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viernes, 23 de enero de 2009

El vecino del cuarto piso - Regina Novakosky


Hoy me ha vuelto a visitar mi vecino del cuarto piso. No sé si ha entrado por la puerta o la ventana. No sé si ha llamado o simplemente ingresó mientras me bañaba tomando posesión del living, el sillón, las bebidas, los compacts.
No diré que no despierta mi curiosidad. Hoy es el segundo día que lo veo, ahí sentado, mirando fijo con sus ojos achinados, la extrañeza marcándole la boca presta a abrirse en la inesperada pregunta.
—¿Usted y yo, nos conocemos? —Mi vecino parece sufrir de amnesia. Nadie lo diría. Enfundado en un elegante sport a cuadros grises, camisa rosa impecable, zapatos de fino cuero, impone su presencia. El es el que da las órdenes, el que pregunta—. ¿Nosotros nos conocemos?
¿Y que puedo explicarle yo? Que sí, pero que no. Que ni siquiera nos han presentado, pero que él impertérrito ya se ha adueñado de la casa.
No sé cómo hizo para saberlo, pero conoce cada uno de mis gustos. Las flores, la música de Serrat, un buen libro de cuentos.
 La duda me carcome. ¿Quién es él? ¿De donde viene? Ahora soy yo la que pregunta, la que sufre de amnesia y conjetura: ¿De dónde lo conozco? ¿Del consultorio? ¿Algún paciente? ¿De un recital? 
¿Y si fuera de mis sueños? ¿De mi inconsciente? Reúne todos los requisitos para ser el hombre ideal.
Me olvidé de contarle que hoy se apareció con un ramo de flores silvestres, el departamento olía a campos de lavanda. Creo que me estoy enamorando de él. Necesito su ayuda, estoy desconcertada doctor.
Golpearé su puerta o entraré por la ventana. Seré la visitante nocturna sentada en el living de su casa. Lo esperaré y mirándolo a los ojos haré turbada la temida pregunta. —¿Nosotros nos conocemos?

jueves, 20 de noviembre de 2008

El trompo azul - Regina Novakosky


Toda la semana se preparó para esa noche. Toda la semana, la muchacha yin azul gastado por el tiempo, jugó a ser princesa de viejos cuentos de hadas con un final feliz de príncipe encantado.
Ella bailaba y reía. Ella giraba y giraba como un trompo azul bajo las luces brillantes de la noche infinita. Ella, el vaso de cerveza, ella sonrisa inalcanzable, ávida de besos y caricias. Ella, meneando la cabeza de cabellos rojizos, ella, caderas al desnudo. Ella.
En la calidez del verano marean el aire doradas estrellas de artificio y pálidas lunas de papel.
En la noche encendida con fuegos de bengala, el trompo azul gira y gira, la música aturde. Impasible a la histeria y la locura el trompo azul no deja de girar.
La muchacha yin azul gastado por el tiempo, ríe y ríe al compás del áspero sonido de las voces, los gritos y las palmas, tamboriles inconscientes de las sombras.
Ella gira y gira, pidiendo más la boca seca, pidiendo más el cuerpo agitado de deseo, pidiendo más las manos sin caricias, que acarician el aire en busca de otras manos y otros cuerpos que sacien la sed de la boca perdida.
En el misterio de la noche, como un inmenso ópalo traslúcido, el fuego estalla desbocado. Se oscurece el cielo con humos infinitos, se queman oropeles de latón. Una nube negra, ventarrón de veneno en el aliento, arrasa sin pudor cuanto encuentra a su paso.
El trompo azul ha dejado de dar vueltas, el viento negro lo ha postrado en un rincón. Aterrado, percibe el silencio de la muerte.
Nadie supo cuando se detuvo tu cuerda de muñeca muchacha yin azul gastado por el tiempo, uñas rojas comidas por la boca roja, pedazo de tu vida que trataste de engullir en un solo bocado.
Te ha quedado el aliento de cerveza, la pintura corrida de los ojos, la remera en desorden. Pechos y noches ahora sin estrellas ni luna que te acunen los miedos, muchacha desvariada.
La fiesta ha terminado. El trompo azul ya no gira, ella ha dejado de bailar.