En realidad no sé si me gustan los hombres o simplemente yacer con ellos, porque luego tampoco es que los aguante mucho.
(Estamos todos locos, decía el narrador de un relato de Carver).
El
caso es que yo voy tan tranquila por la calle, veo pasar a un tipo que
me gusta y pienso: “Éste para mi coño”. Y le entro y, más tarde o más
temprano, me lo meto en el coño.
(Más temprano que tarde, porque soy impaciente y si me hacen esperar no insisto).
También me gusta besarlos. Me gustan todos los licores del hombre.
Soy
una chica solitaria. Me gusta follar y decir yacer. No me gusta que me
molesten cuando estoy leyendo. Me gusta acostarme sola y pensar que
moriré sola. Me gusta estar sola en casa y pensar: “A ver a quién me
cepillo hoy”. Y salir y buscar y encontrar y bajarme las bragas y
fornicar, otro gran verbo. Creo que lo que más me gusta del mundo es el
momento en que me bajo las bragas. Me gusta la emoción que se dibuja en
las caras de algunos cuando ven los primeros pelos (debe de ser el
misterio de la creación). Y me encanta el calor de mis tetas contra sus
torsos.
Los tipos me duran más o menos, eso es una
angustia que yo no tengo. A veces compartimos momentos inolvidables que
al cabo se nos olvidan. A veces todo queda en un único encuentro. Pero
siempre pregunto sus nombres y apellidos (me encantan los apellidos) y
todo lo que empieza acaba.
Soy de llorar en soledad.
Las lágrimas me lavan y a empezar de nuevo por donde lo dejamos. Soy de
cambiar de país, de ciudad, de barrio. Soy de pocos amigos, soy de mis
lecturas, mi música, mi nostalgia. Me alegra y me entristece no ser más
que yo misma, quisiera y no quisiera ser todo el que no soy.
Deambulo
por el mundo a la búsqueda de nada, quisiera perecer desposeída. Ni
ancestros ni herederos, como un suspiro gratuito, como un viento
arbitrario, sin haber sido más que mi trayecto.
El autor: Rafael Blanco Vázquez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario