jueves, 31 de julio de 2014

El oficio - Ana Caliyuri



Comencé a silbar mi canción favorita mientras camino cabizbaja, dicen que las damas no deben silbar, pero la canción comienza con un silbido que no esquivaré. No quiero persistir en el error de buscar las luces gloriosas de la creación en un tarro antiguo; sería algo así como esperar el renuevo de la inspiración bajo la lámpara a kerosene y no estoy dispuesta a ello. Cantaré a la dulzura de la luz para sostener el fortísimo lazo con las palabras. Creo en las herramientas ,en los espejos y en el lavoro. Cantar victoria es de palabras muertas y caer en la trampa de la verticalidad y el poder es celebrar un presidio. Amo la libertad del error porque es factible que en ese statu quo también encuentre el acierto. Me gusta la compañía de los ojos que imagino leyendo estas letras, y los ríos de cauce seco. La emoción se encarga de alimentar los ríos con lágrimas a cuestas, y el sol con su dominio profundiza en mis tinieblas. Llevo tiempo silbando mi canción favorita, se me ocurre susurrarla para trocar sus acentos por el vuelo infinito de las palabras. A veces siento el eco de esta libertad que se paga con soledad, pero, hay un hado poderoso que alienta a mi corazón para escribir la noche más oscura sobre la faz clara del alma. Cosas del oficio que no halla el alivio ni aun siendo luz indomable.


Acerca de la autora:  Ana Caliyuri 

Nubila y el amor - José Luis Vasconcelos




Nubila salió a la calle. Aún temblaba. Hacía muy poco que la había estrechado entre sus brazos. Respiraba todavía su aroma. Sentía el calor de su piel tersa.
Nubila sabía que no la vería más, porque aun amándola tanto debía borrar su recuerdo. Todo se había complicado; una de ellas debía sobrevivir. Así estuvo mejor.
Nubila puso punto final a esa relación que le impedía ser completamente feliz.
El recuerdo del hombre que amaba surgió en sus pensamientos y todo lo que dejó atrás ya no importaba.
Nubila subió presurosa al auto de alquiler. En la calle vio a una niña pequeña que sonreía. Le recordó a su hija, a Nabila. Un llanto lejano y angustioso ardió entre sus venas. Cerró los ojos y sacando fuerzas de flaqueza trató de olvidar cómo se retorcía el cuerpecito entre las llamas. Ahora era libre para amar, libre al fin...
Nubila fue hacia su hombre, hacia el amor.



