El hombre en mono blanco barre la pinocha que le cae encima como si fueran goterones.
—Dígame, ¿usted sabe por qué le llueve esto, verdad? —pregunta el auditor.
—Por supuesto, señor. Y ha sido una condena justa.
— ¿Y sabe de dónde viene? —el auditor señala la llovizna.
—Me han dicho que de la Luna.
— ¿Le han dicho…? ¿Quién? Si usted no habla con nadie.
— Eso es lo que usted piensa.
— A ver dígame con quién, si está solo aquí. Debe estar solo… ¿Entiende que tengo que anotar todo lo suyo, no?
— Sí, sí, cuando me leyeron el acta se incluía su visita, es su trabajo. Le explico: hablo con gente que viene a mi cabeza, y lo hago en todo momento. O cuando lo necesito.
—Ah, entonces habla con usted mismo. O lo que es igual: habla solo.
—No, no. De ninguna manera. Hablaría solo si yo me preguntara y me respondiera. Pero no es el caso. Ya le he dicho que hay gente, otras personas en mi cabeza.
—Claro, gente imaginaria.
—Mire, si quiere verlo de ese modo, yo no puedo impedírselo. Pero sepa que fui una persona muy limitada, casi no estudié. Apenas si leía el misal. Usted comprenderá que me faltan muchas respuestas y, sin embargo, cuando tengo que resolver algunas cosas, alguien de los que anda por allí, adentro mío, digo, sabe darme lo que busco; cosas que yo ignoraba completamente.
—Ajá. Como el asunto del origen de la pinocha, ¿no?
—Exactamente.
— ¿Y quién fue el que le dijo eso?
—¿Usted quiere saber el nombre?
—Cualquier cosa: el nombre, qué hace, de donde sacó que la lluvia suya viene de la luna.
—Bueno, el nombre no se lo pregunté nunca -no soy curioso-. Además, como no los llamo, no necesito conocer ningún nombre. Pero, los reconozco por la voz. Eso sí. El que me contó lo de la lluvia es un tipo joven, más o menos de su edad, pero con canas. Cómo supo él lo de la Luna -con mayúsculas-, le puedo decir.
—Le escucho.
—Estaba en la cabeza de otro justo cuando al tipo le leyeron el acta. Allí informaba la procedencia del regalo. Claro que a ése le llovía otra cosa.
— ¿Regalo?
—Así le dicen ellos, sí.
— ¿Regalo por qué? ¿Qué había hecho?
—Había matado a un angelito.
— ¿A un niño?
—No, no, a un ángel de verdad.
—Entiendo, pero, entonces, me parece poco regalo una lluvia.
—No vaya a creer. Hay lluvias y lluvias. Sobre todo si vienen de la Luna.
—Tiene razón, lo que llega de la luna, perdón, Luna, es bravo siempre. Es que allí son especialistas, no hay nada que hacer…¿Y cuál era lluvia del que mató al angelito?
—Le caía azúcar encima.
—No me parece tan terrible el azúcar...
—Usted no se imagina lo que es barrer azúcar. Además tener permanentemente una cortina blanca adelante es muy molesto. Porque la lluvia del tipo era torrencial, no como esta garuita que tengo yo. El azúcar se mete en todos lados, se disuelve en las secreciones, se pegotea; además, se acumula rápido y hay que barrer y juntar, barrer y juntar. En cambio, la pinocha no es tan complicada. Fíjese usted que hace un ratito que no barro y no se ha amontonado tanto… Lo único que tengo que evitar es mirar hacia arriba, por las dudas, y me pierdo los cielos ¿me comprende?
—Claro que sí. Yo estoy asombrado por lo que sabe. Se ve que le han informado bien –sea quien sea- porque me ha dado ciertas respuestas que no tendría que conocer.
—¿No le dije?
— ¿Le puedo hacer una última pregunta ? Y esto no va a constar en mi informe porque es pura curiosidad personal. Por eso no tiene obligación de contestarla.
—Pregunte, nomás.
— ¿Por qué le llueve pinocha a usted? Ese dato no figura en mi planilla. ¿Qué fue lo que hizo?
—Yo fui el primero en matar a un auditor en infiltrados. Pero, venga, no sienta temor: ya me vacunaron para que no vuelva a ocurrir.
Tomado del blog Ni vara ni cuchillo
Sobre la autora: Mónica Ortelli
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