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sábado, 6 de diciembre de 2008

La Otra - Carolina Di Bella


Supe de una mujer de mi cuadra. Solía andar bien vestida, como lista para una reunión o, quizás, una cita. Cada vez que yo pasaba a su lado, cada día, notaba en ella cierta inquietud. Yo no la conocía, aunque el verla a diario unos metros antes de llegar a mi casa la hacían parte de alguna parte de mi vida. 
Una tarde, el semáforo me retuvo de pie en la esquina de esa calle rota. Era verano, y el calor se me pegaba al cuerpo. Detenida en ese tiempo que pende de un cambio de color, me deshacía pensando en lo que aún no había hecho. Una frenada de un auto blanco me arrancó de mi sopor, y la vi que me miraba. Inmediatamente, esquivé sus ojos evitando que pasara a más. Me aturdía su constancia incomprensible en estarse allí. La mujer dio dos pasos hacia mí. Yo, que la advertía, no hacía más que fingirme una tranquilidad inventada. El color verde redimió mi angustia, y apuré mi marcha para cruzar la calle y alejarme ya de allí y de ella.
Supe de una mujer de mi cuadra. Solía andar bien vestida, como salida de una reunión o, quizás, llegando de una cita. Cada vez que ella pasaba a mi lado, cada día, notaba en ella cierta inquietud. No quería verme. Su impostora extrañeza, su actuado desconocimiento no lograban engañarme. 
Una tarde de verano, de esas que te lastiman los pies de tanto caminar, la vi en la esquina de mi cuadra. Iba como apurada aunque no podía correrse de allí hasta que el semáforo cambie. Sentía el temblar de su cuerpo, y sin vacilar, me acerqué unos pasos. Su corazón palpitaba en mi piel. Dibujé una caricia imaginada, y antes que pudiera hablarle, se escapó. 
Cada tarde de todo lo tarde que se acumula, la veo pasar. Nos vemos. Ella intenta ignorarme. Y yo sólo puedo estarme ahí, inevitablemente constante, y lista para cuando quiera escucharme.

Tomado de http://www.ocho-y-medio.blogspot.com

domingo, 30 de noviembre de 2008

Comienzo de historia - Carolina Di Bella


La luz no entraba al cuarto. Ella posó la taza en la mesa y miró. Dejó que una brisa de aire rodeara su cuello. La sintió, permitió el roce y suspiró. Era tarde y en silencio. Marga no pensaba. Soñaba. Una línea, una palabra que curara aquel vacío. Pero nada. Las horas eran largas. La vida no. Sabía que la noche y el día casi eran idénticos. Sólo era una cuestión de luz. Sabía de sus años y sus recelos. Marga intentaba poder recordar. Pero no podía. Hasta sus recuerdos le eran ajenos. Apilaba imágenes huecas, espacios que bien podrían pertenecer a cualquier otra. Hurgaba en la memoria por algún retazo olvidado. Frotaba su sien, miraba hacia abajo sin dirección aparente, sin buscar. Agónica se levantó y comenzó a caminar. El cuarto era amplio en la soledad. Las paredes giraban, los papeles vibraban al ritmo de sus pasos. Descalza, sentía el frío del piso de madera. Un paso, otro. Quizá sea mejor girar en círculos concéntricos para llegar. Quizá rodear los zócalos con pisadas cortas. Quizá detener la marcha, y en el impulso contenido cazar una imagen. El más allá estaba lejos, y lo inmediato era la misma sensación repetida de cada noche en esa misma habitación. Pasaban los minutos. Observó un instante el reloj despertador. Contemplaba sus colores, dibujaba nuevas formas. Cansada de dar vueltas retomó la silla. El respaldo duro casi le quebró los huesos delgados de la espalda. No había comido en todo el día. Ya no importaba. Tomó el lápiz, abrió el cuaderno y anotó…