—Por favor, camarero, ¿me alarga el periódico?
—No creo que eso sea posible...
—¿Y eso?
—El papel con el que está fabricado no es elástico, con toda seguridad se rompería al tratar de alargarlo.
—Me refiero a si me lo puede pasar.
—Ahora mismo tengo mucho trabajo como para estar pasándole las hojas mientras usted lee.
—Creo que no me está entendiendo. Lo que quiero decir es que me dé el periódico, por favor.
—Dar, lo que es dar, no puedo. En todo caso se lo presto.
—Será suficiente.
—Tome.
—Gracias. Por cierto, camarero, ¿me sirve un café?
—Depende...
—¿Cómo dice?
—Que depende. Cada cosa tiene su utilidad y no sé si un café le servirá a usted para conseguir su propósito.
—Pues... lo quiero para bebérmelo.
—Entonces sí que le puede servir. ¿Cómo quiere el café?
—Pues quisiera un café solo y una tostada con mantequilla.
—Alto, alto, más despacio, que no le termino de entender. El término “solo” ¿lo emplea usted como adverbio de modo o como adjetivo calificativo?
—¿Mande?
—Que me diga, si es tan amable, si “solo” es adverbio o adjetivo, no es tan complicado, coño.
—Ufff, no sé, deje que lo piense... ¿Me podría ir preparando la tostada mientras tanto?
—No va a ser posible hasta que me confirme su respuesta.
—¿Adverbio?
—¿Lo pregunta o lo afirma?
—Lo afirmo, lo afirmo. Es adverbio.
—Entonces la tostada no se la pongo, no tendría sentido alguno su petición.
—¡Adjetivo! ¡adjetivo!
—Demasiado tarde, y además, debería justificar su respuesta.
—Mire, he cambiado de opinión, preferiría tomar un cortado.
—De acuerdo. Tiene usted suerte, hoy estoy de buen humor ¿Le gusta le leche fría o la caliente?
—Prefiero la tibia.
—Vaya, mi hueso favorito es el fémur. Me encanta cómo suena.
—¿Le gusta la palabra fémur?
—No, por supuesto que no. Me gusta el sonido que se produce cuando me cruje. Pero volviendo a su café y sin abandonar la terminología ósea, si lo quiere frío, le puedo poner un par de cúbitos. Humor de barman licenciado en antropología, disculpe.
—No gracias, póngame la leche mejor templada.
—Vamos a ver, al decir “mejor” ¿está usted pensando en el adjetivo comparativo de “bueno”, en el superlativo, o acaso en el adverbio comparativo de “bien”?
—¡Me cago en todo lo que se menea! Los cojones, los cojones se me están poniendo superlativos ¡Póngame la leche como quiera, pero de una puta vez!
—Está bien, está bien. ¿Qué tal la mañana?
—Pues verá, hay una mínima de 10 ºC, nubes de evolución, poca probabilidad de lluvia y el viento sopla moderado con rachas fuertes de componente noroeste. Y de los 1024 milibares que hay, me ha tocado venir a este bar de tocapelotas. Humor de meteorólogo, disculpe.
—Veo que es usted también un purista.
—No, simplemente me gusta la precisión.
—No, no, digo que es un purista porque veo que está usted empezando a fumarse un puro.
—¿Ah? Efectivamente, tiene usted buena vista.
—Pero debería usted saber que aquí dentro no se puede fumar.
—Sí, sí que se puede. Mire, mire, ¿lo ve?
—Oiga, es que está prohibido.
—Lo ignoraba.
—¿Acaso no lo sabía?
—Sí, coño, ¡como para no saberlo! Le digo que lo ignoraba a usted y a la prohibición.
—Oiga, en serio, debería dejar de fumar.
—¿Quién, usted?
—No, si yo no fumo.
—Entonces es usted un hombre afortunado.
—Mire, el que debe dejar de fumar es usted.
—Ya lo sé, ya lo sé, no me lo recuerde... Me lo dice toda mi familia. También debería empezar a hacer deporte, a pensar en los demás y todas esas cosas. No crea que no lo he intentado, pero no es tan sencillo...
—Le digo que debe parar de fumar en este mismo momento.
—Así, de repente, no puedo. Necesitaría ayuda médica o acudir a algún tipo de terapia, ¿no cree?
—¡Deje de fumar de una vez!
—¿Es que usted no escucha? ¡Le digo que tengo un problema! ¡No puedo dejarlo así como así!
—¡Basta ya! ¡Deje de fumar de una puta vez!
—¡No me presione! ¿No ve que no tengo fuerza de voluntad?
—Mire, no se lo voy a repetir más, ¡¡deje de fumar ya!!
—Le agradezco que no me lo repita más, le confieso que me estaba empezando a sentir un poco incómodo ya con esta situación...
—Déjelo, por favor, se lo suplico. Si mi jefe se entera de que hay clientes fumando en el bar me va a caer un buen puro...
—No me sea cobarde, hombre. Relájese, si su jefe le echa un puro, haga como yo, fume y disfrute.
—Hombre, visto así...
—Claro, si de todas formas estos puros son buenísimos, no creo que sea tan malo fumarse uno de uvas a peras. ¿Quiere usted uno?
—No sabría decirle...
—Venga, hombre, anímese. Tome y fúmeselo.
—Muchas gracias, señor. Lo cierto es que tiene usted razón. Son excelentes. ¿Tiene usted más?
—Bueno, como le he dado uno, ahora tengo menos.
1 comentario:
Siempre me gustaron las ficciones que aprovechan las confusiones y ambigüedades idiomáticas, pero ésta lo lleva a un extremo superlativo, divertido, inteligente y con un resultado impecable. Enhorabuena por conseguirlo.
Publicar un comentario