lunes, 30 de enero de 2012

Naufragio - Pedro Herrero


Todo el mundo habría alabado sin dudar la actitud del sobrecargo, en las complicadas tareas de evacuación de la nave, tras el incendio declarado accidentalmente en la sala de máquinas. Él fue quien dio la voz de alarma y organizó la arriada de los botes salvavidas, yendo de un lado a otro para poner orden y aplacar los inevitables conatos de histeria de algunos pasajeros. También se aseguró de que nadie quedaba atrapado en las plantas inferiores y puso en peligro su propia vida al acercarse a las calderas envueltas en llamas, a punto de estallar. Incluso se atrevió a echar por la borda al capitán, que se había empeñado en permanecer en el puente de mando (siguiendo aquella absurda costumbre de los viejos lobos de mar, de no sobrevivir a la catástrofe). Todos, en definitiva, tanto la tripulación como el pasaje, habrían ensalzado el valor que derrochó en todo momento, si hubieran vivido para contarlo y no hubieran perecido poco después, al volcar sus frágiles embarcaciones en medio de una violenta tempestad. A falta de esos elogios, una vez se quedó solo y pudo apagar el incendio con los extintores reglamentarios, el sobrecargo, mucho más calmado, evaluó la situación.

Tomado del blog Humor mío