Acerca del autor: José Luis Vasconcelos


Esperanza será tu nombre - Lala Prior





Esperanza será tu nombre, al casco lo voy a reforzar con mas de la noble madera que natura puso en mi mano, pronto el formón la talla de tu cuerpo encontrará  y un destino de mar tendrás.
Esperanza se dijo como si la sola palabra lo acicateara para que el golpe sea dado con  mas sentido, con mas precisión en busca de la perfecta gestación.
Unir madera con madera, menudo trabajo, poco hierro mucho tarugo y la perfección del maestro.    
Las tablas ya trabajadas con resina relucen al celeste, el horadar del taladro inunda de aromas el aire provocando que se perciban los aromas del bosque, junto a los sonidos de miles de pájaros que se han posado en ellas, dejando el canto de muchas primaveras el arrullo de muchos inviernos y los nidos de vida que en la antigua rama claman  en gorgojos por la evocación, grandes nevadas y copiosas lluvias templaron tus fibras el hacha impertérrito cerceno tu épica historia pero tu esencia aun vive, avanza sirviendo para nuevos horizontes, solo un madero marrón claro ve el que solo mira por mirar,  vida interior, savia que el sol muy salado madura con ayuda del tiempo para renacer como fénix ofreciéndose generoso, ve quien siente al mirar.
Esperanza repitió, mientras el cepillo se atragantaba de viruta, una gota de sudor rodó por su frente bajando por la nariz para terminar perdida en la arena como las otras, la mañana esta soleada y el calor del verano se hace sentir humedeciendo los músculos de Antonio, no es el calor lo que mas le quema, es su fuego interno, sus ganas de no parar en su empresa, varios meses lleva él con su cometido, desde que se entero de que se llamaría Esperanza, pero ¿que es el tiempo? acaso él lo mide en números como los letrados, no, él simplemente lo acompaña en su andar sin contar las gotas de sudor caídas, la espalda ya no lo sigue como antaño pero la Esperanza lo alienta para hacerse fuerte, ignorando el dolor.
Sus manos cuando trabaja están separadas de su mente, se mueven precisas e independientes, dando forma al costillar de la embarcación, carabelas, nao, bajel, zabra, galeras, botes, cientos de nombres y muchos mares surcaron sus palmas para que memoriosas y artesanas repitan lo que sus ancestros por miles de años le dejaron, herencia marinera, esto no se aprende en la escuela, no se enseña en las universidades esto se hereda, se nace con venas de ríos, piel de arena, pelo de algas y manos de gaviota.
El sol empieza a fundirse con el mar para que en la marea los colores del azul al rojizo bailen junto a el ocaso, la pajarada alertada por tan singular melodía huye buscando el sueño reparador, constante en su ir y venir las espumosas olas avisan susurrante la baja con falsa quietud, y la playa por un momento parece detener esta danza marina para dar paso a las sombras del atardecer.
Caminando despacio entre aparejos, rotas redes y viejos toneles, el galerna sopla suave  acompañándolo al poblado, casi lo lleva abrasado hasta las primeras casas para luego diluirse por las polvorientas calles, Antonio saluda a quien lo nombre ofreciendo un gesto risueño, para seguir con su paso lento pero firme, la caja de herramientas en bandolera y el sosiego del que ya a concluido la diaria tarea entornan su silueta.
Pasar por la cantina es cuestión de costumbre, no más que un clarete como para atemperar el alma y a escuchar, que la sardina viene flaca, que los recursos naturales hay que cuidarlos, que si esto sigue así la pesca se muere, que los políticos prometen pero el pueblo no da para más, que sigue la huelga de mariscadores en el norte, y a escuchar, Antonio escucha, asiente o niega  a según la referencia, pero su mente esta todavía en la playa junto a las cuadernas , las descarnadas costillas del ser que esta creando y  pronto tomara forma, será la Esperanza “ muy mujer, muy marinera”, para poder abrasarla con las manos de gaviota y la ternura del marino ese que tiene venas de ríos, piel de arena y pelo de algas, su mente viaja por azules blancos celestes verdes turquesas y mucho le cuesta cambiar de colores olores o sonidos, el clarete, la cerveza y las tapas hoy poco lo atraen, la conversación con los amigos nada le significa. Abrir la puerta de su casa para que la Juani corriendo lo abrase con pasión si le significa, una panza llena de vida lo rosa sin decoro como para decirle acá estoy, y él ahora es todo esencia, olvida por un momento la playa mientras la Juani no para de besarlo, lo besa como si no lo hubiese visto por años, como si regresara de la guerra, o de la muerte, lo besa arrimándole ese vientre que la acompaña desde hace ya muchos días y que ahora él agachado acaricia con ternura mientras apoya su cabeza y siente el palpitante desarrollo de la existencia.
La siente llena de él y de ella, ve los jugos unidos como la savia dentro de las tablas madurando al sol, y sabe que por un segundo fueron uno, en el juego cariñoso el placer los elevo hacia las tierras del amor, sin buscar nada, sin pensar nada, a sus vidas la Esperanza les llegó.
Ve largos inviernos con interminables nevadas, lluvias, veranos calientes y borrascas entre juegos, sacrificios, el canto de los pájaros, el levante, y la playa con el astillero de otros barcos que sus manos crearan, esto si le significa.
Ella la bautizo Esperanza. Él puso a su disposición una nave que supo hacer con sus  manos, solo para que ella surque los mares recalando en los puertos de la imaginación, quienes la han visto dicen que tiene venas de ríos, su piel es de arena, su pelo de algas y sus manos de gaviota.
A la Juani y al Antonio con eso les basta...  


Acerca de la autora:  Lala Prior

sábado, 26 de julio de 2014

A enredar los cuentos - Gianni Rodari


—Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
—¡No, Roja!
—¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”
—¡Que no, Roja!
—¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de papa”.
—No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
—Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
—¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
—Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”
—¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”
—Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
—¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
—Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
—¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
—Exacto. Y el caballo dijo…
—¿Qué caballo? Era un lobo
—Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
—Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
—Bueno, toma la moneda.

Y el abuelo siguió leyendo el periódico.



