Lo digo susurrando, cerca de tu oído. Resonará más tiempo. Inevitablemente escucharás.
—Perdóname.
Y
en el aire queda el tono algo afectado en que lo dije. Tú, de espaldas.
No viste el movimiento de mis labios y entonces el mensaje es sólo ese
susurro que, de tan calculado, consiguió parecer espontáneo.
Al darte vuelta veré tus lágrimas. Allí me zambulliré y alejaré de mis ojos tu mirada, abrazándote.
No quiero que me veas. No quiero que descubras en mi cara el gesto delator, ese tic inconsciente que te haga saber de mi falsía.
—Ay, mi amor. No hay nada que perdonar, ya está, ya pasó— y esa dulzura en tus dedos enrulando mi pelo.
Cuando
recuerde el futuro que en aquel presente planeábamos juntos, volveré a
acercarme a tu mirada separándote de mí a una distancia que permita el
contacto.
Ahora no.
Ahora prefiero adormecerme sobre tu
hombro húmedo y como esponja tibia y jabonosa resbalar hasta tu boca,
apretarla con la mía, romperla con un beso de ternura que también es
artificio, y seguir con vida después de haber bebido hasta tu último
aliento.
Acerca del autor:
Fernando Puga
3 comentarios:
Fernando, tus textos son conmovedores. Exquisitos... gracias por compartirlos.
¿Conmovedores? ¿Exquisitos? Muchas gracias, Marisa. Me reconforta ser leído.
¿Conmovedores? ¿Exquisitos? Muchas gracias, Marisa. Me reconforta ser leído.
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