Entro con sigilo en ella. Ella, la última habitación en el último piso de la torre de marfil. No opone resistencia. La puerta se abre hacia adentro apenas apoyo mi mano. ¿La empujo? No sé. Al parecer el leve contacto de mis dedos le informa de mi presencia y me invita a pasar.
No se enciende. Mantiene la penumbra y tropiezo con los bultos que obstaculizan el camino hasta donde guarda el secreto; ese tesoro secreto que aún nadie acarició, culpa del hechizo de esa voz que gotea por las blancas paredes; blancas cuando ella se enciende, pero ¿cómo encenderla?
Van los dedos sobre la superficie que de pronto encuentran y tantean en busca de un interruptor que haga la luz, que ilumine el gozo con que juega, el placer que siente ante mis ansias, mi impaciencia, mi angustia que sube desde los pies que hace un instante creían ingresar al profundo secreto del tesoro y descubren ahora que se burla de mi codicia, esa codicia que me deja sin luz.
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Fernando Andrés Puga
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