Acerca del autor:  Gianni Rodari


El arroyo seco - Héctor Ranea




Blachto manejaba su camión de reparto con la concentración de siempre. Casi a la entrada del cementerio vio las tres mujeres caminando al borde de la ruta, con dificultad pero decididas. Iba la más joven atrás, vestida con una remera negra y una calza tan negra que podría haber pasado por carbón. La del medio era la más vieja y su atuendo no era menos negro. Un saco llevaba que parecía de hombre, la pollera amplia y negra, las medias negras, un pañuelo negro y los ojos tan llenos de negrura que Blachto se distrajo demasiado. Al frente del cortejo iba la madre, seguramente, de la más joven, a su vez hija de la del medio. De pies a cabeza vestida de negro, camisa, vestido, saco de lana y pañuelo en la cabeza. En las manos llevaba flores que parecían sangre de toro, oscuramente roja, de ese rojo que sólo combina con el negro.
Blachto supo que tenía que pisarlas. En medio de un estremecimiento casi involuntario, el camión se salió del estrecho camino, pisó la banquina que oficiaba de vereda a las tres mujeres de negro y las atropelló sin más ruido que sendos golpes secos en la parte de abajo del camión de reparto. El repartidor se descompuso y un vómito lo sorprendió al mando aún del camión desbocado y para cuando recordó el puente mínimo fue tarde. Cayó torpemente al arroyo seco. El golpe lo terminó de ahogar aplastando su pecho contra el volante, si no fue el vómito antes. Las mujeres continuaron caminando hacia el cementerio dando apenas una mirada al accidente. Y aún no han llegado.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

Casas tomadas - Guillermo Vidal




Las casas no estaban habitadas y seguían funcionando en automático esperando a los dueños. Por la mañana el café humeante estaba servido en la mesa de la cocina, junto a las tostadas, el dulce y la manteca. Un jugo de naranjas recién exprimido y las noticias en la pantalla. Luego de una hora los servicios desarmaban la mesa y mientras se terminaba de asear las habitaciones, regar las plantas y verificar la provisión de alimentos, una suave música acompañaba las tareas. Con el mismo rigor sucedía el almuerzo, servido puntual, respetando el cronograma de alimentos, equilibrando nutrientes y al gusto de los dueños. Se retiraban intactos para servir el postre y el café.
Merienda y cena seguían el destino silencioso al bote de basura. Luego de una película, las luces se atenuaban para el descanso de los ausentes y los servicios automatizados entraban en modo pausa, un grupo reducido de vigilancia quedaba atento a los ruidos y los merodeos de extraños para proteger la casa. Era la hora de Palni, que se hallaba en el escondido para evitar las cámaras de seguridad y poder hurgar en la basura. Encontró una suculenta pechuga con ensalada. Se esforzó en dejar todo ordenado, los automáticos podían darle cacería si ensuciaba la vereda. Si hubiera escuchado las advertencias cuando era el dueño de casa, pensó con nostalgia, pero no estaba en peores condiciones que sus vecinos. Los automáticos eran inflexibles.


Acerca del autor:  Guillermo Vidal

miércoles, 23 de julio de 2014

Los morfemas del fracaso - Héctor Ranea




Aproximadamente un año después de comenzar su primera novela, Kirlian Josephson dio por terminada su tarea de intentar siquiera terminarla. Estaba harto de que los personajes hicieran cosas que él no quería.
Cuenta al paje, aunque él no entienda, que el colmo le llegó el día que estaba escribiendo sobre el Barón Razumi, un japonés en la corte del Rey Ludwig, tratando de que el oriental aceptase brindar con la mano izquierda porque sostenía con la derecha la mano de la Contessina Mizzi con quien planeaba una huída espectacular hacia América, pero con la complicidad de la señorita y su paje de ella, el Barón le dijo que por qué no se metía el champán en algún lugar que K.J. no mencionaría por pudor y por avaricia: una bebida tan fina así desperdiciada no merecería perdón de nadie.
De modo que el escritor resultó escrito. La novela del Barón Razumi se tituló “A la salud de Ludwig” que fracasó, al parecer, por su cacofonía. Kirlian Josephson, en cambio, la tituló: “El Barón ramplón”. El fracaso se debió a la homofonía con la novela de Ítalo Calvino. Nadie supo nunca para qué querría K.J. que el Barón brindara con la mano izquierda.


Acerca del autor:  Héctor Ranea

Sobreviventes - Nélida Magdalena Gonzáles




Una guerra mundial devastó el planeta. Desde lo alto de una cumbre dos individuos observaban lo sucedido. Unos catalejos de gran alcance óptico les servía de ayuda.
Los ecosistemas presentaban un aspecto desolador. Peces flotaban sobre ríos y mares, mamíferos y aves yacían calcinados entre árboles carbonizados por el fuego.
Los cadáveres humanos se esparcían sobre tierras contaminadas, apenas un centenar de sobrevivientes trataban de levantarse. Los que lo lograban caminaban como zombis. Deformados por los efectos de las potentes armas usadas, no tardarían en pudrirse y morir.
—¿Cuál es el motivo por el cual no nos vimos afectados por la hecatombe? —preguntó Juana esperando respuesta.
—Somos una especie que ha evolucionado a tal punto de camuflarnos entre los humanos sin que se den cuenta —respondió Héctor iniciando un relato.
Durante años trataron de exterminarnos, al hacerlo nuestros antecesores trataron de encontrar la manera de penetrar en su interior para parecernos a ellos.
Mediante algunos cortes que con descuido se hicieron con vidrios un macho y una hembra, en un laboratorio, lograron introducir en su torrente sanguíneo gran parte de nuestro código genético.
Al aparearse y sin percatarse de lo que ellos mismos habían provocado tuvieron dos hijos que se reprodujeron hasta llegar a nosotros.
—¿Entonces somos los únicos sobrevivientes? —indagó.
—Creo que no entendiste lo explicado, al decir nosotros me refiero a miles de nuestra variedad que podremos sobrevivir hasta dos meses sin comida y quizás un mes sin agua. Hemos superado al hombre a tal punto que le robamos su inteligencia infiltrándonos en sus viajes espaciales.
Al llegar al planeta atribuido con el nombre Marte, clonaron a los verdaderos humanos, realizado este procedimiento se les dio muerte. Los que regresaron fueron programados para decir que no hallaron nada, pero en realidad el lugar era habitable.
La base científica que se formó allí alcanzó un poder de control sobre este planeta, a tal punto de dejarlos que lo arrasen los mismos mortales para tener el control del mismo.
—¿Entonces quizás podremos sobrevivir? —dijo atónita.
—Definitivamente, en horas vendrán a buscarnos a cada uno de nosotros, con las sofisticadas naves preparadas para este momento.
Cuando nos instalemos hallaremos la manera de descontaminar la Tierra. Nosotros no lo veremos pero para dentro de cientos de años programaron una limpieza total del lugar. Será entonces cuando los llamados “Insectos”, retornaremos nuevamente aquí, dando lugar a un cambio rotundo.


Acerca de la autora:  Nélida Magdalena González

jueves, 17 de julio de 2014

Revelaciones sobre la fama - José Luis Velarde




Los noticiarios informan el aparecimiento de un frenesí vicioso capaz de supurar lujuria durante días enteros. Acompaña sus manifestaciones con piezas de oratoria insuperable. Repite un síndrome advertido en Juan Tenorio, Casanova y otros parranderos de mayor o menor renombre según el anonimato disponible o el afán exhibicionista de cada uno de ellos.
Al anonimato contribuye la actitud asumida por los afectados, pues no siempre desean endilgar quejas tras concluir sus encuentros con un frenesí acompañado de oratoria insuperable. Resulta obvio que algunos se avergüenzan, otros manifiestan conformidad con lo conseguido y que son muchos los que consideran injusto pelear por un hallazgo que los ha hecho tan felices como nunca soñaron.
Otro factor influyente para que prevalezca el anonimato es la presencia de reporteros, cronistas de la vida social, historiadores, paparazos, detectives, comadres o chismosos; cada época les concede nombres diferentes, empeñados en saber cómo un frenesí vicioso llega a adentrarse en una persona para afectar a determinado sector de la humanidad. Es lógico suponer que ciertos cargos y posiciones cuentan con más analistas. Entre ellos uno puede referir los relacionados con la nobleza, los otorgados por la fama, el mundo del cine, los gobernantes y el monto de las fortunas involucradas.
No suelen difundirse las historias surgidas en otros estratos sociales a menos que devengan en hechos delictivos enredados con historias patibularias.
¿A quién le importa saber la vida de un miserable por más seductor que sea?



