viernes, 12 de octubre de 2012

Hora cero - Fernando Andrés Puga


Y no se levanta el hombre. Apenas hasta el baño. Apenas un rato sentado en el borde de la cama, mientras come. ¿Ella? Al lado. ¿Adónde si no? Aunque él no deja que lo ayuden, ella hace la cama, la ropa, la comida, intenta higienizarlo. Ella espera. Hace tanto que ni sabe.
Parecen solos, pero no. Ahí están el televisor que no se apaga, La Nación con sus letras de molde relatando un caos que no se recompone, algunas voces de otros tiempos y rostros que se licúan contra el ventanal por donde entran Buenos Aires y un pedazo de cielo que en vano intenta llevar esos ojos hacia otros cielos más calmos. ¿Qué más? El tiempo de morir puede ser largo. A menos que se atrevan.
Acaso hoy.
El hombre se levanta. Algo escribe o dibuja sobre el vidrio empañado con el pulso tan firme como cuando aún daba órdenes. Después hace girar el picaporte y al salir, los pies en el balcón sienten el frío.
Ahora alza los brazos y sin bajar la mirada, arroja al vacío los restos de vida que aún latían en su pecho.
Ella, bien aferrada a la baranda, lo ve caer.

Acerca del autor: Fernando Puga

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