Como cuando llegaste de aquel largo viaje tuyo y apenas se te
distinguía de tan flaca detrás del vidrio esfumado de la puerta de
calle, con el polvo entre esos pelos revueltos y tan negros y tus
mejillas apenas salidas de la adolescencia y tan chupadas, como cansadas
de haberse quedado sin aire en la larga peregrinación que habías
empezado aquel día de marzo, subida a ese camión entre papas, cebollas,
zapallos..., en busca de ti misma.
O como cuando no te decidías a
tocar el timbre en el quinto B de la calle Amenábar y te arreglás el
pelo, el cuello de la blusa, buscás una pastilla de menta en el
bolsillo, tan seca la boca que no vas a poder, frente al espejo de ese
amplio hall al que llegaste diez minutos antes de la cita, esa
impuntualidad al revés, por no hacer esperar, los nervios de que pueda
pasar algo en el camino y me demore y por las dudas... pero nada, no
sucede más que tu impaciencia por sacarte de encima la cita, tu apuro.
Sin embargo son más de diez los minutos que transcurren desde el primer
intento de apoyar el dedo en el timbre y aún das vueltas y cuentas las
baldosas y vuelan tus pensamientos vaya a saberse dónde, te distraes y
entonces tu dedo índice decide por vos y toca.
Como que perder ese
impulso te sacó de nuevo del camino y entre los matorrales te
escondiste por creer que alguien te seguía de cerca con el objeto de
sorprenderte y con una soga apretar fuerte tu garganta hasta quitarte la
respiración, hacerte sentir la muerte ahí, al alcance de la mano como
queso en ratonera y la trampera que se cierra y quedás atrapada entre
barrotes que no se pueden doblar por más que te esfuerces..
Como
donde dormías de niña, entre la basura que amontonaba el viejo y los
bichos que la disfrutaban como elixir que da vida y juventud, ahí, con
los otros apretándote, lloriqueando, ay, de hambre o calentura en la
frente que no deja dormir del ruido que hace crujir las tripas y
entonces una mamá, o quien sea, que trae algún abrazo que todavía le
quedaba por ahí y a todos como si fuéramos uno nos estruja susurrando
algo que vaya a saber si alcanza para ser canción de cuna.
Como
quien fue el que se hundió entre esas piernas blanquitas todavía y en el
callejón te acomodó entre dos chapas y de prepo y sin más arrancó la
pollera con bombacha incluida que fregás y fregás en la palangana ahora y
queriéndole borrar esa angustia pastosa que no termina, no podés de tan
sucia y tan rota y tanto que dolió y no se olvida.
Como porque
nadie entendía lo que hablabas dando señas desde adentro del agua y
entonces te perdés entre burbujas de aire que escapan de tu boca y te
vas reblandeciendo hasta llegar a no ser más que barro en el barro del
fondo y pasa una vieja que succiona lo inservible y allá vos, con tu
vida y tu carita que se destiñó de tanto llanto.
Como cuando
rompiste bolsa y goteaste hacia la luz sin saber lo que vendría y a
pesar del espinoso sendero, contra molinos o contra toros o contra bolas
de nieve que bajan desde la cima y es un único alud que arrastra tanto
tiempo perdido en insignificantes cavilaciones, y terminás revuelta, una
más en el último guiso, bien condimentado y espero que a Su Señoría le
guste, ¡Oh, gran Zeus! Padre y verdugo de todo lo que en este mundo es.
Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga
2 comentarios:
Qué buena lírica, traspasa pantalla, papel... y llega. Saludos y felicitaciones
muchas gracias, Marisa.
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