Hubo una época en la que, por las noches, solía despertarme
exaltado; pero esos sueños anteriores no los recuerdo. Sí vienen a mi memoria
los bellos erizados de mis brazos y la electrizada frazada. Sí recuerdo el
particular centelleo que producía el chasquido de la electricidad estática al
tocar las sábanas, y nunca olvidaré las innumerables lavadas de cara al espejo
del baño, para poder mojarme un poco el cabello. Años después extrañé despertar
de esa forma, uno se acostumbra a la gran mayoría de las cosas, aunque no
profundicé al respecto. ¿Por qué tanta estática? No había tipo de frazada que
sorteara la situación.
Con los años surgió un insistente sueño, siempre agazapado
por detrás de la media noche, como un real recuerdo. Los personajes del
televisor conversaban y el parpadeo del flash en la oscuridad regaba todo el
ambiente. Las voces parecían alejarse para repentinamente regresar en presencia
y volumen. Eso mismo me despertó. Al entender las imágenes que recibía, la
esquina superior derecha del film se volvía verde para después amoratarse y
finalmente regresar a la normalidad ―No dejo más los parlantes sobre el
televisor. Sus imanes lo van a romper―. Pensé. Continué observando y el verde
llegó de un respingo hasta la mitad de la pantalla. Era una onda monocromática,
curva y deformaba la imagen. Con cuidado miré mis brazos y ahí estaban: los
pelos erizados. Me senté en la cama mientras recordaba esas noches en las que
despertaba exaltado y supuse que el televisor ya no iba a servir. Levanto la
mirada y ahí está, muy cerca, espiándome a través de la venta de vidrio repartido. Los papeles que están
sobre la mesa se mueven sin que nadie atente contra ellos. Sólo asoma su cabeza
y parte del torso. Le emerge luz de la carne y no es más que una tenue
luminiscencia. Cuando le encuentro los ojos el hielo trepa por la espalda hasta
el centro de mi cuero cabelludo en una milésima de tiempo. Son negros, muy
negros; como un exótico y ajeno ébano. Estoy paralizado por la eternidad
adentro de tres segundos, hasta que se va. Cuando se va, la liberación es
concreta. Al instante la verdosa aureola del televisor se opaca en morados
dibujando media sombra en el yeso de la pared y la película vuelve a
entenderse. Los pelos erizados persisten.
¿Por qué este sueño termina diciéndome que
encastra a la perfección en aquellas noches de insomnio? ¿Por qué siempre me
despertaba con tanta electricidad estática en el ambiente? Siento que en esos
segundos en los que lo completo se resumen todos mis miedos y que, claramente,
son los segundos que faltaban para seguir entendiendo los eslabones que no
comprendo.
¿Y si por aquellas noches algo que desconozco yacía sobre el techo? ¿No
sería ese el origen de aquella cantidad de electricidad estática? ¿Fue un sueño
o no? Cada vez que intento profundizar más borroso lo encuentro. Hoy tengo
otras certezas que me hacen dudar.
El autor: Cristian Cano
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