jueves, 15 de diciembre de 2011

Etimología - Helga Fernández


Como suele suceder, muchos gotas son las que llenan el vaso aunque, después, cuando se rebalza se le eche la culpa sólo a una. Ésta, las que sigue, quizá sea la que a mí casi me ahoga o, mejor, tendría que decir por extraño que parezca, la que me quebró de ganas.
Cuando era chica, unos doce años tendría, leía una colección de libros que muchos deben recordar. Son nuestra contemporaneidad pasada de esos mismos que tenían nuestros padres con tapa amarilla y dibujos acuarelados, también de aventuras, pero no aptos para decidir por dónde seguir, como estos de los que les hablo, sino para leer en un tiempo lineal, desde el principio hasta el final, de corrido. En cambio estos otros, los nuestros, los de más acá, le hacían honor al título de esa saga: Elije tu propia aventura. Los que, si bien no dejaban de darnos una ilusión de elección porque lo máximo que puede decidirse es por dónde continuar entre dos opciones que se encuentran al pie de algunas de las páginas de todo el libro, tienen en cuenta el lector a la hora de escribir, no sólo por escribir para él sino por escribir de forma tal que él sea quién decide lo que leer. "Si decides cancelar tu cita con Juan y buscar a Pedro, pasa a la página 7. Si crees que Pedro está bien y sigues con la idea de ver a Juan, pasa a la página 8."
¿Se acuerdan de los que les hablo? seguro que más de uno, en este momento, estará sonriendo y hasta recreando alguna que otra historia o, al menos, reviviendo la sensación de ser tenido en cuenta que nos causaba su lectura. El lema de esta serie era: "Las posibilidades son múltiples; algunas elecciones son sencillas, otras sensatas, unas temerarias... y algunas peligrosas. Eres tú quien debe tomar las decisiones. Puedes leer este libro muchas veces y obtener resultados diferentes. Recuerda que tú decides la aventura, que tú eres la aventura. Si tomas una decisión imprudente, vuelve al principio y empieza de nuevo. No hay opciones acertadas o erróneas, sino muchas elecciones posibles."
Yo, más que recordar sus narraciones estoy viendo pasar como una película, imagen tras imagen vaya a saber compaginadas porqué director, que una vez en la casa de mi amiga María Sol (la que tenía todo lo que yo no) parada frente a su biblioteca, que guardaba esta colección y unos cuantos libros más, me caí y al querer protegerme del golpe me fracturé el brazo derecho. Una caída delante de un montón de libros, los primeros que he leído y los primeros que me han tomado, más que como lectora como escribiente copartícipe de lo escrito.
Por consecuencia de la lesión no pude escribir durante cuarenta largos días. Abstinencia obligada que me llevó a tener incontrolables ganas de hacerlo, a punto tal, que encerrada en mi habitación a escondidas de los adultos que cuidaban de que siga la prescripción médica, escribía y escribía y escribía, intransitivamente, haciendo mimesis con el tipo de verbo: escribir, no qué, sino escribir y ya. Lo hacía con el placer y el alivio de quien por fin da el brazo a torcer a lo se venía negando.
Esa factura, quizá, haya sido el primer modo de escribir, en el cuerpo, el deseo de escribir. Todavía hoy conservo su marca, indeleble.

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