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viernes, 30 de abril de 2010

De pibas y olores - Mario Capasso


Para esa piba, nacida en un suburbio de malos olores, resultaba inimaginable una vida diferente, una vida con aroma a perfume francés, como le dijo una tarde una amiga en una esquina. Claro, la otra sabía, era más grande que ella, con mayor experiencia sobre los hombres y sus placeres. Así que entonces, a partir de esa charla y luego de una campaña de ablandamiento, la pequeña, quizás en un estado de embeleso producto del resfrío que la afectaba, abandonó la zona detrás de la más grande, con un aire de desconfianza que ya no la abandonaría y que la ha convertido, ahora, luego de algunos meses de su partida, en una celebridad más que nada horizontal, aunque sus contorsiones también son motivo de elogios. De todas formas, la ex piba, cuando se queda por un ratito a solas, frunce la nariz y recupera los malos olores que alegraron su infancia.

viernes, 16 de abril de 2010

Fin de fiesta - Mario Capasso


La otra noche, casi al final de una fiesta medio fuera de foco, me tocó bailar con una señorita obesa, una chica gordita, bah.
Mientras bailábamos, ella se mostró muy inteligente, contó de sus miedos y angustias, de sus alegrías y decepciones, de sus ganas de que los demás la aceptaran así como era. Al parecer, la cuestión de la discriminación por su figura la molestaba bastante, pero únicamente si ésta se originaba en la actitud de un hombre que le interesaba como tal. Los demás, dijo, ni fu ni fa. Poco después del comienzo de mi amor, según pude percibir por unos golpecitos en el corazón, nos fuimos a sentar.
Después de una pausa llena de miradas cruzadas, mientras la música hacía su trabajo de poner sensibles a las personas, cuando mi imaginación había viajado hacia una cama compartida, ella interrumpió el silencio. Dijo que no me preocupara, que hablara tranquilo, que yo podía decirle cualquier cosa y tratarla como quisiera.

domingo, 21 de marzo de 2010

Flores - Mario Capasso


Persuadido de los pies a la cabeza acerca de las dificultades de un acceso carnal más o menos rápido, quise probar a ver si la convencía por el lado de la belleza romántica y de la caballerosidad.
A un precio que me pareció exagerado, compré un ramo de flores en el puesto vecino a la parada del colectivo. Viajé todo el tiempo con él y se lo entregué apenas abrió la puerta, unas dos horas más tarde, a la hora que ella me había indicado.
Ella lo recibió y, con una leve inclinación del cuerpo, después de agradecerme la puntualidad, me hizo pasar.
Ya en el interior de su hogar, miró por segunda o tercera vez el ramo y, qué original, dijo.
Se expresó, además, con palabras de agradecimiento.
Me ofreció  una silla en la sala, que no era muy grande, más bien todo lo contrario.
Ella, después de dos o tres frases comunes, a las que contesté de la manera más común posible, sugirió poner las flores a buen resguardo.
Dijo que no la incomodaba en absoluto mi manera de tartamudear y aseguró confiar en que todavía le quedara un espacio libre en un lugar especial de la casa, al que le gustaba llamar “el vivero”, y que, si yo le concedía un permiso provisorio, ella saldría unos momentos de la sala y dispondría todo, tal como la ocasión lo merecía, dijo.
A su regreso, toda contenta, manifestó haber hallado el sitio justo, el último disponible en “el vivero”, así que bien pronto debería renovarlo. Agregó que había tenido un día ajetreado, muy movido, creo que dijo, pero eso no le importaba en absoluto y no quería convertir su pasado reciente en una excusa, según remarcó con una sonrisa. A continuación, comentó que me quedara tranquilo, que ya podía dejar de temblar tanto, que la brevedad de la vida la tenía apesadumbrada y que yo no me iría de allí sin antes tomar una linda copita de licor y sin haberme acostado con ella, aunque sea un ratito, dijo.