Siempre había considerado a la Luna un lugar hacia donde dirigir la mirada en noches sedientas de amor. Un cuerpo celeste disparador de versos pretensiosamente románticos, cuando no aullidos desesperados, que delatan sentimientos ya incontenibles. Pero nunca se me había ocurrido que la Luna pudiera ser una plataforma de ataque para una potencia extraterrestre.
Estábamos en el shopping cuando recibimos la noticia. Tomábamos algo en el patio de comidas, rodeados de meseras diligentes y personal de seguridad. De pronto, el gigantesco plasma que presidía esa sala nos anunciaba la novedad: ellos acechaban allí, en el firmamento. Allí mismo donde hace apenas algunas décadas los yanquis habían plantado su bandera.
Un grupo de los invasores ya se hallaba entablando negociaciones con nuestro gobierno. Exigían la inmediata devolución de su imperio, el Incaico. Atahualpa, último emperador de esa nación, había ascendido al reino de los cielos tras su muerte, su alma reencarnada en otro ser de remoto planeta había recuperado la conciencia anterior gracias a una tecnología que nosotros éramos aún incapaces de desarrollar; y ya consciente de lo que había sido despojado, regresaba munido de flota galáctica para hacer justicia. En él se habían conjugado la sabiduría andina, para elevarse espiritualmente al momento de su muerte y tener una reencarnación conveniente, y la tecnología de avanzada, para contar con los medios de perpetrar su plan.
Ahora, su flota estacionada en la Luna se disponía a atacar.
No hizo falta, nos rendimos. Acordamos la restauración del imperio a cambio de libertad. Ellos se comprometieron a respetar todos nuestros derechos, no habrá esclavitud ni opresión; y compartirán su tecnología. El futuro ya está aquí.
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Luciano Doti
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