Estudiaba psicología y le gustaba hacerse llamar Rita Casandra, sin reparar demasiado en el significado mitológico del apellido ficticio. Sobrevivía escribiendo la página de horóscopos de una revista femenina y convirtiéndose una vez por semana en la pronosticadora de un programa radial de deportes. Muy en el fondo, la vida de Rita ejercía sobre mí una fascinación incómoda. Me maravillaba que una chica de mi edad lograra mantenerse con una actividad tan exótica y que, además, fuese capaz de costearse los estudios de una profesión seria. Jamás se lo dije, porque en aquella época yo tendía erróneamente a la crítica despiadada —muy constructiva, muy sincera, suponía— pero nunca al elogio halagador, signo de debilidades afectivas.
—Es un trabajo como cualquier otro, mi querido —me había dicho Rita en tono maternal delante de todos mis amigos, para evitar mis constantes agresiones y mis burlas.
Ella intentaba por todos los medios de convencerme de que el momento de nuestro nacimiento determinaba ciertos rasgos de nuestra personalidad. Hacía mucho tiempo que había desistido de sostener delante de mí la certeza ingenua del horóscopo diario. Nunca tuve en claro si Rita creía en sus propias predicciones o si las asumía como parte de un oficio más cercano a la actuación que a la videncia. En realidad, nunca se lo pregunté con franqueza.
Vivíamos peleando. No obstante, ella aprendía de mis arrebatos de lógica y yo no dejaba de leer en secreto sus predicciones en las revistas de mi hermana. Tampoco me olvidaba de escuchar el programa de radio, con la excusa inocente de mantenerme al tanto de las novedades deportivas; muchas veces me quedaba dormido con los auriculares puestos, mientras Rita me susurraba al oído con su voz melodiosa los pronósticos para el fútbol del fin de semana, basados en los signos de los deportistas o en alguna inconcebible encrucijada planetaria.
Exaltados por unas copitas de licor, una noche de invierno discutimos tanto que le propuse hacer un estudio sobre la base de encuestas, para comparar los resultados objetivamente atendiendo a los métodos de la estadística. El proyecto consistía en investigar el perfil psicológico, los gustos y las ocupaciones de un buen número de personas y buscar correlaciones con su signo en el zodíaco. Rita soñaba con encontrar una elevada proporción de obsesivos entre los nativos de Capricornio, que, según me recordó, correspondían a las personas nacidas del 22 de diciembre al 20 de enero. Aseguraba que era obvio que entre las mujeres de Tauro y Escorpio se concentrarían las neuróticas histéricas más severas y que, además, los geminianos incluirían un buen número de ciclotímicos y maníaco-depresivos.
Nuestro entusiasmo se fue incrementando en paralelo con el consumo de alcohol. Sobre el filo de la madrugada creímos haber inventado una nueva disciplina de gran futuro, la astrología epidemiológica o, como prefería llamarla Rita, la psicología astrológica.
Nunca logramos reunir un volumen suficiente de casos como para arriesgar un test estadístico. Una primera impresión, sin embargo, indicaba que había tantos músicos y artistas de Libra como de Piscis, tantos fóbicos de Aries como de Sagitario y tantas prostitutas de Acuario como de Virgo. La investigación se interrumpió en forma definitiva cuando Rita se quedó sin trabajo. La revista femenina dejó de aparecer y de la radio literalmente la echaron. No se enteró del accidente fatal de Ayrton Senna en Imola y el lunes siguiente auguró el mejor de los éxitos para el piloto y los nativos de su signo. El yerro fue muy evidente y hasta sonó a burla. Rita me contó entre sollozos la desafortunada historia de su despido y yo me limité a prestarle mis pañuelos y mi hombro toda la noche. Al fin de cuentas, ella me consideraba su amigo y no era momento para filosofar sobre el azar y el destino.
Nos casamos un martes de abril, pocos meses después de terminar la Facultad. Nuestra vida en pareja ha resultado hermosa, a pesar de que Rita es de Leo y yo soy de Cáncer. Siguiendo las concepciones zodiacales, Rita dice que puedo ser apasionado, pero muy exigente. Que suelo enojarme si ella hace demasiadas cosas o no las hace como yo quiero. Pero, de todos mis amigos casados sus esposas dicen más o menos lo mismo y, si bien todavía no averigüé sus signos, dudo que la combinación de Leo con Cáncer se repita en sus parejas.