—Le decía. ¿Le decía? ¿Y por qué le estaba diciendo algo? ¿Se da cuenta?, ando mal de la memoria. Le empiezo a decir algo y me olvido. ¿Qué le decía?
—Que me estaba diciendo algo.
—Ah, que le estaba diciendo algo. ¿Y quién es usté para que yo le diga lo que le estaba diciendo?
—Su hijo, Tata.
—¡¿Mi hijo?!, ¿cómo va a ser mi hijo si no lo conozco? ¿Piensa que no sé reconocer un hijo?
—Andá mal de la memoria, Tata.
—¿Quién dice que ando mal de la memoria?
—Usted, por ejemplo. Recién lo dijo.
—¿Yo mismo?, usté es un impertinente.
—Tata...
—¿Tata? ¿Con quién cree que habla?
—Con usted, Tata. No me insulte.
—¿Y quién lo insultó a usté? Si todavía no empezamos a hablar.
—Está bien, está bien.
—A ver, dígame.
—Nada, Tata. Que lo tendría que ver un médico.
—¿Qué? ¿Qué me dijo? Hable despacio que no le entiendo.
—Que lo tendría que ver un médico, Tata.
—No, no. Lo que dijo primero de todo...
—Dije, “Cómo anda, Tata...”
—Cómo anda, cómo anda. Todo el mundo pregunta lo mismo. Lo que le pido es qué me diga que dijo después de eso que dijo al principio.
—Y... ya no me acuerdo, Tata.
—Así que soy yo el que no tiene memoria.
—No, Tata. Hace una hora que quiero decirle que sería bueno que lo viera un...
—Mire mozito. No sé que busca, pero no me importa.
—Nada Tata. Lo único que quiero es que lo vea un profesional porque me parece que anda un poquito mal de la memoria.
—Perdón, ¿me repite la pregunta?
—No, más bien no es una pregunta, Tata.
—Pero usté, en algún momento, ¿no me hizo una pregunta?
—No sé, Tata, puede ser, pero usted me desvía el tema.
—¡Y si usté no habla claro!
—Tata, por última vez: lo va a venir a ver un señor, con una valija, que quiere charlar.
—¿Quién? ¿Mi hijo?
—No, su hijo soy yo, Tata. El que viene es del hospital.
—¿Por qué, está enfermo? Mire que yo no quiero contagiarme nada. Si me va a traer a alguien mejor que sea sano y que sepa jugar Tute, si no que se vuelva a... ¿De adónde me dijo que venía?
—Del Hospital.
—Sí. Yo le decía a mi hijo que no anduviera con la Siambreta. Buena moto ésa, pero muy rápida. Así que ahora estuvo en el hospital...
—¿Quién?
—Pero si será tonto usté. Quién va ser. Ése. Ése.
—¿Quién Tata?
—Ése que venía en moto. ¿De dónde venía?
—No, Tata. Empecemos de vuelta.
—Que “Tata” ni “Tata”, ¿usté quién mierda es?
—Está bien. Está bien: soy un señor que quiere ayudarlo, ¿me entiende ahora?
—¿A qué?
—A que le funcione un poco mejor la cabeza.
—¿Y a usté qué le importa? De eso tendría que encargarse mi hijo, que flor de boludo es y no sirve pa’ mierda.
—Pero si su hijo soy yo, Tata. Eso es lo que estoy tratando de explicarle...
—Flor de mentiroso es usté, mozito. Primero me dijo que era un señor que venía en una Siambreta del hospital porque no andaba bien de la cabeza.
—El que no anda bien de la cabeza es usted, Tata.
—Hábrase visto. Retírese ahora mismo o llamo a la policía.
—Como quiera.
—¿Recuerda el número?
—Está bien, está bien. Me descubrió. Soy un tipo que se escapó del hospital en una Siambreta porque no anda bien de la cabeza. ¿Conforme?
