Me desperté con un pegajoso sabor dulzón en la boca, no quise pensar. De nuevo cerré los ojos intentando reconciliar el sueño. Me puse a contar ovejitas: una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas... zzzzzzzzzzz.
De repente otra vez ese sabor. Intento tragar saliva.
Unas hebras pegajosas cuelgan de mi paladar, deslizándose resecas por
la comisura de mis labios.
Intento relajarme inspiro profundamente por la nariz, expiro por la boca, una vez, otra vez. Caigo en un profundo sueño.
La voz de mi marido me despierta: cariño, si estás en el baño tráeme la loción antimosquitos. Me están acribillando.
Intento
decirle que no estoy en el baño, que estoy en la cama junto a él. No
puedo articular palabra, las cuerdas vocales no responden a mi esfuerzo,
tan sólo logro articular un leve ssszzz.
Mi marido enciende la luz y rápidamente un rayo poderosamente luminoso atrae mi atención.
De
repente me sitúo sobre la lámpara del dormitorio, veo a mi marido
multiplicado en varias imágenes, zapatilla en mano sacudiendo
estrepitosamente a diestro y siniestro: ¡estos malditos mosquitos!
Ante
la sorprendente situación intento calmarme. La zapatilla me cruza tan
cerca que sin saber cómo ahora me encuentro en el visillo de la ventana.
No
es posible, intento restregarme los ojos para salir de mi incredulidad.
Al hacerlo percibo que no tengo manos. Dos frágiles alitas sustituyen
mis brazos. Ante la desesperación se agitan por si solas y me trasladan
frente al espejo de la cómoda. Veo mi imagen reflejada por muchas veces.
No puede ser real, mi cara no es mi cara.
Un finísimo semblante con unos enormes ojos me devuelve la mirada multiplicada.
Esto no puede estar ocurriendo, es producto de mi fantasía.
Intento
conectar cuerpo y mente. Procedo a efectuar una de mis posturas de
yoga. Al intentar sujetarme sobre una pierna para hacer el árbol,
descubro que tengo otras cinco más. Todas ellas tan delgadas que parecen
delgadísimos filamentos. Ante la imposibilidad de poder mantener el
equilibrio, desisto del intento.
La angustia y ansiedad me hacen revolotear sin tino por todos los rincones de mi cuarto.
Choco
enloquecidamente contra los brillos del cuadro de la Virgen del Rocío
que tengo sobre mi cama, voy sin trayecto fijo rebotando entre frascos
de perfume situados encima de la coqueta, de ahí a la mesita de noche,
al marco de la foto de comunión de mi hijo, al despertador, cuyo tic tac
me hace enloquecer más.
Traspuesta me precipito al vacío. En mi
caída libre esquivo un manotazo de mi marido. Retomo de nuevo el vuelo,
soy capaz de redirigir mi destino y me poso sobre una esquina del
armario.
Mi marido se ha propuesto liquidarme sea como sea. Ahora
me alegro de que, a causa de su alergia a los productos químicos, no me
dejara comprar en el súper aquel insecticida que anunciaba "los mata
bien muertos".
Pienso: la mejor defensa un buen ataque.
Me
cercioro que los movimientos de mis alas me responden, y tras un
revoloteo de prueba, me lanzo en picado sobre la coronilla de su calva.
Objetivo
cumplido. El dulzor de la victoria me produce una reconfortante
euforia. Noto una embriaguez, un éxtasis. Saboreo el líquido meloso, lo
noto más concentrado, con un toque de sabor que me recuerda mucho al
asqueroso ungüento crece pelo que se pone todas las noches. Sin embargo,
ahora lo encuentro exquisito.
Empieza a gustarme mi nuevo estado.
Soy capaz de hacer elegantes piruetas en el aire, atrevidos triples
tirabuzones, trasladarme a velocidad vertiginosa, despistar a mi
contrincante, hacerlo creer que he desaparecido para después
manifestarme con más fuerza y con toda la artillería prevista.
A
lo lejos un eco llama mi atención. Una voz como salida de la profundidad
de un pozo. Como a cámara lenta escucho: uuunooo, dooosss, treeesss. Un
chasquido de dedos: tack. Y una orden: DESPIERTA.
Acerca de la autora:
Pilar Arenas Nieto
Acerca de la autora:
Pilar Arenas Nieto
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