Mr. Burden, sentado frente al espejo, trata de entender qué dice el Dr.
Light dentro de él. No lo escucha demasiado bien. El vidrio parece
demasiado grueso, pero por los gestos, comprende que Light está diciendo
más o menos lo mismo que otras veces. Burden está bastante afiebrado
por la inquietud que le generan sus palabras y actitudes. Está
avergonzado de tener un médico analista como el Dr. Light, pero no puede
hacer otra cosa.
Esta mañana, antes de enfrascarse en su oficina, salió a buscar alguien
que pudiera ayudarlo para expulsar a Light de su casa. Sentado en el
bar, en los clasificados encontró varios posibles profesionales. Empezó
por una mujer que prometía limpiarlo de vestigios de vidas anteriores.
Cuando fue al local donde atendía y la vio, se enamoró al instante. Era
tan bella que nunca pensó que pudiera existir nadie así. Cuando le
explicó su drama ella, con bastante soltura, aceptó acompañarlo a su
casa, como si no tuviera otro paciente que atender. Eso sí. Cobró por
adelantado una cantidad que, de aceptar el trabajo, le sería deducida de
los honorarios. Llegaron algo tarde y Mr. Burden sabía que el Dr. Light
no aparecería con luz artificial, pero le dio rienda suelta a su
capacidad de convicción y la invitó a cenar algo liviano que preparó ahí
nomás, abrieron un vino y en poco tiempo estaban liberados de ropas y
cargo en la gran cama cibernética de Mr. Burden refocilándose a más no
poder.
Ella no quiso quedarse para verlo al Dr. Light a la mañana aduciendo una
incomprensible jaqueca. Cobró el resto del servicio y se marchó. Burden
comprendió que no era la clase de profesional para lidiar con el
intruso.
A la mañana siguiente salió sin entrar al baño pero Light se le apareció
en el espejo del vestíbulo y le reprendió por la noche de lujuria
innecesaria (siempre conjeturando qué querría decir, ya que no lo
escuchaba). Esta vez, Burden salió casi corriendo prometiéndose que esa
noche resolvería este drama patético.
En el diario encontró varios tipos diferentes de limpia casas. Había uno
listo para entrar en acción y, en la interpretación de Burden, bien
podría haber sido el correcto. Cuando llegó al domicilio que daba el
aviso, encontró que el señor este vivía en medio de una laguna o ya no
tenía oficina. Estaba compungido por haber elegido mal, cuando un
pordiosero que estaba en un banco le dijo
—Me busca a mí. ¿Cierto que me busca a mí?
—¿Tiene usted título de limpiador de almas de muertos?
—No los necesito yo, no los necesita usted. ¿Acaso cree que alguien le daría un título para mi trabajo? ¡Por favor!
Sabiendo que el tipo tenía razón, depuso su desconfianza e inició el
cuento de sus tristes aventuras. Cuando fue con el especialista a la
casa, éste le propuso primero pasar a refocilarse en la cama, pero fue
una torpeza porque lo hizo precisamente frente al espejo de la sala de
estar. Al aparecer el Dr. Light, al limpia espíritus le flaqueó su propio
espíritu y al huir no tuvo ni tiempo de tomar su valija con el equipo
profesional de limpia fantasmas.
Burden trató de usarlo pero cada vez era peor porque, si bien algún
daño ocasionaba al maldito mequetrefe, todo esto parecería por los
gestos que hacía, se lo cobraría, lo cual hacía que la relación se
tensara. Burden se decía que eso era lo que pasaba cuando contrataba a
alguien chapucero por naturaleza.
Al día siguiente arremetió en su huída y logró salir sin verlo. Y al ir a
leer el diario durante el desayuno, se encontró con que, cerca de
ahí, en una iglesita bastante desconchada y con olor a humo, había un
exorcista que, según la noticia, tiempo atrás resolviera un sonado hecho
de posesión satánica.
Lo extraño del caso es que este exorcista era mujer o, por lo menos,
transexual, ya que vivía en un convento. Lo cierto es que luego de
entrevistarse con la superiora, Burden accedió a una entrevista con esta
exorcista y ahí aprendió que la última vez había sido tan dura que se
transformó en mujer para poder extraer los demonios y nunca más pudo
volver a ser varón. Sacado eso, las habilidades y su voz varonil las
tenía intactas.
Luego de tramitar los permisos y cumplir con el canon, Burden llevó la
monja a su casa. Y ahí empezó el drama que nos convoca. Y no es fácil de
contar.
Light fue convocado y salió como el demonio de las hemorroides de
Burden, quien sintió el padecimiento en lo más parecido al alma que
tienen los ateos. En medio de gritos de dolor la suora empezó con sus
cuestiones que no podían ser entendidas por Burden por el calamitoso
estado en que lo postraba su prolapso.
Cuando terminó de desatar las hemorroides de Burden, Light le recordó
sus problemas pulmonares, puesto que apenas alcanzaba a lanzar mililitros de
aire al buche para no morir. Light reía, aunque no se escuchaba todo la
monserga que, había dicho la suora, sería en algún idioma bíblico
incomprensible. Estaban en eso de sacar los demonios de Burden cuando
ella comprendió que uno de esos era el que se había quedado con
barba, testículos y otras características sexuales secundarias del
exorcista que ella fue. Entonces su batallar comenzó a tomar dimensiones
épicas. Tanto que por momentos se parecía Charlton Heston, por momentos
Kirk Douglas, pasando por Victor Mature, Stewart Granger, Gregory Peck y
otros personajes bíblicos de pacotilla, en tanto su voz seguía
tronando, mientras las voces de Light en los momentos peores eran apenas
unos susurros levemente electrizantes. Se podía ver que entablaron un
diálogo tremendo, la hermanita exorcista y los demonios, que se parecía a
una negociación.
En un instante, que a Burden le pareció eterno, todo se transformó en
una nube amarilla como pedo de azufre y cayó al suelo inconsciente. Al
despertar, ahí estaba él, el exorcista, pidiéndole un par de pantalones
donde volver a poner sus nueces. Burden se acomodó como pudo y fue al
vestidor.
Escuchó que el exorcista le decía, en tono poco sutil:
—Total, ya no los usará más, hermana Burden.
Sobre el autor:
Héctor Ranea
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