Los diluvios del señor Lagunsa son tan violentos que, cuando sale a
caminar, se lleva un diminuto bote salvavidas encima. Todos confunden
eso con las peripecias de un loco y nadie pretende aclararlo de forma
definitiva, cuando él está presente. A él no le importa, sale caminando,
rechoncho, con las manos en los bolsillos y la pera hacia arriba,
deteniéndose cuando sabe de un lindo jardín con flores. Hasta ahora,
logró no regresar nunca en su barca, siempre se pone a salvo dentro de
algún café o deambulando por los pasillos de una librería se olvida de
todo lo malo. El señor Lagunsa siempre zafa. No llora mucho, pero cuando
lo hace, mamita, ¡un diluvio que ni te cuento! Sólo una persona logró
verlo llorar. Dicen las malas lenguas que la vecina, harta de seguirlo
planeó toda una estrategia para poder develar aquél enigmático
personaje. Lo emboscó en los pasillos de la biblioteca del barrio. Dicen
que el señor Lagunsa abrazaba y olía las páginas de los libros.
Comentan que sus gritos rezaban a viva voz que él sí, los quería
escuchar.
Sobre el autor: Cristian Cano
1 comentario:
Qué buen texto, compañero!! Me gusta el señor Lagunsa, abrazando y oliendo los libros.
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