Un Administrador de un Partido le dijo a un Caballero, que estaba ocupándose de sus propios asuntos:
—¿Cuánto pagará por una candidatura a un cargo?
—Nada —replicó el Caballero.
—Pero contribuirá con algo a los fondos de la campaña para apoyar su elección ¿no? —preguntó el Administrador del Partido, guiñando el ojo.
—Oh, no —dijo seriamente el Caballero—. Si el pueblo desea que trabaje para él debe emplearme sin que yo lo solicite. Estoy muy bien sin ningún cargo.
—Pero —lo urgió el Administrador del Partido—, un nombramiento es algo deseable. Es un gran honor ser un servidor del pueblo.
—Si el servicio del pueblo es un gran honor —dijo el Caballero— sería indecente de mi parte buscarlo; y si lo obtuviera por mi propio esfuerzo, dejaría de ser un honor.
—Bueno —insistió el Administrador del Partido—, espero que al menos endosará la plataforma partidaria.
El Caballero replicó:
—Es improbable que sus autores hayan expresado fielmente mis puntos de vista sin consultarme; y si endoso su obra sin aprobarla sería un mentiroso.
—¡Usted es un hipócrita detestable y un idiota! —gritó el Administrador del Partido.
—Ni siquiera su buena opinión acerca de mi idoneidad me convencerá —replicó el Caballero.
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