Me dirijo hacia la red de reclusión. Cuanto antes llegue, antes sabré sobre su dominio perpetuo, mixto. Más sabré sobre su mezcla de atracción inalterable entre yo y ella, entre un hombre y esto.
Dirijo, aunque advierta mi univocidad de opción, dirijo mi última instancia acerca de ir más o menos veloz. Alcanzarla antes o después de cuantas ligerezas detonen desgarrando con una corrida, es un pensar impertinente. Aunque no, aunque no tanto el saber si llegaré o no.
Se dirige hacia mí, ahora. Rapaz, en extremo intrépido detona corriendo desgarrador, y corre a mis pensares. Si es que no identifica lo que soy, lo presume; si es que lo sabe, acertará y aclarará su sapiencia siempre y cuando se sepa recluso. Pues jamás de mí se librará. Nunca. Por siempre seré la celda que ha atraído huestes de hombres desenfrenados.
Ya dentro de mí la puerta cierra la única altiva esperanza de vana huída.
Me dirijo en derredor, aunque advierta que no volveré hacia las afueras, aunque perciba que no podría si quisiese volver. En donde he entrado no hay vida, no hay muerte. Hay espera. El sutil anzuelo en donde tus divagues caen buscando eternidad.
Sobre el autor: Federico Laurenzana
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