lunes, 5 de diciembre de 2011

Inversión de términos – Sergio Gaut vel Hartman



William Temple era un tipo resentido. Ateo por parte de padre y Testigo de Jehová por parte de madre, desarrolló una espantosa e irrefrenable aversión por todo lo que fuera religión y antirreligión, es decir, creció odiando a todos y a todo, en síntesis, se convirtió en un detestable misántropo. Detestaba a la humanidad hasta el punto de que su mayor deseo era desatar el Apocalipsis, aunque en este punto se le presentaba un problema: ¿cómo atacar a unos sin beneficiar a los otros? Dinamitar el Vaticano o infiltrarse en el Partido Comunista para difundir las ideas de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer no serviría para nada. Así que, tras mucho meditar, decidió hacerse escritor para publicar novelas negativas en las que todos fueran malos, feos, sucios, grotescos y aborrecibles. Si ustedes piensan que nadie compra esa clase de libros; se equivocan. Los cultores de lo feo son tantos o más que los que aprecian la belleza. Y William se hizo rico, tan rico que los poderosos del planeta empezaron a leer y admirar sus libros y se vieron horrorosamente reflejados en ellos, por lo que, lejos de disgustarse, se aficionaron aún más, porque leer acerca de magnates tan inmundos, curas tan pederastas y comunistas tan dogmáticos los hacían sentir bien y les permitía drenar su mierda interior a través de las ficciones, evitando así tener que rendirse cuentas de los excesos y perversiones de las que eran protagonistas en la realidad. Esto perjudicó a William, por cierto, que llegó a ser tan rico como Gill Bates y Red Durner y no tuvo más remedio que detestarse por ello. Rico, exitoso y mimado por las multitudes, Temple vivía en un infierno constante, por lo que decidió quitarse la vida. Tomó una Uzi que le había regalado Iddo Gal, el hijo del inventor del subfusil israelí, y se lo puso en la boca, con tan poca fortuna que le gustó el sabor y empezó a lamerlo y chuparlo. Por primera vez en su vida, William Temple disfrutaba de algo. Está de más decir que no jaló el gatillo, donó su fortuna a la Iglesia Sincrética Universal y como recompensa fue abducido por una nave proveniente del Cinturón Hitilén, en la galaxia Andrómeda. Los hitilerianos (que por una de esas coincidencias que hacen que el universo sea un lugar divertido se llamaban igual que una famosa banda de punk-rock somalí) lo nombraron Emperador de la Galaxia (de la de ellos, no de la nuestra) y le concedieron Inmortalidad Ilimitada Gratuita. Ahora William Temple es feliz y planea casarse con la Madre Teresa de Calcuta, eficazmente clonada de una escama de caspa de la santa encontrada en un basural de Calcuta por el sabio indio Rajmanahabib Sanadoval Chandigarhadath. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

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