sábado, 20 de diciembre de 2008

Hechos que le pueden ocurrir a un hombre en un dia cualquiera - Campo Ricardo Burgos López


Cierto día un hombre se levantó de su cama a las seis de la mañana, se bañó, desayunó y se cepilló los dientes. Como a las nueve de la mañana el hombre se enamoró de una mujer, a las nueve y un minuto le había propuesto matrimonio y ya a las diez estaban casados, habían tenido tres hijos y dos de ellos iban al colegio. Como a las once y media a.m. el hombre (que se había levantado de veintiseis años de edad) cumplió los cuarenta, tuvo los primeros problemas con su hijo mayor que ya era adolescente y a las doce del día almorzó mientras su única hija cumplía quince años. A la una de la tarde (o tal vez a la una y un minuto) el hombre leyó el periódico, enfrentó serios problemas matrimoniales debido a cierta propensión suya a mezclarse más de lo debido con la mujer del prójimo, y a las dos y treinta y cinco se separó de su cónyuge. Como a las cuatro de la tarde en compañía de algunos amigos, se tomó un café con almojábana, criticó a los políticos del país, se enamoró nuevamente y a las cinco en punto ya había contraído segundo matrimonio. A las seis de la tarde, justo mientras cenaba, el segundo hijo de su primer matrimonio contrajo una grave enfermedad y falleció a los treinta años. A las siete de la noche el hombre engendró un nuevo hijo en su segundo matrimonio, observó las noticias en la televisión, su única hija se casó y su primogénito viajó al exterior para radicarse allí definitivamente. Por prescripción médica a las nueve de la noche el hombre se mudó a una ciudad menos contaminada que Bogotá y terminó de leer la novela que hacía días le ocupaba. A las diez y tres minutos murió su primera esposa y a las once y ocho minutos, la segunda. Como a las doce de la noche el hombre insomne se preguntó qué le deparaba la siguiente jornada, meditó en los muchos días que aún le aguardaban y un tanto inseguro como a las doce y media se tomó su vaso de leche, se lavó los dientes, se durmió y ya no despertó. Al alba del segundo día el hombre estaba muerto, enterrado y su cadáver amortajado en un ataúd. Mientras los restos de su cuerpo en el féretro comenzaban ya a transformarse en polvo, uno de los amigos con quienes había tomado café y criticado políticos a las cuatro de la tarde del día anterior, se preguntaba por qué el día de ayer lo único que había hecho era trabajar, por qué en su vida nunca sucedía nada, y por qué el día de hoy sólo le esperaba un rutinario día de labores detrás de un vetusto escritorio de oficina.

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