En cuanto atravesó la puerta el gato salió a su encuentro y se restregó en sus piernas. Le gustaba aquel animal. No era el típico gato doméstico mimado y acicalado como una diva de Hollywood, sino un gato callejero negro como la noche, aunque con una mancha blanca en la punta de la cola.
El niño llamado Kevin estaba dormido y el ordenador totalmente frío, señal de que no lo había utilizado recientemente. Los padres, sentados en el sofá del salón, veían la televisión. Ella estaba echada con la cabeza apoyada en el regazo de él, que jugueteaba con un mechón del cabello de su esposa. Parecían bien avenidos y enamorados. Ese era el ambiente que necesitaba el niño. Salió en busca de una nueva presa.
Al entrar en la casa, además de a mocoso despierto, olía a zapatilla rancia y eso quería decir que había un indeseable en el cuarto.
—¡Oye tú, deja al mocoso, que es mío! —dijo el Monstruo-Bajo-la-Cama. Sólo asomaban un par de garras de aspecto terrorífico, pero Dav conocía el verdadero aspecto del Monstruo. No era tan feroz como se podía imaginar, ya que su único trabajo era asustar a los niños asomando las garras y de vez en cuando el hocico. El resto de la bestia tenía un aspecto indefinido. Era una criatura imaginada por los terrores nocturnos infantiles y muy raras veces un niño imaginaba más allá de las garras y el hocico. En cierta ocasión, siendo David todavía aprendiz, el viejo Max se había enfrentado a uno de aquellos monstruos, una criatura especialmente perversa, creada por un niño que no había duda de que en un futuro sería un escritor de novelas de terror de mucho éxito.
—Finge estar dormido —dijo Dav tras olfatear al presunto durmiente—. Si no duerme es de mi competencia.
—Pero la mía es mantenerlo despierto… ¡y aterrorizado!
—Tienes razón. Tendremos que dirimir el asunto en la forma habitual.
—¿Lucha a muerte? ¡Jo, eso no, que seguro que ganas tú, que eres más grande!
—Vale, ¿cómo lo hacemos?
—¿Qué tal Piedra, Papel y Tijeras?
—Bien, al que gane dos de tres.
La primera ronda la ganó Dav. La segunda Ronnie el Monstruo. La tercera Dav de nuevo.
—Gané, me llevo al niño —dijo Dav abriendo el saco.
—Jo, no me fastidies, si te llevas al mocoso me quedo sin trabajo —se quejó el monstruo—. ¡Porfa, porfa, porfa, no te lo lleves! ¡Seguro que puedes encontrar otro, no te lleves éste, por fa... vooorrr! —lloriqueó asomando la cabeza y mirando a David con ojos tristones. No hay nada tan patético como un Monstruo-Bajo-la-Cama suplicando.
David estuvo a punto de compadecerse, pero él era un Hombre del Saco diplomado con el corazón duro como la roca. Inconmovible iba a responder agarrando al niño y echándolo al saco, cuando se dio cuenta de que el infante estaba roncando a pierna suelta.
—¡Vaya, se ha dormido! —exclamó Dav cabreado. Los Hombres del Saco son temibles cuando están de buen humor, aunque en apariencia estén serios, pero cuando se enfadan pueden ser realmente terroríficos—. ¡Sabandija rastrera, me has hecho perder el tiempo con tus juegos! —lanzó un puntapié al hocico del Monstruo-bajo-la-cama, pero éste fue más rápido y se escondió lloriqueando.
David arropó al niño y abandonó la casa atravesando puertas, paredes y muebles. Estaba de muy mal humor. Casi amanecía y si volvía con el saco vacío otra vez, se llevaría una bronca por parte del Jefe de Abductores, y eso era lo último que necesitaba.
Continuará...
Sobre el autor: José Vicente Ortuño
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