada las tendencias darwinistas del general) ya que este estaba sentado en su lugar predilecto usando las ropas militares del amo, el mejor de sus uniformes con charreteras y todo. 
—¡Tú, maldito ancestro! —truena el gran estratega—, ¿qué significa esto de estar fuera de la cama a estas horas?, ¡y encima con mi traje puesto!
Adán se levanta en tono de reproche y se moviliza en cuatro patas, a la manera de los de su especie, cruzando el cuarto hasta la mesa donde está el general, llevándole una tarjeta de visita del General Barry quien había estado de visita y que, a juzgar por la botella de champán vacía y varios puchos de cigarro, había sido atendido con la hospitalidad acorde a su rango. El general, entonces, se disculpó ante su fiel progenitor y se retiró a su habitación. 
Al día siguiente, se encontró con el general Barry, quien le dijo: —Por cierto, viejo Spoon, cuando ayer a la noche dejé tus aposentos, olvidé preguntarte sobre esos excelentes cigarros tuyos. ¿Dónde los consigues? —El general Wotherspoon no respondió y siguió su camino—. Perdóname, por favor —se disculpó Barry corriendo tras él—; Estaba bromeando, por supuesto. ¡Claro que me di cuenta de que no eras tú a los quince minutos de llegar!

viernes, 17 de octubre de 2008

El hombre que hacia llover - Ambrose Bierce


Un Funcionario del Gobierno, con una gran dotación de mulas cargadas de globos, cometas, bombas de dinamita y aparatos eléctricos, hizo alto y acampó en medio de un desierto, en el que no había llovido durante diez años. Después de varios meses de preparativos y un gasto de un millón de dólares todo estuvo dispuesto, y una serie de tremendas explosiones se produjeron en el cielo y en la tierra. Todo esto fue seguido por un enorme diluvio que lavó al infortunado Funcionario y a todo su equipo de la faz de la creación, y llenó el corazón de los agricultores de una alegría demasiado honda para traducirla en palabras. Un Cronista de Periódico que acababa de llegar escapó trepando a una colina cercana, y allí encontró al Unico Sobreviviente de la expedición —un conductor de mulas— arrodillado detrás de un árbol, orando con, extremo fervor.
—Oh, no puede pararlo de ese modo —dijo el Cronista.
—Mi compañero de viaje al tribunal de Dios —replicó el Unico Sobreviviente, mirándolo sobre su hombro—, su entendimiento está hundido en la oscuridad. No estoy deteniendo a esta gran bendición; con la ayuda de la Providencia, la estoy trayendo.
—Ese sí que es un buen chiste —dijo el Cronista, riendo a más no poder en medio de la espesa lluvia—: ¡Dios respondiendo a los ruegos de un conductor de mulas!
—Hijo de la superficialidad y el escarnio —replicó el otro—, te equivocas de nuevo, engañado por estas humildes ropas. Soy el reverendo Ezequiel Thrifft, ministro del Evangelio, ahora al servicio de la gran firma manufacturera Skinn & Sheer. Fabrican globos, cometas, bombas de dinamita y aparatos eléctricos.

lunes, 13 de octubre de 2008

El administrador partidario y el caballero - Ambrose Bierce


Un Administrador de un Partido le dijo a un Caballero, que estaba ocupándose de sus propios asuntos:
—¿Cuánto pagará por una candidatura a un cargo?
—Nada —replicó el Caballero.
—Pero contribuirá con algo a los fondos de la campaña para apoyar su elección ¿no? —preguntó el Administrador del Partido, guiñando el ojo.
—Oh, no —dijo seriamente el Caballero—. Si el pueblo desea que trabaje para él debe emplearme sin que yo lo solicite. Estoy muy bien sin ningún cargo.
—Pero —lo urgió el Administrador del Partido—, un nombramiento es algo deseable. Es un gran honor ser un servidor del pueblo.
—Si el servicio del pueblo es un gran honor —dijo el Caballero— sería indecente de mi parte buscarlo; y si lo obtuviera por mi propio esfuerzo, dejaría de ser un honor.
—Bueno —insistió el Administrador del Partido—, espero que al menos endosará la plataforma partidaria.
El Caballero replicó:
—Es improbable que sus autores hayan expresado fielmente mis puntos de vista sin consultarme; y si endoso su obra sin aprobarla sería un mentiroso.
—¡Usted es un hipócrita detestable y un idiota! —gritó el Administrador del Partido.
—Ni siquiera su buena opinión acerca de mi idoneidad me convencerá —replicó el Caballero.

