—Después de la primera oleada de abducciones —dijo el profesor Anandavanasanda iniciando su disertación— los alienígenas parchís se tomaron su tiempo para evaluar los resultados y aún no han regresado. Por ese motivo, detrás de los exploradores y prospectores vendrán los toxinólogos, exocatadores, perigoncistas y altefaccionísticos. Como ya dije por ahí: aquella fue la etapa del reconocimiento; después vendrán la gestión, la ingestión, la digestión y finalmente el derrame o expulsión.
—¿Eso significa —dijo un alumno de la última fila alzando la mano— que esta vez vendrán con malas intenciones?
—¿Malas intenciones? —dijo Anandavanasanda—, ¡excelentes intenciones! Han puesto a los mejores chefs de la galaxia a elaborar los más exquisitos platos que se puedan preparar usando la carne humana como base. ¡Mírenlo al jovencito! Por primera vez nos prestan atención y al señor le disgustan las “intenciones” de nuestros huéspedes, las juzga “malas”. ¿Así trata usted a las visitas? ¿En qué época se cree que vive? ¿En el siglo XX? ¡Por favor, vaya a sentarse; tiene un “reprobado”!
—Estoy sentado, señor.
—Es lo mismo. ¿Cómo dijo que se llama?
—No se lo dije, señor. Me llamo Alzheimer, Bruno Alzheimer.
—Recuérdemelo mañana.
—¿Que le recuerde qué?
—¡No sea insolente, jovencito!
—¿Está seguro, profesor, de que los parchís no son zombies galácticos y a usted le abdujeron el cerebro pero no se lo volvieron a poner en su sitio porque lo usaron para preparar los famosos ravioli a la putanesca? —La observación de Alzheimer fue acompañada por una carcajada colectiva. Pero el jolgorio generalizado tuvo un infausto correlato, ya que coincidió con el momento elegido por los parchís para regresar a la Tierra y organizar el postergado banquete.
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