Una ventana abierta era lo único que había en aquella oscura habitación de paredes tan negras como el carbón. Al despertar, se encontró tirado en el húmedo suelo, como si hubiera sido arrojado cual cigarro consumido. Se levantó e intentó llegar a la ventana, pero no pudo alcanzarla. Estaba demasiado alta.
Quiso calmarse palpando cada centímetro de la pared a diferentes alturas, pero la desesperación le poseyó al comprobar que ninguna tenía puerta. Estaba encerrado, atrapado entre cuatro paredes tan lisas como una lápida, y sólo aquella inalcanzable ventana abierta le brindaba la posibilidad de escapar. Por eso gritó desesperado pidiendo ayuda, con la esperanza de que el viento transportase su voz hasta los oídos de una persona dispuesta a ayudarle. Pero nadie contestó.
Pasaron los días y sólo la luz del sol le visitaba entre noches, pero sus rayos no eran lo suficientemente sólidos para trepar por ellos. «No me quedaré aquí» Gemía. «Saldré y seré libre», se repetía como un mantra mientras se abrazaba a sus propias piernas. Tras la desesperación vino el miedo y después la sed, el hambre y el agotamiento, haciéndole imposible discernir con claridad entre realidad y ficción. Así llegó su salvación, pues en uno de sus extraños sueños alzó el vuelo y pudo alcanzar la ventana. Escapó a través de los vientos, se elevó más allá de las nubes y llegó a la quietud del espacio.
Aún hoy puede escucharse su mantra entre los ecos siderales «Soy libre, soy libre.»
Sobre el autor:
Peio Soria
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