martes, 7 de agosto de 2012

El tipo del trombón – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Es muy melifluo y envarado —había dicho Sebas—, te mata con la ceremonia. No puede parar de decir “usted” o “señor” a cada rato; mientras lleva el brazo hacia atrás, plegado a noventa grados, con el izquierdo levantado ligeramente, te sermonea cualquier estupidez sobre la inmortalidad de los cactus que crecen en el valle de Calamuchita.
—A mí me surtió sus anécdotas de la India —dijo, no sin fastidio, Lorca, tapándose los hermosos ojos azules—. Me entretuvo dos horas hablando del Ganges y de la mar en coche. Un embole, terminó siendo, porque te dice “señora”, o “señorita”. Está pendiente de si tiene que servirte otra copa o encender un cigarro. Siempre así —y se puso de pie para mostrar la genuflexa posición del quía. Todos rieron, hasta Sebas, que era bastante parco.
—El quía pro quo —rió Lucha.
—¿Anécdotas de la India? ¡Si no estuvo en la India! ¡Te verseó! —comentó Sebas.
—No, no me verseó —siguió Lorca—. Me aclaró que no eran propias. Por eso es embolante escucharlo. Te cuenta anécdotas de viajeros que leyó por ahí…
—¿Y toca el trombón? —preguntó con malicia Rober, el policía.
—Así dicen —respondió Lorca casi bostezando.
—Pero Lorca —dijo Sebas—, ¡vos te aburrís hasta con nosotros!
Todos rieron.
—Al menos él te sirve cuando se vacía tu copa. En cambio ustedes —dijo ella mirando el vaso vacío—, ni mueven el culo, che.
—¿Ves lo que pasa? El tipo las conquista con esa pomposidad. Las mata callando. Al final, tendremos que concluir que es un maestro —comentó Lucha.
—Te las arranca de las manos —dijo Sebas—. Mirá si nosotros no podríamos tener minas como él.
—Y ahora parece que toca el trombón —insistió con su malicia Rober.
—¡Bueno, terminala con eso del trombón! —dijo Lorca—. ¡Tampoco tiene que ser perfecto!
—Pero el trombón… —intentó rebatir Rober.
—¡Ufa! Con el asunto del trombón vienen desde anoche —se quejó Lucha. La nueva ocupación del torpe amigo en común no convencía a nadie.
Después de tomarse un trago larguísimo, Lorca pareció reflexionar, aunque su voz estaba algo tumbada, como tambaleante.
—Después de todo —dijo— no hallo nada de malo en que toque el trombón. Tal vez no sea lo ideal, porque para salir de esa pose debería intentar la percusión. —Al decir esto todos rieron y ella hizo una especie de hipo que parecía ser una sonrisa—. Pero déjenlo si quiere seguir. ¿Qué nos puede pasar? A lo sumo escucharemos unos pases de trombón bastante mal soplados y ya está. Dejará de estudiar ese instrumento; es veleidoso e inconstante, no tiene nada que lo asemeje a un tipo sacrificado. La adversidad del trombón va a terminar por desquiciarlo a menos que abandone. ¡Dejémonos de joder ya con el tema!
Semejante parlamento no fue recibido en absoluto silencio, desde ya, pero sí con cierta sorpresa; ella no era de hacer largas reflexiones como esa. Más bien le interesaba tener el pelo largo y un trago aún más largo en la mano. Así que esto fue comentado por horas, mientras la tarde iba llegando a su fin y comenzaba la hora interesante. Alguien puso música. Como siempre que estaban así de borrachos, o sea casi todos los días, pusieron jazz.
—Por cierto, ¿alguien conoce algún trombonista célebre? —dijo Laucha. Silencio. Todos parecían pensar, incluso Lorca que estaba dormida. Rober se rió, pero no agregó nada. La pregunta siguió flotando mientras sonaba un solo de trompeta que casi todos reconocieron pero no se atrevieron a identificar en público—. Hay docenas de muy buenos trombonistas sólo entre los que hablan inglés —agregó Lucha sosteniendo al mismo tiempo cierto tipo de risa, muy de ella.
—Tampoco va a tener la vida fácil. Encima la gente no está habituada a verlo como algo serio. Y este muchacho tan circunspecto, pareciera ser todo lo contrario de lo que requiere el trombón. —Sebas se sorprendió a sí mismo diciendo todo eso. Los demás rieron de tanta jerga.
Empezaron a dormirse; era la antesala de actividades más importantes. Más cerca de la medianoche, vestidos como corresponde, saldrían a ganarse el sustento. Pero para eso debían empaparse en alcohol, ya que de lo contrario su trabajo sería torpe y eso redundaría en más esfuerzo, algo que siempre merecía la reprobación del grupo.
Mientras dormían, la silueta de un trombón se dibujó sobre la frente de Lorca, profundamente sumida en sus sueños. El vaso de vodka con Campari yacía vacío debajo de su mano.
Los demás apenas dormitaban, sobre todo Rober, quien vio llegar al portador del trombón y, aun vacilando entre las nieblas del alcohol, entendió qué venía a hacer, pero estaba tan dopado que sólo tropezó consigo mismo y cayó al suelo en el intento de dar un salto. Quiso gritar, pero sólo emitió algo parecido a un quejido que no despertó a nadie.
Terminada la faena y limpiado el trombón, el trombonista ensayó un poco de scat e hizo lo posible para tocar la introducción de Baby Blue, pero cortó abruptamente al pasar la mirada por el rostro desfigurado de Lorca. Bajó la vista al pecho y la estaca plateada clavada en él lo impresionó tanto que no pudo cerrar los labios. Entonces tomó su teléfono móvil, buscó en la memoria un número y discó.
—Sí, ¿profesor Van Helsing? Habla el trombonista… Gagliardi; sí señor. Tarea cumplida, señor. —Cada vez que pronunciaba “señor”, se inclinaba levemente hacia delante—. De acuerdo, señor, no me demoro más en este sitio. ¿Sabe algo, señor? No, mejor no digo nada.


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