Buscó la Ciudad Invisible en mapas y libros de cartografía, indagó entre atlas olvidados en librerías de segunda mano. Escribió en clave diarios donde contaba los detalles de sus andanzas, con esquemas y notas a pie de página. Llegaba a casa a altas horas de la noche, agotado por la investigación febril. En el patio trasero de su casa, dibujó sobre el suelo símbolos ininteligibles con el afán de encontrar respuestas a preguntas prohibidas; en las noches estivales se recostaba en el tejado y miraba el cielo, buscando rutas celestes que revelaran una pista de la ciudad olvidada por más de mil años. Por años tradujo y leyó escritos antiguos, entrevistó a viejos eruditos que habían perdido la razón. No había distracciones en la investigación, se entregó en ella en cuerpo y alma, en un principio sólo consumía un par de horas, pero al avanzar en la profundidad de su indagatoria consumió jornadas enteras —perdió el trabajo—; su madre con lo poco que percibía por su pensión de viudez se las arreglaba para darle dinero extra para solventar sus investigaciones. Por las tardes clasificaba la correspondencia que recibía de investigadores variopintos del mundo entero, con el objetivo de encontrar una pista, un indicio de la ubicación de la Ciudad Invisible. En los últimos días su comportamiento era más huraño e irritable; rehuía conversar sobre su indagatoria —tema del que hablaba con excitación en los días de antaño—. Desaparecía días enteros y regresaba a su casa apestando a miasmas y medio muerto de hambre. Un día de abril no volvió. La madre registró los papeles de su hijo buscando una pista sobre su paradero. Ahora ella es quien estudia los mapas, revuelve y lee con lupa en mano los diarios indescifrables del hijo ausente; revisa atlas y se entrevista con eruditos que han perdido la razón.
Acerca del autor:
Sergio Fabián Salinas Sixtos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario