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lunes, 23 de febrero de 2009

Las estadísticas de Casandra - Daniel F. Alonso


Estudiaba psicología y le gustaba hacerse llamar Rita Casandra, sin reparar demasiado en el significado mitológico del apellido ficticio. Sobrevivía escribiendo la página de horóscopos de una revista femenina y convirtiéndose una vez por semana en la pronosticadora de un programa radial de deportes. Muy en el fondo, la vida de Rita ejercía sobre mí una fascinación incómoda. Me maravillaba que una chica de mi edad lograra mantenerse con una actividad tan exótica y que, además, fuese capaz de costearse los estudios de una profesión seria. Jamás se lo dije, porque en aquella época yo tendía erróneamente a la crítica despiadada —muy constructiva, muy sincera, suponía— pero nunca al elogio halagador, signo de debilidades afectivas.
—Es un trabajo como cualquier otro, mi querido —me había dicho Rita en tono maternal delante de todos mis amigos, para evitar mis constantes agresiones y mis burlas.
Ella intentaba por todos los medios de convencerme de que el momento de nuestro nacimiento determinaba ciertos rasgos de nuestra personalidad. Hacía mucho tiempo que había desistido de sostener delante de mí la certeza ingenua del horóscopo diario. Nunca tuve en claro si Rita creía en sus propias predicciones o si las asumía como parte de un oficio más cercano a la actuación que a la videncia. En realidad, nunca se lo pregunté con franqueza.
Vivíamos peleando. No obstante, ella aprendía de mis arrebatos de lógica y yo no dejaba de leer en secreto sus predicciones en las revistas de mi hermana. Tampoco me olvidaba de escuchar el programa de radio, con la excusa inocente de mantenerme al tanto de las novedades deportivas; muchas veces me quedaba dormido con los auriculares puestos, mientras Rita me susurraba al oído con su voz melodiosa los pronósticos para el fútbol del fin de semana, basados en los signos de los deportistas o en alguna inconcebible encrucijada planetaria.
Exaltados por unas copitas de licor, una noche de invierno discutimos tanto que le propuse hacer un estudio sobre la base de encuestas, para comparar los resultados objetivamente atendiendo a los métodos de la estadística. El proyecto consistía en investigar el perfil psicológico, los gustos y las ocupaciones de un buen número de personas y buscar correlaciones con su signo en el zodíaco. Rita soñaba con encontrar una elevada proporción de obsesivos entre los nativos de Capricornio, que, según me recordó, correspondían a las personas nacidas del 22 de diciembre al 20 de enero. Aseguraba que era obvio que entre las mujeres de Tauro y Escorpio se concentrarían las neuróticas histéricas más severas y que, además, los geminianos incluirían un buen número de ciclotímicos y maníaco-depresivos.
Nuestro entusiasmo se fue incrementando en paralelo con el consumo de alcohol. Sobre el filo de la madrugada creímos haber inventado una nueva disciplina de gran futuro, la astrología epidemiológica o, como prefería llamarla Rita, la psicología astrológica.
Nunca logramos reunir un volumen suficiente de casos como para arriesgar un test estadístico. Una primera impresión, sin embargo, indicaba que había tantos músicos y artistas de Libra como de Piscis, tantos fóbicos de Aries como de Sagitario y tantas prostitutas de Acuario como de Virgo. La investigación se interrumpió en forma definitiva cuando Rita se quedó sin trabajo. La revista femenina dejó de aparecer y de la radio literalmente la echaron. No se enteró del accidente fatal de Ayrton Senna en Imola y el lunes siguiente auguró el mejor de los éxitos para el piloto y los nativos de su signo. El yerro fue muy evidente y hasta sonó a burla. Rita me contó entre sollozos la desafortunada historia de su despido y yo me limité a prestarle mis pañuelos y mi hombro toda la noche. Al fin de cuentas, ella me consideraba su amigo y no era momento para filosofar sobre el azar y el destino.
Nos casamos un martes de abril, pocos meses después de terminar la Facultad. Nuestra vida en pareja ha resultado hermosa, a pesar de que Rita es de Leo y yo soy de Cáncer. Siguiendo las concepciones zodiacales, Rita dice que puedo ser apasionado, pero muy exigente. Que suelo enojarme si ella hace demasiadas cosas o no las hace como yo quiero. Pero, de todos mis amigos casados sus esposas dicen más o menos lo mismo y, si bien todavía no averigüé sus signos, dudo que la combinación de Leo con Cáncer se repita en sus parejas.

