domingo, 30 de noviembre de 2008

Comienzo de historia - Carolina Di Bella


La luz no entraba al cuarto. Ella posó la taza en la mesa y miró. Dejó que una brisa de aire rodeara su cuello. La sintió, permitió el roce y suspiró. Era tarde y en silencio. Marga no pensaba. Soñaba. Una línea, una palabra que curara aquel vacío. Pero nada. Las horas eran largas. La vida no. Sabía que la noche y el día casi eran idénticos. Sólo era una cuestión de luz. Sabía de sus años y sus recelos. Marga intentaba poder recordar. Pero no podía. Hasta sus recuerdos le eran ajenos. Apilaba imágenes huecas, espacios que bien podrían pertenecer a cualquier otra. Hurgaba en la memoria por algún retazo olvidado. Frotaba su sien, miraba hacia abajo sin dirección aparente, sin buscar. Agónica se levantó y comenzó a caminar. El cuarto era amplio en la soledad. Las paredes giraban, los papeles vibraban al ritmo de sus pasos. Descalza, sentía el frío del piso de madera. Un paso, otro. Quizá sea mejor girar en círculos concéntricos para llegar. Quizá rodear los zócalos con pisadas cortas. Quizá detener la marcha, y en el impulso contenido cazar una imagen. El más allá estaba lejos, y lo inmediato era la misma sensación repetida de cada noche en esa misma habitación. Pasaban los minutos. Observó un instante el reloj despertador. Contemplaba sus colores, dibujaba nuevas formas. Cansada de dar vueltas retomó la silla. El respaldo duro casi le quebró los huesos delgados de la espalda. No había comido en todo el día. Ya no importaba. Tomó el lápiz, abrió el cuaderno y anotó…

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