—¿Confía ciegamente en lo que dice Lulumdelk? —preguntó Vertiginoso Scandalete mirando a su interlocutor de reojo porque la visión frontal lo desmadejaba.
—Confío —respondió Acerrojado Acytrak. Era un tipo bravo, y feo como los lémures de Madagascagar—. Soy de los que piensan que en la noche de Pascua el horizonte queda enganchado en la copa de los árboles más petisos y sirve para cordón de zapatillas o hilo de barrilete, si uno tiene los cojones suficientes como para treparse. ¿Y por qué no? ¿No les hemos creído a los políticos, a los militares y a los curas? ¿Un extraterrestre puede ser más mentiroso que esos?
—Yo, en cambio, no confío —insistió Vertiginoso—. Estos extraterrestres nos vienen engañando desde el principio de los tiempos. —En este punto miró a Lulumdelk, quien a su vez estaba tan entretenido jugando al Sudoku que no se dio por aludido—. Son un insulto a la inteligencia, como un gaucho que toma mate al lado de una pantalla de sesenta pulgadas viendo películas de Ingmar Bergman y Peter Greenaway.
—No se deje engañar, amigo, y no levante presión —terció Tercerino Triano, un despiojador de cocodrilos de bien ganada fama y bien perdidas extremidades. Impúdico como pocos, Tercerino se iba sacando las prótesis una a una a medida que avanzaba en su discurso. Al final del proceso solía quedar reducido a torso y cabeza, como una de esas muñecas de goma de la década de 1950—. El gaucho disimula. Y la pantalla es una pantalla que oculta la verdad de la milanesa o, mejor dicho, los pavos reales que ponen huevos de bismuto y la esposa del paisano vende a veinte galaxios la docena en los arrabales de Beta Centauro.
—De acuerdo —convino Vertiginoso, cambiando de idea—. Si ustedes me aseguran que no hay riesgo, me trepo y lo capturo.
—¡Resuelto! —exclamó Lulumdelk.
—Más vale horizonte en mano que el tesoro de Bajonino volando —reforzó Tercerino.
—Vaya, vaya con Dios —dijo Acerrojado.
Y ahí partió Vertiginoso, con buen ánimo y fina voluntad. Y así le fue. Porque por una de esas casualidades que solo ocurren una vez cada resurrección de papa, atinó a pasar por el lugar una nave abducidora de Delta Draconis, que lo abdujo, se lo llevó metido en una bolsa, y de Vertiginoso Scandalete nunca se volvió a saber nada.
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