Inspirada por "The Wind Cries Mary", de Jimi Hendrix
Un rápido vistazo a los paneles de control le indicó que todo iba mal. Maldiciendo, se concentró en el aterrizaje de emergencia.
Cuando desconectó sus sinapsis de la unidad de astrogación y recuperó la consciencia de sí misma, ya en la superficie del planeta, sus peores temores se confirmaron. Era un milagro que su cápsula de emergencia no se hubiese deshecho en aquella atmósfera abrasadora y corrosiva. El rescate nunca llegaría a tiempo. Maldijo de nuevo. Lloró. Gritó. Golpeó desesperadamente todo lo que encontró a su alcance. El viento ululaba fuera, podía sentir las paredes de su diminuta cápsula vibrando, apenas más resistentes que una cáscara de nuez. Agotada, se durmió mientras cantaba suavemente una nana con la que su madre la había arrullado para ahuyentar a los espectros nocturnos de sus noches infantiles.
Despertó, y el viento era aún más fuerte. Intentó pensar fríamente, sopesar todas las variables: energía para casi tres días, comida para seis, oxígeno para dos. No podía creer que fuese a morir allí, y así. Quedó en silencio, los latidos vehementes de su corazón retumbándole en los oídos, su instinto de supervivencia intentando aferrarse a los últimos jirones de esperanza.
Entonces pudo escuchar de verdad el viento, y pensó que había perdido la cabeza. Lentamente el susurro se volvió más intenso, convirtiéndose en una llamada. El viento gritaba su nombre: Mary. Supo entonces que en aquel planeta el viento sí recordaba los nombres, el viento los llevaba consigo.
Con la escotilla abierta, mientras el viento la engullía, y por primera vez en su vida, no sintió miedo.
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