—El que tiene que tiene que estar conforme es usté, que se cree una moto. ¿Por eso lo encerraron?
—Sí. Problemas de Carburación. Por eso vine aquí, necesito de lugares abiertos.
—¿Y qué espera?, ¿Que le dé una pieza?
—Hum... ya que lo dice.
—Además de la mía, la única pieza que tengo la ocupa mi hijo.
—¿Y qué problema hay? ¿No dijo que su hijo es flor de boludo y no sirve para mierda? Échelo.
—¡No le permito! No se meta con la familia, le advierto. El pibe apenas tiene un problemita, algo de la memoria, creo. Recién me lo estaba diciendo, antes de que usté viniera. Iba a venir un “dotor” a verlo.
—Bueno, aquí, entre nosotros, yo soy el médico.
—Pero, ¿usté no quería alquilar una pieza?
—Además. Es que el asunto es grave. Tengo que quedarme. Vigilar a su hijo todo el tiempo. De cerca.
—Ya veo.
—Sí.
—En ese caso puede quedarse en su pieza, junto con él. Hay dos camas.
—Le agradezco.
—No tiene porqué. Entiendo que eso de andar escapándose de los hospitales... Pobre hijo mío. Me acuerdo de cuando era chico.
—¿Qué se acuerda?
—Nada. Eso sólo, que era chico.
—Pero, y de la infancia, la familia, ¿qué puede contarme?
—Ah, no sé, no la conocí.
—Hablábamos de su hijo...
—¿Y por qué no avisa?
—Shhh... silencio que ahí viene.
—¿Quién?
—Es ese que está bajándose del auto. El que tiene el maletín en la mano.
—¿Ése?
—Sí.
—Mierda que da guita vender motos. La última vez que lo vi andaba a pie y en alpargatas. Lástima que se haya quedado pelado.
—Sí, una lástima. Hágame un favor, no lo contradiga. Conteste todo lo que le pregunte. Acuérdese, no anda bien de la cabeza.
—Claro.
(del libro “Metano”)
—Que me estaba diciendo algo.
—Ah, que le estaba diciendo algo. ¿Y quién es usté para que yo le diga lo que le estaba diciendo?
—Su hijo, Tata.
—¡¿Mi hijo?!, ¿cómo va a ser mi hijo si no lo conozco? ¿Piensa que no sé reconocer un hijo?
—Andá mal de la memoria, Tata.
—¿Quién dice que ando mal de la memoria?
—Usted, por ejemplo. Recién lo dijo.
—¿Yo mismo?, usté es un impertinente.
—Tata...
—¿Tata? ¿Con quién cree que habla?
—Con usted, Tata. No me insulte.
—¿Y quién lo insultó a usté? Si todavía no empezamos a hablar.
—Está bien, está bien.
—A ver, dígame.
—Nada, Tata. Que lo tendría que ver un médico.
—¿Qué? ¿Qué me dijo? Hable despacio que no le entiendo.
—Que lo tendría que ver un médico, Tata.
—No, no. Lo que dijo primero de todo...
—Dije, “Cómo anda, Tata...”
—Cómo anda, cómo anda. Todo el mundo pregunta lo mismo. Lo que le pido es qué me diga que dijo después de eso que dijo al principio.
—Y... ya no me acuerdo, Tata.
—Así que soy yo el que no tiene memoria.
—No, Tata. Hace una hora que quiero decirle que sería bueno que lo viera un...
—Mire mozito. No sé que busca, pero no me importa.
—Nada Tata. Lo único que quiero es que lo vea un profesional porque me parece que anda un poquito mal de la memoria.
—Perdón, ¿me repite la pregunta?
—No, más bien no es una pregunta, Tata.
—Pero usté, en algún momento, ¿no me hizo una pregunta?
—No sé, Tata, puede ser, pero usted me desvía el tema.
—¡Y si usté no habla claro!
—Tata, por última vez: lo va a venir a ver un señor, con una valija, que quiere charlar.
