Toda la semana se preparó para esa noche. Toda la semana, la muchacha yin azul gastado por el tiempo, jugó a ser princesa de viejos cuentos de hadas con un final feliz de príncipe encantado.
Ella bailaba y reía. Ella giraba y giraba como un trompo azul bajo las luces brillantes de la noche infinita. Ella, el vaso de cerveza, ella sonrisa inalcanzable, ávida de besos y caricias. Ella, meneando la cabeza de cabellos rojizos, ella, caderas al desnudo. Ella.
En la calidez del verano marean el aire doradas estrellas de artificio y pálidas lunas de papel.
En la noche encendida con fuegos de bengala, el trompo azul gira y gira, la música aturde. Impasible a la histeria y la locura el trompo azul no deja de girar.
La muchacha yin azul gastado por el tiempo, ríe y ríe al compás del áspero sonido de las voces, los gritos y las palmas, tamboriles inconscientes de las sombras.
Ella gira y gira, pidiendo más la boca seca, pidiendo más el cuerpo agitado de deseo, pidiendo más las manos sin caricias, que acarician el aire en busca de otras manos y otros cuerpos que sacien la sed de la boca perdida.
En el misterio de la noche, como un inmenso ópalo traslúcido, el fuego estalla desbocado. Se oscurece el cielo con humos infinitos, se queman oropeles de latón. Una nube negra, ventarrón de veneno en el aliento, arrasa sin pudor cuanto encuentra a su paso.
El trompo azul ha dejado de dar vueltas, el viento negro lo ha postrado en un rincón. Aterrado, percibe el silencio de la muerte.
Nadie supo cuando se detuvo tu cuerda de muñeca muchacha yin azul gastado por el tiempo, uñas rojas comidas por la boca roja, pedazo de tu vida que trataste de engullir en un solo bocado.
Te ha quedado el aliento de cerveza, la pintura corrida de los ojos, la remera en desorden. Pechos y noches ahora sin estrellas ni luna que te acunen los miedos, muchacha desvariada.
La fiesta ha terminado. El trompo azul ya no gira, ella ha dejado de bailar.
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