sábado, 4 de octubre de 2008

El patriota ingenioso - Ambrose Bierce


Habiendo obtenido una audiencia del Rey, un Patriota Ingenioso extrajo un papel del bolsillo, diciendo:
—Espero que esta fórmula que tengo aquí para construir un blindaje que ningún cañón puede perforar sea del agrado de Su Majestad. Si este blindaje es adoptado en la Armada Real, nuestros barcos de guerra serán invulnerables y, por consiguiente, invencibles. Aquí, también, están los informes de los Ministros de Su Majestad, certificando el valor de la invención. Me desprenderé de mis derechos sobre ella por un millón de tumtums.
Tras examinar los papeles, el Rey los apartó, y le prometió una orden del Tesorero Mayor del Departamento de Exacción por el valor de un millón de tumtums.
—Y aquí —dijo el Patriota Ingenioso, extrayendo otro papel de otro bolsillo —están los planos de un cañón de mi invención, que perforarán ese blindaje. El Real hermano de Su Majestad, el Emperador de Bang, está ansioso por comprarlo, pero mi lealtad al trono y a la persona de Su Majestad me obliga a ofrecerlo primero a Su Majestad. Su precio es de un millón de tumtums.
Habiendo recibido la promesa de otro cheque, hundió su mano en otro bolsillo, diciendo:
—El precio del cañón irresistible hubiese sido mucho mayor, Su Majestad, si no fuese por el hecho de que sus proyectiles pueden ser efectivamente desviados por mi peculiar método de tratar las corazas blindadas con un nuevo...
El Rey hizo al Gran Factótum una seña para que se aproximara.
—Revisa a este hombre —le dijo—, e infórmame cuántos bolsillos tiene.
—Cuarenta y tres —dijo el Gran Factótum, tras completar el escrutinio.
—Puede complacer a Su Majestad —exclamó el Patriota Ingenioso, presa del terror—, saber que uno de ellos contiene tabaco.
—Cuélguenlo de los tobillos y sacúdanlo bien —dijo el Rey—. Después entréguenle un cheque por cuarenta y dos millones de tumtums y mátenlo. En este acto decreto que el ingenio es un crimen capital.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La poetisa de la reforma - Ambrose Bierce


Un hermoso día de la última parte de la eternidad, mientras las Sombras de todos los grandes escritores reposaban en lechos de asfódelos y molis en los Campos Elíseos, cada uno de ellos muy feliz al escuchar de labios de todos los otros sólo copiosas citas de la propia obra (porque a tal efecto Júpiter había hechizado generosamente sus oídos), llegó allí con aire triunfador una Sombra a la que nadie conocía. Ella (porque la recién llegada mostraba evidencias de su sexo tales como el cabello cortado corto y un andar varonil) tomó asiento en medio de ellos, y con sonrisa de superioridad explicó:
Tras siglos de opresión arranqué mis derechos de manos de los dioses celosos. Sobre la tierra yo fui la Poetisa de la Reforma y canté para oídos desatentos. Ahora canto para una eternidad de honor y de gloria.
Pero no habría de ser así, y muy pronto ella fue la más infeliz de las inmortales, anhelando vanamente volver a errar en las tinieblas junto a los lagos infernales. Porque Júpiter no había hechizado su oído, y de los labios de cada Sombra bendita sólo surgían copiosamente las citas de las obras de los otros. Además, a ella le había sido negada la felicidad de recitar sus poemas. No recordaba un solo verso suyo, porque Júpiter había decretado que el recuerdo de sus poemas habitara el penoso dominio de Plutón, como parte del castigo.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La ciudad de la Distinción Política - Ambrose Bierce


Jamrach el Rico, ansioso de llegar a la Ciudad de la Distinción Política antes de la noche, encontró una bifurcación de caminos, y estaba indeciso acerca de cuál tomar; así que consultó a una Persona de Aspecto Sabio, sentada a un lado del camino.
—Tome ese camino —dijo la Persona de Aspecto Sabio—: se lo conoce como la Carretera Política.
—Gracias —dijo Jamrach, y se dispuso a seguir viaje.
—¿Con cuánto me agradece? —fue la respuesta—. ¿Supone que estoy aquí haciendo una cura de salud?
Como Jamrach no se había vuelto rico por su estupidez, le dio algo a su guía, y apresurándose, pronto llegó a una barrera de peaje custodiada por un Caballero Benévolo, quien lo dejó pasar tras recibir algo. Un poco más allá, halló un puente que sorteaba un arroyo imaginario, donde un Ingeniero Civil (que había construido el puente) le exigió algo para permitirle pasar. Ya se estaba haciendo tarde, cuando Jamrach arribó a la orilla de lo que parecía un lago de tinta negra, donde terminaba el camino. Viendo a un Barquero en su bote, Jamrach pagó algo por la travesía y estaba a punto de embarcarse.
—No —dijo el Barquero—. Ponga el cuello en este lazo, y yo lo remolcaré. Es la única manera de pasar —añadió, al ver que el pasajero estaba por quejarse de las comodidades.
A su debido tiempo, Jamrach fue arrastrado a través del lago, y llegó medio estrangulado y atrozmente empapado por las aguas fétidas.
—Bueno —dijo el Barquero, remolcándolo sobre la ribera y soltándolo—, ahora usted está en la Ciudad de la Distinción Política. Tiene cincuenta millones de habitantes, y como el color del Pozo Asqueroso no sale con el lavado, todos parecen exactamente iguales.
—¡Ay de mí! —exclamó Jamrach, llorando y lamentando la pérdida de todas sus posesiones, gastadas en propinas y peajes—. Volveré con usted.
—No creo que lo haga —dijo el Barquero, desatracando—. Esta ciudad está ubicada en la Isla de los Que No Vuelven.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Dos médicos - Ambrose Bierce