—¿Quién? ¿Mi hijo?
—No, su hijo soy yo, Tata. El que viene es del hospital.
—¿Por qué, está enfermo? Mire que yo no quiero contagiarme nada. Si me va a traer a alguien mejor que sea sano y que sepa jugar Tute, si no que se vuelva a... ¿De adónde me dijo que venía?
—Del Hospital.
—Sí. Yo le decía a mi hijo que no anduviera con la Siambreta. Buena moto ésa, pero muy rápida. Así que ahora estuvo en el hospital...
—¿Quién?
—Pero si será tonto usté. Quién va ser. Ése. Ése.
—¿Quién Tata?
—Ése que venía en moto. ¿De dónde venía?
—No, Tata. Empecemos de vuelta.
—Que “Tata” ni “Tata”, ¿usté quién mierda es?
—Está bien. Está bien: soy un señor que quiere ayudarlo, ¿me entiende ahora?
—¿A qué?
—A que le funcione un poco mejor la cabeza.
—¿Y a usté qué le importa? De eso tendría que encargarse mi hijo, que flor de boludo es y no sirve pa’ mierda.
—Pero si su hijo soy yo, Tata. Eso es lo que estoy tratando de explicarle...
—Flor de mentiroso es usté, mozito. Primero me dijo que era un señor que venía en una Siambreta del hospital porque no andaba bien de la cabeza.
—El que no anda bien de la cabeza es usted, Tata.
—Hábrase visto. Retírese ahora mismo o llamo a la policía.
—Como quiera.
—¿Recuerda el número?
—Está bien, está bien. Me descubrió. Soy un tipo que se escapó del hospital en una Siambreta porque no anda bien de la cabeza. ¿Conforme?
—El que tiene que tiene que estar conforme es usté, que se cree una moto. ¿Por eso lo encerraron?
—Sí. Problemas de Carburación. Por eso vine aquí, necesito de lugares abiertos.
—¿Y qué espera?, ¿Que le dé una pieza?
—Hum... ya que lo dice.
—Además de la mía, la única pieza que tengo la ocupa mi hijo.
—¿Y qué problema hay? ¿No dijo que su hijo es flor de boludo y no sirve para mierda? Échelo.
—¡No le permito! No se meta con la familia, le advierto. El pibe apenas tiene un problemita, algo de la memoria, creo. Recién me lo estaba diciendo, antes de que usté viniera. Iba a venir un “dotor” a verlo.
—Bueno, aquí, entre nosotros, yo soy el médico.
—Pero, ¿usté no quería alquilar una pieza?
—Además. Es que el asunto es grave. Tengo que quedarme. Vigilar a su hijo todo el tiempo. De cerca.
—Ya veo.
—Sí.
—En ese caso puede quedarse en su pieza, junto con él. Hay dos camas.
—Le agradezco.
—No tiene porqué. Entiendo que eso de andar escapándose de los hospitales... Pobre hijo mío. Me acuerdo de cuando era chico.
—¿Qué se acuerda?
—Nada. Eso sólo, que era chico.
—Pero, y de la infancia, la familia, ¿qué puede contarme?
—Ah, no sé, no la conocí.
—Hablábamos de su hijo...
—¿Y por qué no avisa?
—Shhh... silencio que ahí viene.
—¿Quién?
—Es ese que está bajándose del auto. El que tiene el maletín en la mano.
—¿Ése?
—Sí.
—Mierda que da guita vender motos. La última vez que lo vi andaba a pie y en alpargatas. Lástima que se haya quedado pelado.
—Sí, una lástima. Hágame un favor, no lo contradiga. Conteste todo lo que le pregunte. Acuérdese, no anda bien de la cabeza.
—Claro.
(del libro “Metano”)
1 comentario:
Joya. Me hizo acordar a un cuento de Sam Sheppard en el que el diálogo se deriva por canales imposibles.
Cristian Mitelman
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