viernes, 28 de septiembre de 2012

Si el gato sale vivo – Héctor Ranea


El gato acomodó sus ojos a la poca luz que emitía la fuente radiactiva. Con eso bastaría. Midió cuáles serían las chances que tendría para salir vivo de esa. El veneno, por simple olfato, sabía que lo tenía cerca. Muy cerca, de hecho, del frasco con radio. Parecería que alguien le había jugado una mala pasada mientras dormía la siesta matutina frente al hogar. Ahora estaba en una encrucijada complicada. Si la radiactividad activaba la llave de apertura del frasco del veneno estaba perdido. No le bastaban las nueve vidas (de hecho, noches atrás había perdido dos al lograr una buena jornada con Diétricha, la gata de la vecina, pero ahí lo pescó Heidegger, el perro vulgar de los vecinos de atrás y zafó apenas, usando dos tarjetas rojas de muerte) por lo que moriría sin remedio. El amigo Wigna que le jugó esta mala pasada estaría afuera haciendo sus cuentas, tanto para probar y si lograba entender si el gato estaba muerto o vivo. Pero en la oscuridad, al gato encerrado en un dilema cuántico de mala perspectiva, lo que le interesaba era salir. Aunque esa fuente radiactiva, tan letal como seductora, le traía a la memoria una gatita que hacía tiempo había muerto.
—¡Gatita linda! —Se movió, pensando, por el recinto—. ¡Condenado el que me puso acá! —razonó. Ahora sólo me queda medir mis chances de salir vivo o salir muerto y que Mr. Wigna esté vivo porque la vida te da siempre chances de vivir, o que esté muerto, porque si yo me muero, Shrekdinguer le rompe el culo de pura bronca.
—Pensándolo bien —piensa el gato—, tal vez se lo rompa igual por el mero hecho haberme puesto acá adentro, lo que sí es seguro es que este Wigna me quiere poner a prueba y debe estar tratando de calcular si estoy vivo o si estoy muerto. Y yo estoy vivo, aunque con la condición de que el frasco radiactivo no mande una partícula alfa a la llave del veneno. A ver. Calculo —se dijo el gato—. Si me dejaran sólo con el veneno muero seguro. Pero si ese veneno se puede activar sólo con una partícula alfa, tengo un poco de chances. Lo cierto es que todavía estoy vivo y Wigna en este momento debe estar pensando que puedo estar muerto, también. ¡Qué raros, los hombres! Piensan que puedo estar muerto y vivo a la vez. Yo no puedo pensarme muerto. ¿Alguien sí puede? Supongo que los hombres pueden pensar en los muertos pensando, pero yo no. Tal vez pienso tanto como un ratón. ¡Esa botellita radiactiva, si la puedo alejar del veneno con mi pata, zafo! Por ahora, digo, estoy vivo. No sé por qué tengo que hacer cuentas. Si no puedo pensar estando muerto y estoy pensando, estoy vivo, ¡carajo, Wigna y la madre de todos tus parientes muertos!
Wigna, por su parte, afuera de la caja en la que encerró al gato de Shrekdinguer, sacó sus cuentas sobre cuál sería la situación del minino. Ya había pasado varias veces el tiempo en que deberían haberse emitido partículas alfa, que abrirían la llave del veneno.
Calculó que el gato estaría muerto. Abrió la caja y ¡oh, sorpresa! Ahí estaba él, se diría que hasta sonriente. Salió de la caja con solemnidad, con calma. Wigna lo miraba azorado. No podía creer lo que veía: ¿y el veneno, dónde estaba? El gato sabía dónde tenía el vial de veneno: estaba en sus verijas. Y así, el felino, ante una distracción de Wigna, se lo metió en la boca al físico y abrió la llave.
El gato pensó:
—¡Hacé la cuentita ahora, Wigna! ¡Hacela, dale!
Wigna no tuvo las chances a su favor y el veneno lo sacó de cualquier superposición cuántica posible.
Buitrix, el amigo de Wigna, sabía que los tenía al gato y a Wigna dentro de una gran caja, y por su lado trataba de hacer sus cuentas y, a decir verdad, las posibilidades de que el gato viviera eran más bien bajas, porque creía que un gato no haría colapsar las mediciones cuánticas aunque las evidencias en contrario parecían ser banales para el gato, que había hecho comer veneno a Wigna. El enredo cuántico era masivo para esa hora y Buitrix no salía del asombro de haber podido calcular un número aunque ese, tal vez, era tan falso como una moneda con la cara del gato de Shrekdinguer. Eso pensaba cuando un ruido metálico lo despertó sobresaltado de su letargo medidor. Era la moneda del centro forward de Deportivo Cubista, que elegía arco para su equipo. Eligió el lado que daba a la calle “Intendencia Muerto el Buitrix se acabó la paradoja”. Para Buitrix fue algo más que un balde de agua fría, honestamente hablando.


Sobre el autor: Héctor Ranea

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