Un Viejo Inicuo, sintiéndose enfermo, envió por un médico, que le recetó unas medicinas y se fue. Entonces el Viejo Inicuo envió en busca de Otro Médico, al que no le dijo nada del anterior; este nuevo médico le prescribió un tratamiento completamente diferente. Esto continuó durante unas semanas: los médicos lo visitaban en días alternados y lo trataban por dos desórdenes distintos, con dosis de medicina en constante aumento y cuidados cada vez más rigurosos. Pero un día se encontraron accidentalmente junto a su lecho mientras él dormía, y al salir a luz la verdad, una violenta disputa se produjo.
—Mis buenos amigos —dijo el paciente, despierto por el ruido de la discusión, y adivinando su causa—, les ruego que sean más razonables. Si yo pude soportarlos a los dos a la vez durante semanas, ¿no pueden soportarse entre ustedes un ratito? Hace diez días que me siento bien, pero me he quedado en cama con la esperanza de obtener mediante el reposo las fuerzas que me harían falta para tomar sus medicinas. Hasta ahora no las he tocado.

martes, 9 de septiembre de 2008

La viuda y el soldado - Ambrose Bierce


Una Viuda cuyo marido había sido colgado encadenado estaba velando el cadáver la primera noche, y empapada en lágrimas imploraba al Centinela que lo custodiaba, que le permitiera robarlo.
—Señora —dijo el Centinela—. No puedo resistir más sus ruegos; su belleza se impone sobre mi sentido del deber. Le entregaré el cuerpo y tomaré su lugar en la jaula, en la que un golpe de mi puñal confundirá a la justicia y me otorgará la felicidad de morir por una mujer tan adorable.
—No —dijo la dama—. No puedo aceptar el sacrificio de una vida tan noble. Si es cierto que usted me mira con buenos ojos, ayúdenos a mí y a mis sirvientes a llevar el objeto sagrado a mi castillo, donde usted permanecerá oculto hasta que podamos huir del país.
—No —dijo el Centinela—. Seguramente sería descubierto y arrancado de sus brazos. En tres días usted puede reclamar el cuerpo de su querido esposo; después podrá conferir a un honorable soldado toda la felicidad y distinción que a juicio de usted su devoción merezca.
—¡Tres días! —exclamó la dama—. Eso es mucho para esperar y poco para fugar. Pero sin llevar carga podemos alcanzar la frontera. Ya el día comienza a romper... dejemos el cuerpo y partamos.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La Fortuna y el Fabulista - Ambrose Bierce


Un Escritor de Fábulas marchaba a través de un bosque solitario, cuando se encontró con la Fortuna. Terriblemente asustado, trató de trepar a un árbol, pero la Fortuna tiró de él, lo hizo bajar, y se le ofreció con cruel insistencia.
—¿Por qué trataste de escapar? —preguntó la Fortuna, una vez que cesó la resistencia y se acallaron los chillidos del Fabulista—. ¿Por qué me miras de manera tan inhospitalaria?
—No sé qué eres —respondió el Escritor de Fábulas, hondamente perturbado.
—Soy la riqueza, soy la respetabilidad —dijo la Fortuna—; soy casas elegantes, un yate, una camisa limpia todos los días. Soy el ocio, soy los viajes, el vino, un sombrero brillante y un saco que no brilla. Soy la comida suficiente.
—Muy bien —dijo el Escritor de Fábulas, en un susurro—; ¡pero, por Dios, habla más bajo!
—¿Por qué? —preguntó la Fortuna, sorprendida.
—Para no despertarme —replicó el Escritor de Fábulas, mientras una increíble calma se adueñaba de su hermoso rostro.