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lunes, 22 de diciembre de 2008

Voyeurs - Beatriz Mingo


Betelgeuse, indignada, le gritaba a Sol: 
—¡Qué poca vergüenza, esas criaturas de carbono tuyas, mirándome el espectro en todas las longitudes de onda! ¡Y ahora pretenden verme hasta las manchas! 
Sol intentaba tranquilizarla 
—A mí me estudian sin descanso, con ahínco, conocen al detalle mi campo magnético... Al principio me avergonzaba, sobre todo cuando estornudaba y se me escapaba un poco de viento solar, pero luego estuve observándolas y me di cuenta: en realidad las pobres sólo ven números.
—¿Números? ¿De verdad ven números? ¡Ah, Pobres criaturas, qué inocentes! —Betelgeuse no podía parar de reír—. Esto tengo que contárselo a Rígel, que siempre anda tan preocupada por su aspecto, seguro que le encanta.
Por supuesto, Sol se cuidó mucho de no mencionar a los dinosaurios. Ahí tuvo que intervenir: estuvieron demasiado cerca de descubrir su secreto. Por suerte fue fácil, bastó con tirar un poquito del asteroide adecuado. Pero no convenía excitar demasiado a Betelgeuse con estas historias, ya se sabe que las estrellas masivas cuando se hacen viejas tienden a adquirir un carácter explosivo.

sábado, 20 de diciembre de 2008

And the wind cries... - Beatriz Mingo


Inspirada por "The Wind Cries Mary", de Jimi Hendrix

Un rápido vistazo a los paneles de control le indicó que todo iba mal. Maldiciendo, se concentró en el aterrizaje de emergencia.
Cuando desconectó sus sinapsis de la unidad de astrogación y recuperó la consciencia de sí misma, ya en la superficie del planeta, sus peores temores se confirmaron. Era un milagro que su cápsula de emergencia no se hubiese deshecho en aquella atmósfera abrasadora y corrosiva. El rescate nunca llegaría a tiempo. Maldijo de nuevo. Lloró. Gritó. Golpeó desesperadamente todo lo que encontró a su alcance. El viento ululaba fuera, podía sentir las paredes de su diminuta cápsula vibrando, apenas más resistentes que una cáscara de nuez. Agotada, se durmió mientras cantaba suavemente una nana con la que su madre la había arrullado para ahuyentar a los espectros nocturnos de sus noches infantiles.
Despertó, y el viento era aún más fuerte. Intentó pensar fríamente, sopesar todas las variables: energía para casi tres días, comida para seis, oxígeno para dos. No podía creer que fuese a morir allí, y así. Quedó en silencio, los latidos vehementes de su corazón retumbándole en los oídos, su instinto de supervivencia intentando aferrarse a los últimos jirones de esperanza.
Entonces pudo escuchar de verdad el viento, y pensó que había perdido la cabeza. Lentamente el susurro se volvió más intenso, convirtiéndose en una llamada. El viento gritaba su nombre: Mary. Supo entonces que en aquel planeta el viento sí recordaba los nombres, el viento los llevaba consigo.
Con la escotilla abierta, mientras el viento la engullía, y por primera vez en su vida, no sintió miedo.