Después de demasiados entreveros con la vida, ella fue cerrando puertas, bajando cortinas y aprendió a subsistir en silencio, dejó de mirar el espejo, se fue quedando sin personajes… guardo en una caja de color violeta, con margaritas en la tapa , toda su identidad de mujer, nunca mas leyó una poesía; no volvió a usar ese encantador perfume que hacía dar vuelta a quien pasara a su lado, su mirada se opacó, y solo fue buena madre, buena ama de casa; se convirtió en alguien que siempre hacía lo correcto; no importaba cuanto de ella quedara en el camino. Dejo de ser la dueña natural de una seducción muy especial, pero aún estaba ahí; amordazada y atada; de vez en cuando pugnaba por salir, entonces corría; desde donde estaba, volvía a su casa buscaba desesperadamente la caja, volvía a esconderla, la tapaba con fuerza y ponía libros encima para que no se le ocurriera salir.
Pero nunca se puede controlar absolutamente todo y se cruzó en su vida un hombre, algo mas joven que ella muy seguro de si con un arma letal: la hacia reír.
Y ese hombre que hasta hace poco tiempo no conocía y no tenía ninguna injerencia en su cotidianidad… o si, se transformo en un ser peligroso para su vida donde primaba el deber ser; ese hombre la veía y sabía que ella no era lo que mostraba, el descubrió casi sin proponérselo a la mujer que yacía debajo de esa estructura patética de formalidad y le gustaba lo que estaba brotando ante sus ojos.
Se comenzó a sentir cada vez mas incomoda en su presencia; le parecía que el podía ver mas allá de la ropa anticuada con la que se vestía, y era cierto el sabia que debajo de ese disfraz de matrona aburrida había una mujer con la piel aun anhelante de pasión y comenzó a acercársele muy, muy despacio.
Una tarde en que se cruzaron por casualidad en la plaza e intercambiaron algunas palabras ella se descubrió en sus ojos como en un remanso donde vivía la mujer en libertad y con ansias, la cajita se había quedado vacía.
Los encuentros fueron cada vez mas frecuentes, hasta el punto en que no sabían vivir el uno sin el otro; eran dos personas que con solo mirarse podían hacer el amor sin quitarse una prenda;
Estaba decidido esa noche marcharían juntos a vivir una vida deliciosa, deberían dejar atrás todo lo que pertenecía a su vida anterior y olvidar; era la última oportunidad de ser felices.
La cita era a las diez en el bar de la estación; el llegó unos minutos antes presa de una gran ansiedad, espero; el tiempo se había convertido en un monstro enorme y pegajoso que no lo dejaba respirar. A punto ya de perder la razón, llegó un coche bajó un caballero con un paquete y se lo entrego después de preguntar su nombre; ahí quedo solo en la soledad mas absoluta; el mundo había dejado de existir
Lentamente abrió el paquete, en el había un pequeña caja violeta y una esquela, en la que ella le decía, perdón, la mujer que vos conociste no existe mas; vivía en esta cajita… adiós.
Acerca de la autora:
Paula Duncan
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