miércoles, 26 de septiembre de 2012

La torre – Armando Azeglio


Vivir en una torre de marfil no dejaba de ser algo placentero, algo estrafalario, algo perfecto. No existía otro propósito que el propósito es sí mismo. Que la canción autoindulgente, que el momento justo, o la antífona perfecta. Sin embargo un sentimiento áspero (que en primera instancia fue como una endeble insinuación) comenzó a apoderarse de su atalaya. Al principio fue la nostalgia de las glorias pasadas. Luego los laureles del honor perdido. Más tarde el porcentaje del lucro cesante, la sed de venganza y (al final) un virulento anhelo por la destrucción del otro. Una pérfida oscuridad envolvía su corazón cual manto. Un día se encontró en cuatro patas, balbuceando en una lengua que desconocía y en medio de las propias excrecencias. La temperatura descendió. Algo, que dijo ser un ángel del Señor, se presentó. Él atinó a pedir una cosa ininteligible, el ser asintió. Entonces asistimos al rodamiento de su cabeza.

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