martes, 17 de febrero de 2009

Vendedor de esperanzas - Daniel F. Alonso


Lorenzo Constantini murió el mes pasado, víctima de un infarto que venía buscando cobrarle algunas deudas pendientes. La noticia ocupó apenas una columna en la sección policial de Crítica, un vespertino sensacionalista más afecto a los descuartizamientos que al delito sutil del fraude científico. Se diluyó así mi esperanza de ver reivindicado el nombre del Dr. Constantini con la publicación de un trabajo consagratorio, digno de las revistas médicas más prestigiosas del mundo. Me cansé de navegar por Internet en busca de aquel artículo —inexistente, por cierto— y consulté el Medline con el entusiasmo propio de un principiante. Como una metáfora de la realidad que evitaba admitir, mi búsqueda había terminado en una página par de un diario de mala muerte abandonado en un andén de estación de subterráneo.
Constantini era un zoólogo que había descubierto ciertas sustancias curativas en la mosca Drosophila. Años atrás comunicó que un breve tratamiento de ratones con cáncer era suficiente para causar la desaparición del tumor y sus metástasis. El periodismo interpretó la noticia a su estilo y convirtió la cautela críptica de los científicos en largas procesiones de pacientes frente a los hospitales clamando por masticar Drosophilas.
—Un científico es un individuo que anuncia una cosa sencilla en forma confusa, haciéndonos creer que la confusión es culpa nuestra —dijo el Cholo Benítez luego de escuchar la noticia en la radio que teníamos en el consultorio.
Benítez era uno de esos personajes queribles de la fauna que habita los hospitales públicos argentinos. Cargaba con un puesto de enfermero y algunos años cursados de medicina, aunque su mayor pasión siempre habían sido el fútbol y las películas italianas. Pasábamos largas horas intercambiando conocimientos e ignorancias. Benítez me contaba alguna película de Fellini y la analizaba como un crítico experto, sacando a la luz detalles que estoy seguro ni el mismísimo Fellini había imaginado. Yo compensaba mis escasas inquietudes artísticas con lo que él consideraba otro arte: el de curar.
—La verdad pasa por las mentes simples —solía decir Benítez algunas mañanas de invierno. Yo había aprendido a no contradecirlo y, menos aún, a no ofenderme por sus ocurrencias.
Cuando las noticias de las propiedades curativas de las moscas ya habían desaparecido de los informativos y, con ellas, los pacientes aguardando en la puerta de los hospitales, Benítez me ayudó a entender por qué cuando un avance de la medicina se hace cotidiano, la gente tiende a perder interés. Él lo interpretaba como una consecuencia de la falsa idea de inmortalidad con la cual preferimos construir nuestras vidas.
—A veces una salvación mágica, aunque incierta, es para muchas personas mejor que una salvación verdadera pero dolorosa —concluía Benítez. A esa altura yo no sabía si estaba hablando con él o con mi analista.
Poco tiempo después, un colaborador directo de Constantini clavó una daga inapelable en la reputación del zoólogo. Envió una nota de retractación a la revista “Science & Nature”, asegurando que los experimentos de Constantini eran inefectivos para identificar la presencia de las supuestas sustancias curativas y que nunca fue posible repetir y confirmar sus acciones en animales con cáncer.
Debo admitir que siempre admiré la trayectoria científica de Lorenzo Constantini y, por sobre todo, la originalidad de algunos de sus postulados. Esta ingenuidad se me revela ahora con la noticia de su muerte, mientras espero que Benítez me alcance la dirección de la farmacia que vende —clandestinamente, intuyo— los extractos de insectos. Supongo que mi fiel colaborador y amigo llegará antes de la salida del último subterráneo hacia el centro. El frío de esta estación y el cáncer me están consumiendo.