lunes, 5 de diciembre de 2011

Turismo de aventura – Héctor Ranea



Tomo sólo algunos ejemplos para ser analítico a la vez que explícito, todos dignos del medallero. Posta. 
Primero: una señora maneja una camioneta de doble tracción, de dirección alta, porte majestuoso (de la camioneta), impone temor en los demás automovilistas por su altura y la velocidad a la que maneja la señora. Pero ella va hablando con su teléfono celular sostenido entre la mejilla y el hombro derecho para tener las dos manos libres no para guiar el vehículo, a esta altura mortal, sino para abrir un paquete de comida chatarra. Aparentemente, sus piernas son lo suficientemente largas como para guiar con las rodillas ese artefacto. O tiene unas manos invisibles que salen de su vagina.
Segundo: un abuelo le grita improperios a su nieto que, disfrazado con casco anticolisión, campera de cuero y osito de peluche en la mano izquierda, intenta subir a la parte de atrás del único asiento de la moto del abuelo que ya la tiene en marcha. En la trepada del purrete, a duras penas realizada, el abuelo no le ahorró ninguna de las palabras con las que el diccionario califica a los lelos, tontos o similares. Mientras, el niño no puede sostener el osito que se le cae, pero el abuelo hace caso omiso de los ruegos del niño y acelera, pasando entre el tráfico. Evidentemente, o bien lleva al niño a algún lugar al que no puede llegar tarde o confía en que una mano abducirá al osito para llevarlo a su casa y calmar al niño que va llorando sin asirse del abuelo como lo aconsejan estas absurdas leyes terráqueas sobre el tránsito.
Tercero: una mujer extremadamente obesa en un automóvil extremadamente pequeño, tanto que ella no puede evitar que el volante se quede trabado entre sus pechos y que sus brazos se aplasten contra la ventanilla del vehículo de modo tal que no le alcanza la fuerza que su flaccidez puede ejercer para girar lo suficiente como para salirse de la ruta de colisión con un camión de carga de combustible al que esta señora interrumpe con su paso intempestivo, probablemente por no haber podido frenar en el cruce de su calle con la que usa el camión. A último momento logran entre los dos vehículos evitar la colisión, al costo de una serie de autos que, ante el inminente choque, fueron desplazados por el camión y el de la obesa, y resultaron con daños leves. Probablemente la obesa tuviera también manos o piernas adicionales y confiara tanto en ellas que no se preocupó por la maniobra.
Cuarto: un mozalbete sube a su perro a la moto, haciéndole apoyar las patas delanteras en el pescante de la misma, como guiando; sube a un niño al asiento trasero y carga con bolas de boliche el manubrio. Ninguno tiene casco, ni el perro. En realidad, el que guía es el perro y no se ven sus cascos porque seguramente están hechos de materiales completamente invisibles.
La escena de premiación se realiza en el Centro de Estudios Superiores: “Los Extraterrestres Están Entre Nosotros” de una ciudad cuyo nombre todos respetan. Los turistas que se sometieron a esas aventuras serán devueltos por los intendentes a sus planetas respectivos con los honores correspondientes. Larga vida al turismo de aventura.

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