En la reunión la luz escaseaba, entre otras cosas, para facilitar los encuentros. Un par de ojos con misterio y un cierto tono de tristeza me atrajeron. Traté de entrar en conversación. Ella era de pocas palabras, todo lo manejaba su mirada. Ciertamente, en pocos instantes yo ya estaba manejado por ella.
Se fue con la llegada del día, pero al día siguiente la encontré en un parque con suficiente sombra y la luz necesaria para mirarla a los ojos sin sucumbir al instante a sus encantos.
—Noté que tienes pupilas triples —le dije, y agregué—: anoche no pude encontrarlas.
—De noche se hacen una —dijo sonriente—. Las usamos triples sólo en épocas de veda. Pero este es el tiempo natural.
—¿Quiere decir que sólo fui en tu vida un episodio para el proceso de adaptación?
—El programa es: Adaptación y Reproducción. Y la respuesta a la última pregunta es no: esta reunión no existiría. No es necesaria para ese proceso. Vine porque quiero.
—¿No es tu cultura de invasora la que me busca, porque tal vez anoche haya sido un fracaso para el fin específico?
—No; anoche no fue un fracaso. Los embriones ya están en su ubicación.
Me sonrió. Las pupilas triples se movieron formando una figura escalena. Yo no alcanzaba a entender nada de lo que estaba sucediendo, pero me abracé a ella, cerré los ojos para imaginarme un futuro junto a esos ojos y quise creer que ella derramaba, mientras tanto, unas lágrimas, aunque sea levemente: humanas.
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