—Buenas tardes, soy Feta y acá, a mi lado, está mi alter ego, Fesor.
—¿Cómo mi alter ego? —replicó Fesor.
—No soy mi alter ego, él —dijo Feta, señalando a Fesor— es mi alter ego. Notad, periodistas, la diferencia —guiñó un ojo.
—No entiendo —dijo, visiblemente malhumorado Fesor—. No soy alter ego de nadie. En todo caso él —señala a Feta— es el alter ego.
—¿De quién?
—Mi alter ego.
El periodista Rateo, de Crastinar, le preguntó:
—¿Para qué nos convoca?
—¿Fesor o Feta? —atajó Feta.
—¡Me pregunta a mí! —protestó Fesor—. Ni duda cabe. La convocó Feta para aniquilarme, tengo toda la evidencia en ustedes.
—¿Se refiere usted a mí? —preguntó Roga, el más lento y sin embargo tan sensible como una cobra.
Los asistentes se iban trasladando a la mesa con vituallas. No querían escuchar más. Lo veían ahí a Feta explicando lo inexplicable y no paraban de reír. Sobre todo porque Fesor no quería ser su alter ego, pero aparentemente estaba cercado entre el espejo y la pared. Y se sabe, poner a Caribdis entre Escila y los griegos es poner el dedo en el gatillo.
Y eso pasó. Fue el día en que Fesor disparó directamente a Feta. El espejo no dejó salir la bala, pero entre el vidrio y Caribdis, elegimos Escila. Y la bala no salió.
Quien pueda, signifique.
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Héctor Ranea
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