domingo, 22 de enero de 2012

Subibaja - Fernando Andrés Puga


Antes de que procedamos, ¿desea usted hacer alguna pregunta?
¡Ah! Quiere saber quiénes somos. Muy bien, se lo diré.

Nosotros somos los que dormíamos en los umbrales, en los andenes, en los paradores de la ciudad donde a veces conseguíamos un plato caliente. Los que arrastrábamos carromatos repletos de cartones y envases plásticos vacíos. Los que estirábamos la mano en el portal de los templos. Los que nos íbamos al mazo y bajábamos la vista. Los que estropeábamos el paisaje de los elegantes bulevares. Los que hurgábamos en los tachos, teníamos hambre y usábamos los diarios sólo para cubrirnos del frío.
Sí, nosotros. Fuimos los descartados ¿recuerda? Los ignorados. ¿Acaso nos creían de otra especie? ¿Pensaban que éramos venenosos, inadecuados para compartir el planeta con ustedes? ¡Vaya uno a saber!
Pero llegó la gran catástrofe y volvió a girar la rueda de la fortuna.

Porque usted sabe que las cosas cambian ¿verdad? Una vez arriba, una vez abajo…

Hubo un tiempo, por cierto ya muy lejano, en que no faltábamos en ningún banquete. Atendidos como reyes, desplegábamos nuestras artes con maestría para regocijo de los cortesanos que premiaban con generosidad a quienes lograban arrancarlos de su aburrida rutina. Se abrían a nuestro paso todas las puertas y la alegría llenaba las calles. Los festejos interminables, la música inundando el aire, la desfachatez del descontrol iluminando las noches…
Después pasó lo que pasó. Aquellas bombas, las hordas entrando en los espléndidos salones, las ejecuciones sumarias… en fin, la barbarie.
Y usted lo sabe. ¿O acaso no es usted el hijo de aquel vándalo que lideraba a esas fieras descontroladas que arrasaron con todo lo que hallaron a su paso?
Pero va ve, Su Señoría. Nada es para siempre y cuando uno no corta por lo sano en el momento preciso, corre el peligro de que se dé vuelta la tortilla y el verdugo termine en el lugar del condenado.
Nunca es tarde para recuperar lo perdido si se preserva la vida; sólo hay que saber aguardar y llegado el momento oportuno, dar el zarpazo ¿verdad?
Y ya ve usted. Se presentó la ocasión. Bastó esa pequeña ayuda inesperada que llegó de las estrellas para que hoy estemos de vuelta como antaño: Nosotros subimos; ustedes bajaron. Yo dicto sentencia y usted… Usted aprieta los ojos con todas sus fuerzas aguardando el hachazo. Porque tiene claro que no habrá misericordia ¿verdad?

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