Dormían en el magro colchón. Los pies aglomerados asomaban por debajo de la cobija. Ellos dormían desnudos, con la placidez del amor bien hecho.
Aquella mañana el hombre iba a llevar la tropilla al remate, y ella le jugaba una alegría que, una vez más, a él le pareció un poco tonta. Ya no montaba de un envión al picazo malacara, ahora estribaba y desde arriba le ordenó a Joaquín:
—¡Apurate, muchacho! ¡Largalos, nomás! —Y por la alameda fue sacando la media docena de alazanes, boleaba el rebenque y cruzaba algún chiflido. Según su costumbre, se inclinó sobre el pescuezo y abrió la tranquera. Pronto alcanzó el Camino Real, y un poco al tranco un poco al trote, los arreaba con destino a la feria de Navarro. En cuatro o cinco días volvería a Mercedes, traería la plata suficiente como para pasar tranquilo con ella el invierno que venía. Tuvo suerte, no hubo necesidad de llegar a Navarro y menos de aguantar el azar del remate. En el trayecto, un puestero le hizo saber que a su patrón podría interesarle la caballada. Se trataba de una buena persona, que lo llevó a comer el churrasco con su gente y rápido cerraron trato. Pegó la vuelta antes de lo previsto.
Se encorvó sobre el picazo y abrió la tranquera. Al enderezarse, el sol encendido del atardecer se le clavó en los ojos y lo encegueció por un momento. El aire portaba el zureo de las palomas. La hojarasca de los álamos empedraba el camino a la casa y, palpando el rollito de los billetes, él volvía contento. Pero al desmontar la encontró vacía. Receloso fue al galpón. Listones de sol entraban por los agujeros de las chapas atacadas por el óxido. Su cara descarnada, ida en pliegues, se endureció al ver entreabierta la puerta del cuartito de Joaquín. Y ellos dormían. Descolocado en su ánimo volvió al patio, la sombra del molino se le tumbaba en los pies. Un impulso le hizo echar la mano áspera y huesuda al cuchillo, y se convino: así como el caballo hace al jinete ellos harían al criminal. Entró de nuevo, la mujer advirtió el movimiento y se sentó en el colchón. Se cubrió los pechos con la manta y quedó inmóvil en posición de estatua, la mirada altiva ni siquiera el rostro pálido de la sorpresa. Y él dobló la frente.
Así son las cosas. Lo supe desde el principio, aunque me empeñé en desconocerlo acaso confiado en una magia cruel.
Se acuclilló en el patio, las manos juntas entre las rodillas. Alzó la vista y a su frente, irónica, la enorme llaga abierta en el tronco del paraíso. Ínfimo y desgraciado en el espíritu montó y se largó de la casa, como quien huye.
Vivió conforme a su antigua vida errante, la de antes de afincarse con ella. A campo traviesa, un rencor helado en fantasma de mujer le galopaba a la par. Y en las noches, el olor a pasto exacerbado por el rocío, le traía todo y con más fuerza. Siempre, hasta que encontró el fin de su historia.
El autor: José Antonio Parisi
El autor: José Antonio Parisi
1 comentario:
Enhorabuena por este cuento, José
Extraordinaria prosa poéstica
Bravo!!!
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