Acerca del autor:  José Luis Velarde

Historia de los O - Rafael Blanco Vázquez





Aquella noche, Lito O. volvía a su casa dispuesto a contárselo todo a su mujer, Gimena. Llevaba un tiempo acostándose con Vera, la mujer de su hermano Agustín. Agustín O. era un hombre al que no le importaba nada, salvo pescar con un par de amigos solterones. Se pasaba la vida en la costa, pescando y comiendo paella. Lito iba rumiando en su cabeza las palabras que utilizaría para suavizar la situación. Cuando entró en la casa, se fue directamente al dormitorio y se encontró con su mujer cabalgando encima de su otro hermano, Jotapé.
¿Qué haces, puta asquerosa?
Gran noticia, Lito: tu hermano Jotapé ya no es maricón.
Pues ya me quedo yo más tranquilo, no te jode.
Lito se fue al salón y se sirvió un whisky cuádruple. Al poco llegaron Gimena y Jotapé dándose besos.
No te pongas así, Lito— relativizó Jotapé. Además, ¿no te basta con follarte a Vera?
¿Perdón? —Se sorprendió Lito.
¿Que te pensabas que no lo sabíamos? rió Gimena. Ya sabes cómo es Vera, que lo cuenta todo.
Todo no  gruñó Lito. A mí no me había contado que os lo había contado a vosotros.
Lo importante en todo esto es que, como dice Gime, ya no soy maricón.
Lito se bebió el whisky de un trago.
Joder, hermano insistió Jotapé. Si me follo a tus amigos no estás contento, si me follo a tu mujer tampoco. Es que no compartes nada conmigo.
No empieces a lloriquear, Jotapé, que te conozco. Está bien. Podéis estar tranquilos. Yo me voy a dar una vuelta.


Lito O. salió a la noche y mientras paseaba pensó:
Hay que ver lo que son las cosas.
Entonces se encendió un cigarrillo. Se lo fumó. Tiró la colilla al suelo. La pisó. Pensó:
Si es que no somos nadie.
Y siguió caminando.

Al día siguiente hubo comité familiar. El gran patriarca de los O., Alejandro, presidía la mesa. Estaba enfurecido. Todos esperaban en respetuoso silencio, atentos a lo que tuviera que decirles. El patriarca golpeó la mesa con el puño.
Coño, joder, hostia.
 Pero papá exclamaron los hijos al alimón.
Papá mis cojones y se fue, enrojecido y desmelenado.
No se lo tengáis en cuentaterció Josefina, la mater familias. Ya sabéis cómo son los psicoanalistas.

Uno tras otro, con el rostro ensombrecido, fueron dejando la casa de su infancia. La madre los abrazaba a todos en la puerta, los besaba y alentaba, les decía:
—No os preocupéis, bonitos. Todo se andará.
El día estaba desapacible. Las calles estaban vacías. Por el cielo corrían nubes negras y por el suelo serpenteaban sombras inquietantes. Agustín se fue a la costa, donde lo esperaban sus amigos. Aunque ya lo conocía más que de sobra, Lito no pudo dejar de extrañarse:
¿Es que este Agustín no piensa cambiar nunca?
La gente no cambia, Lito sentenció Jotapé.
Sobre todo tú, maricón.
Tú siempre tan desagradable. Tú siempre dispuesto a soltar maldades. Yo de verdad que es que vamos.
Ya estás lloriqueando otra vez. Mira, yo me voy.
Los hermanos se separaron sin un abrazo.

En casa de Lito esperaba Gimena cocinando.
Lito, mi amor, te he preparado tu plato favorito.
Gracias, tesoro.
¿Cómo te fue?
Como siempre.
Las cosas de la vida, cariño.
A veces pienso que la vida es un cansancio. Pero otras veces pienso que no. Este valle de lágrimas es un lío.
Tranquilízate, pequeñuelo, ven a mis brazos.
Y se fundieron en un tierno achuchón que duró no menos de diez minutos, al cabo de los cuales Gimena preguntó:
¿Y tus hermanos? Bueno, Agustín se habrá vuelto a la costa, claro. ¿Pero y Jotapé?
No sé, apenas nos dijimos adiós.
Pobre, con lo sensible que es. Seguro que anda llorando por las esquinas. ¿No quieres que lo invitemos a comer?
Está bien. Llámalo y que se venga. Pero que se dé prisa, que tengo mucha hambre.


Acerca del autor:  Rafael Blanco Vázquez

jueves, 3 de julio de 2014

Una aventura peculiar - Stella Maris Rojas (Paula Duncan)


