sábado, 8 de noviembre de 2008

A la puerta del paraíso - Ambrose Bierce


Irguiéndose de la tumba, una Mujer se presentó a la Puerta del Paraíso, y golpeó con mano temblorosa.
—Señora —dijo San Pedro, levantándose y acercándose a la ventanilla—, ¿de dónde viene?
—De San Francisco —respondió la Mujer, avergonzada, mientras grandes gotas de sudor brillaban en su frente espiritual.
—¡No importa, mi buena muchacha! —contestó el Santo, compasivamente—. La eternidad es un tiempo largo; terminarás por olvidar.
—Pero eso no es todo —la Mujer estaba cada vez más turbada—. Yo envenené a mi esposo... yo descuarticé a mis niños, yo...
—Ah —dijo el Santo, con súbita severidad—, tu confesión sugiere una grave posibilidad. ¿Eras miembro de la Asociación de Mujeres de Prensa?
La mujer se irguió y replicó con entusiasmo:
—No.
Las puertas de madreperla y jaspe giraron sobre sus goznes de oro, produciendo la música más cautivadora, y el Santo, haciéndose a un lado, hizo una reverencia, diciendo:
—Entra, entonces, en tu eterno descanso.
Pero la Mujer vacilaba.
—El envenenamiento... el descuartizamiento... el... el... —tartamudeó.
—No tienen importancia, te lo aseguro. No vamos a mostrarnos rigurosos con una señora que no pertenecía a la Asociación de Mujeres de Prensa. Toma un arpa.
—Pero... yo solicité el ingreso... Me pusieron bolilla negra.
—Toma dos arpas.

1 comentario:

Jacinto Deleble Garea dijo...

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Fabulosa como siempre la ácida ironía del amigo Bierce.

Pero es sobre todo esa manera que tiene de cuidar el detalle lo que vuelve su narración sorprendente; la música que brota de los goznes de la puerta por ejemplo...

Muy buena.






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