Se decide a partir a escaparse a desaparecer, a buscar una esperanza.
Hace muchos días sin noches que el sol quema la tierra. Ya casi no queda vestigio de nada.
Decide marcharse y durante años recorre montañas, valles desérticos, cauces vacios.
Solo tiene algo en mente y nada ni nadie podrá quitárselo, lleva un sueño apretado en sus manos agrietadas y el corazón palpitante, aunque cada vez late con menos fuerzas.
Es todavía joven pero ya no tan fuerte; en su morral, sus tesoros algunas frutas algo de ropa, y el mas importante una lata con el elemento mas valioso y que esta dispuesto a defender con su propia vida.
Camina y camina el sol abrasador lastima sus ojos y su piel; casi no hay lugar donde guarecerse de sus rayos solo encuentra a su paso desechos achicharrados de arboles, casas y también algunos cadáveres calcinados por el calor, seres humanos, mascotas, ganado.
En alguna oportunidad se cruza con otros caminantes, todos se miran con desconfianza; la solidaridad y el respeto han desaparecido junto con los pueblos las cosechas y los animales.
Algunas veces duda, no sabe si va en la dirección correcta, el resplandor del sol enceguece al golpear contra cualquier objeto y ya casi no ve ansía con toda su alma un momento de oscuridad, para descansar sus ojos y su mente afiebrada.
Días o meses después se encuentra en una bifurcación del camino el calor y luz es tan fuerte que lo ciega como la mas negra noche, se deja envolver en ella y cae al costado del camino sin saber que decisión tomar; se duerme agitado por la fiebre y sueña con otro mundo con otra vida que ya no sabe si es real o no pero puede sentir el placer de la lluvia empapándolo de un atardecer exquisito, con la mitad del cielo aun claro y algunas estrella colgando del terciopelo azul como joyas en un gran alhajero, se piensa tomando agua fresca y el placer lo transporta directamente al paraíso.
Pero se despierta y comienza a caminar; hacia cualquier lado sin siquiera pensar su elección, al tiempo de estar caminando se le acerca una joven harapienta, su belleza se nota aun en la mísera apariencia tiene una larga cabellera oscura y unos ojos negros demasiado grandes en su carita famélica, y le dice: "¿puedo caminar a tu lado? Juro que no te molestare; es que tengo mucho miedo".
Y así siguen juntos en la aventura acompañándose, casi sin hablar pero cada uno confiando en el otro sin saber porqué.
No pueden medir el tiempo que llevan juntos; no hay nada que corte el inmenso calor y la claridad pero ya están agotados casi al limite de sus escasas fuerzas, sienten que lentamente ellos también van desapareciendo e intuyen un futuro espantoso.
Llegan al borde de una pequeña cadena montañosa, no saben si la energía les alcanzara para atravesarla, pero el deseo enorme de saber que hay mas allá, les da un soplo mágico de voluntad y comienzan a ascender, a mitad de camino cuando ya están muy agotados, se comienza a levantar un fuerte viento que amenaza con arrastrarlos, lejos, literalmente se prenden de los bordes para evitarlo, pero la montaña comienza a ceder ante el impulso del viento abrasador, esta tan seca que se resquebraja como alas de mariposa.
Haciendo un ultimo y terrible esfuerzo llegan a un borde donde pueden descansar , recobran el aliento, y un aroma les llega desde el fondo de la montaña que parece haber abierto una ventana para ellos, es el perfume mas exquisito, olor a tierra mojada ese que se huele minutos antes de la lluvia, se abrazan desconcertados.
Y así abrazados sienten como la tierra cede bajo sus pies y comienzan a caer; esta todo oscuro sus ojos acostumbrados al resplandor no ven nada, siguen cayendo largo rato, aunque casi sin lastimarse, y la travesía los deposita en una alfombra fresca de pasto verde y húmedo.
No salen todavía de su asombro cuando una lluvia tranquila los moja, se sienten vivos por primera vez y se quedan juntos bajo la lluvia dejándose lavar heridas del cuerpo y también las del alma.
Todavía perplejos comienzan a caminar y descubren que el otro lado de la montaña es verde y húmedo y un arroyo corre por su ladera, se miran sus manos y ya no están resecas y agrietadas, su piel y sus ojos han vuelto a la normalidad se sientes verdaderos seres humanos.
A lo lejos se divisa una ciudad pero eso no les interesa van a quedarse ahí cerca del arroyo al pie de la montaña, construyen una pequeña casa y deciden ser felices con lo poco que tienen y no ambicionar lujos y placeres, ya en su vida anterior les fue muy mal haciéndolo.
Cuando se han instalado totalmente y se sienten plenos teniéndose el uno al otro, sin necesitar nada más; el busca la lata de su tesoro y la esparce por el fondo de su casa, se felicita por haber podido conservar algo tan valioso.
Al poco tiempo con la ayuda del sol y las lluvias comienzan a salir de la tierra los primeros brotes de las semillas que el tanto había cuidado en el infierno.

Sobre la autora: Stella Maris Rojas (Paula Duncan)